Los puntos cardinales de los derechos humanos

Cada septiembre vuelve a la palestra el tema de los derechos humanos y se rememora la crueldad con la que actuó la dictadura, para atropellar a tanto chileno que soñó con un país más justo y menos desigual.

Lo cierto es que desde entonces, siempre que hablamos de derechos humanos nos circunscribimos al terrorismo estatal que se aplicó después de ese fatídico 11 de septiembre de 1973.

A mi juicio es un despropósito hablar de DD.HH. sólo bajo ese prisma, porque derechos humanos son muchos y también los deberes, que es algo que nadie aborda.

Esta es una medalla de dos caras, pero hablaré de la más reconocida, porque si bien tenemos muchos derechos, también debemos cumplir con una serie de compromisos sociales para poder vivir en comunidad, que es la forma que nos corresponde transitar para exigir respeto.

Me duele por estos días la violencia humana que son víctimas los habitantes de Quintero y Puchuncaví

Veo los rostros sencillos y tristes, otros furiosos e impotentes frente a la grave contaminación que los afecta, que otrora era fuente de alegría y regocijo familiar cuando íbamos de vacaciones a Quintero, a pie descalzo sentíamos la arena de sus playas El Durazno, Las Conchitas o Los Enamorados.

Ahora cada vez que escucho hablar de Quintero se me aprieta el alma y hasta la respiración se me detiene, pensando en el sufrimiento de sus familias que están dando una lucha muy valiosa para terminar con tanta empresa dañina que si bien supone traen progreso, también contribuyen a destruir su capital humano, porque sin el no estarían ganando los miles de dólares que han de recibir sus propietarios, privados y estatales.

Hasta ahora ¿alguien sabe con precisión cuáles son las empresas que han contaminado y causado el envenenamiento de la población de esas comunas?

Todos lo que administran ese amplio parque industrial se culpan entre ellos y por lo tanto lo que haga el gobierno será a partir de una nebulosa realidad, donde no se aplicarán las sanciones debidas a las empresas envenenadoras.

Para qué hablar de otros atropellos a  los derechos humanos.

Veo levantar edificios por todos los rincones de Santiago, con el afán teórico de proveer techo digno a personas que se van a  encalillar de por vida para sobrevivir encajonados en departamentos minúsculos, que les verán reducir sus bolsillos y su bienestar, que los van a cercenar de por vida con dividendos pagaderos en UF que terminarán pagando los hijos y que sólo contribuirá a incrementar el erario de los astutos dueños de inmobiliarias, quienes además hacen obras de dudosa calidad.

Eso también es violación a los derechos humanos, ¿quién pone atajo a esta realidad? Nadie lo hará porque los dueños de las inmobiliarias hacen y deshacen a vista y paciencia de un pueblo que sigue sometido, esta vez a la dictadura del sistema neoliberal, que nos quiere convencer de sus bondades, que posiblemente tenga algunas, pero que  por sobre todo posee una manera terrorífica de mantenernos sometidos y convencidos, pobrecitos nosotros, de que podemos prosperar.

¿Quién prospera intoxicado, quién prospera viviendo en una caja de fósforos? Nadie. Los únicos que seguirán enriqueciéndose serán los dueños y señores de nuestros recursos.

Duele hablar de esto, porque desde cualquier arista, vuelvo a mirar esas violaciones. ¿Qué pasa con los pescadores que ya no tienen dónde sacar un ejemplar bonito y no uno raquítico para vender a los consumidores?

La pesca de arrastre, la entrega de nuestro mar a un grupo de poderosos, la reciente venta de nuestro litio a los chinos, el oro blanco que dicen será la mayor fuente de riqueza para el país… Bueno, no quiero seguir mirando a ningún punto cardinal, porque los cuatro me hacen  padecer.

A veces quisiera no entender nada, como desearían los poderosos que pasara, pero lamentablemente para ellos estamos cada vez más alertas y más  informados e interesados de lo que acontece y  ese al menos es uno de nuestros los deberes humanos más importantes que tenemos.

El deber de estar informados, a estar alertas, a defender lo nuestro, aunque sea míninamente a través del sagrado derecho a pataleo.

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