Agosto es un mes dedicado a la niñez y, sin embargo, a 50 años del golpe de Estado no podemos olvidar cómo ese periodo de vida fue arrebatado a cientos de niños y niñas durante la dictadura de Pinochet.
Las cifras son conmovedoras: 307 personas menores de 20 años fueron ejecutadas, de las cuales 75 están en el listado de detenidos desaparecidos. Más de un centenar de menores convivieron con sus familias en prisión, algunos incluso nacieron dentro de ellas. Además, hubo mujeres embarazadas que fueron ejecutadas o desaparecidas antes de que pudieran dar a luz. Casi un millar fueron víctimas de prisión política y tortura al momento de la detención. Sin olvidar, tampoco, a quienes vivieron en el exilio.
Los números son claros y evidencian la brutalidad de los hechos. Pero los relatos lo son aún más. Niños y niñas que sintieron miedo, que vivieron la violencia, que tuvieron que crecer rápidamente; otros, quienes desarrollaron su infancia en tierras remotas de manera obligada, lejos de sus seres queridos y cuyas familias tenían prohibido regresar a su país.
El camino hacia la justicia ha sido difícil y la memoria de Chile es frágil. Nunca debemos dejar de estremecernos ante estas atrocidades. Es momento de transformar esas brutales experiencias en un motor para trabajar por la verdad y la justicia, siempre teniendo presente la memoria para aportar a la construcción de un Chile más consciente.
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