Mariano Puga, apóstol de la justicia

“Este pueblo tiene el derecho a destruirlo todo, porque todo le han destruido.”

Nerón el cruel emperador, emprendió una de las más encarnizadas persecuciones contra los cristianos, con sus legiones de soldados romanos. Todo esto transcurría por allá el año 64 DC.

Pedro, después de ser arrestado, solo por propagar la fe en Cristo, fue sentenciado a morir crucificado cabeza abajo, para acallar la voz de los sin voz.

Muchos continuaron, se atrevieron, y ocultos en las catacumbas se reunían para escuchar, aprender y transmitir oralmente las palabras proféticas de Jesús. Aquellas que exaltaban por sobre todo el derecho a vivir en paz, respetando al ser humano.

Los cristianos sorprendidos eran denunciados, sufrían todo tipo de torturas en las mazmorras donde encarcelados servían como carne humana, para satisfacer el hambre de leones, en el circo Romano.

XXI siglos, han pasado, desde los inicios de la cristiandad. Los mártires abundan en los campos santos, la historia está llena de testimonios que son ejemplo de humanidad. Las cosas no han cambiado mucho salvo algunas modernas formas de torturas para doblegar o exterminar al cura que hizo de su vida pastoral una opción por y para los excluidos de siempre.

Sacerdotes comprometidos verdaderamente con el espíritu del Maestro, sufren todo tipo de persecuciones, por defender a los pobres, desamparados y perseguidos.

Chile tiene ejemplos de Apóstoles que dieron toda su vida religiosa al servicio de los que nada tienen y nada esperan, la lista es extensa. Alberto Hurtado, el primer santo chileno, José Aldunate, Percival Cowley, y muchos hermanos y religiosas juramentaron un compromiso, ofreciendo su vocación al llamado del hijo de Dios.

Mariano Puga, es uno de ellos, será recordado por su incondicional amor al pueblo chileno, del cual siempre estuvo a su lado y luchó por sus derechos desde la oprobiosa dictadura de Augusto Pinochet hasta ahora, en el estallido social y la represión policial que Sebastián Piñera ha ejercido con todo su poder.

Fue un auténtico sacerdote diocesano de 88 años, conocido como un “cura obrero.” Clérigo y trabajador de la construcción, ex párroco de la Legua, activo defensor de los derechos humanos, violados sistemáticamente durante la dictadura militar, cuando muy pocos se atrevían, a denunciar los salvajes crímenes, cometidos a diario por la CNI.

“Este pueblo tiene el derecho a destruirlo todo porque todo le han destruido”, sentenciaba. Entonces habrá que preguntarse ¿Qué cariño le hemos tenido, que hogar les hemos dado? ¿Qué amor le hemos entregado? ¿Qué he hecho yo por afectar para mejor sus vidas? Nos señalaba en cada una de sus elocuentes y potentes predicas

Frente al estallido social del 18- O, dijo.  “Piñera no entiende lo que está detrás del clamor de la gente, él y muchos como como él, no pueden entender el DESPERTAR del pueblo, no entiende que las leyes que sostienen el sistema social, de salud, de trabajo, de previsión, es excluyente, egoísta, inhumano.

Y la Iglesia, sustentada ayer en la humildad y hoy en la opulencia, tampoco se escapa de su acida critica, “la Iglesia ha sido cómplice del sistema de mercado. ¿Qué les pasa a los pastores de Chile? Han perdido la capacidad de estar con el pueblo, hacer suyos sus gritos y gemidos, han perdido la credibilidad, porque hemos escandalizado a nuestro pueblo, le hemos dañado y mentido, y ahora estamos en exilio en nuestra propia tierra, encerrados en nuestra propia Iglesia. La que no es capaz de estar en sintonía con las justas demandas del pueblo, porque dejo de ser pueblo. No entienden a la gente, ni a Jesús, más bien lo sacrificamos, lo destruimos, lo deshumanizamos, lo pisoteamos, y lo transformamos en un culto de muertos, de misas convencionales, de ritos justificadores.”

El infatigable Mariano, fue apresado mientras trabajaba como obrero de las fabrica de casas Corvi, en 1974, conducido a la terrible Villa Grimaldi y a Tres Álamos, recintos clandestinos del coronel Manuel Contreras jefe de la Dina. Episodio que recordaba como la peor de las siete arbitrarias detenciones a que fue sometido en dictadura.

Por ello no lo pensó un segundo cuando fue invitado por la Agrupación del Memorial de las Cabañas de Rocas de Santo Domingo. Lugar de veraneo de los y las trabajadoras afiliadas a la CUT, las que fueron utilizadas por los agentes del Estado, en la primera Escuela de torturadores y asesinos del régimen. Ahí preparaban a funcionarios militares y civiles incondicionales para aplicar los nuevos métodos tecnológicos de apremios, con la mayor inimaginable sofisticación.

Durante más de 12 años (1980-1992) trabajó en Pudahuel, para migrar a la población La Legua, donde permaneció y ejerció activamente en la organización social de base hasta 2002.

Injustamente acusado, junto al cura A. Berríos y J Aldunate, por el Arzobispado de Santiago, con la complicidad de Nuncio Ivo Scapolo, ante la Congregación de la Doctrina de la Fe en el Vaticano

Dirigió su última epístola a sus “hermanos curas” al constatar que, oficiando una misa en el frontis del Centro de Justicia, en memoria de los muertos, mutilados, heridos y presos que ha dejado el movimiento, con dolor y desilusión, se percató que eran solo dos los presbíteros quienes estaban comprometidos compartiendo la Cena del Señor, ¿De qué vale la fe si no tienes obras?

Un cáncer linfático le atacó sorpresivamente, poco a poco comenzó a perder las fuerzas, sabía que esta sería su última lucha que no podría enfrentar.

Hizo suyas las enseñanzas del Papa Francisco “la Eucaristía no es un premio para los buenos, sino la fuerza para los débiles” musitando débilmente esas hermosas palabras se le fue su azarosa vida, sin abandonar su amigo de siempre: el hermoso acordeón y su infaltable gorro de lana chilote...

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