Soy un hombre blanco heterosexual. Tengo 45 años. A los 42 hablé por primera vez del abuso sexual que sufrí a los seis en el IAE que administra la Congregación de los Hermanos Maristas. Por uno de esos hombres consagrados, investidos de estatus espiritual y social, fui elegido, para descargar el poder incuestionable, que le otorgaban siglos de impunidad, sobre mi cuerpo indefenso y paralizado. Donde y cuando él lo decidiera.
La Congregación de los Hermanos Maristas construye su propia cosmovisión. Toda cosmovisión tiene un eje. Aquí es la figura de una madre amorosa. Constituyen una familia criada en el seno de María, mujer que nos protege.
Nuestras propias familias nos entregaban al cuidado de los Hermanos. Con confianza casi ciega y el orgullo de pertenecer. Un privilegio que exigía excelencia. A la excelencia se accede con disciplina. El pacto que nos aseguraba un futuro brillante se sellaba con sumisión.
Castigo físico, maltrato psicológico y presión desmedida eran prácticas cotidianas e incuestionables. La madre amorosa que velaba por nuestro bienestar adoptaba una forma inesperada: ante los alumnos era representada por un varón violento, fuera de sí, amparado por la estructura impenetrable que forman Iglesia y patriarcado.
La omnipresencia de esta madre no se manifestaba, ningún docente laico se atrevía a intervenir, cuando un Hermano retiraba a un niño de su aula y lo llevaba caminando de la mano, a plena luz del día, a la vista de la comunidad, a visitar el infierno. Entonces la madre amorosa ya no tenía poder, se había convertido en un objeto para uso exclusivo de un grupo de machos; era un disfraz siniestro.
Mediando 2015 empecé a completar recuerdos parciales y a resignificar mi historia de abuso. Vivo y crío a mis hijxs en la ciudad que vio nacer el movimiento #NiUnaMenos ese mismo año.
Antes de escuchar mi propia voz, la lucha feminista lograba instalar el reconocimiento del patriarcado como enemigo común. Gritó las denuncias de femicidios, violaciones, golpes, acoso, abusos que padecen mujeres, niños, otras vivencias de género y cualquier otrx diferente del macho. Fue entonces que otras figuras femeninas, las de carne y hueso, me enseñaron a romper el silencio y poner el cuerpo en la lucha colectiva.
En aulas y pasillos del colegio donde fui educado, sometido y ultrajado, circulaban delincuentes sexuales protegidos por su propia red de encubrimiento. Esta dinámica de abuso de poder y violencia sobre miles de niñxs es otra de las caras del patriarcado. Otro de sus delitos. Quienes lo vivimos en carne propia décadas atrás entendimos que podemos y debemos exigir justicia.
Empoderamiento. Resiliencia. Resignificación. Palabras que hoy son herramientas que construyen un pensamiento nuevo. 35 años atrás las víctimas de estos depredadores no conocíamos el término Abuso Sexual Infantil.
Tampoco sabíamos que nuestra soledad, desamparo y entrega a un ideal impuesto, por nuestras familias, por el entorno, eran el escenario ideal para atacarnos, presas de la misma estructura enferma que se replica en todo estrato social donde el macho es quien manda y la figura femenina, siempre madre, siempre vírgen, es parte del decorado.
Somos varios los hombres que nos atrevimos a hablar del abuso que vivimos. El miedo y el prejuicio permanecen. El género insiste en acorralarnos. El grito de las mujeres en las calles, los medios, las redes sociales, los barrios, empuja nuestros límites y nos enseña a reconocernos víctimas para mutar en sobrevivientes.
Como víctima, pude recibir ayuda de organizaciones sociales, de profesionales y de la comunidad que me rodea. En el camino encontré a lxs mismxs referentes de la lucha por la reivindicacion civil de género que acompañan desde hace décadas, ola tras ola, la misión de desarticular la maquinaria sangrienta del patriarcado. Desde Hiparquía hasta Lemebel, todo lo que se ha dicho, escrito, pensado, cantado y gritado, nos guía para seguir sacando la voz.
La madre que protege existía entonces allá afuera, y nos buscaba. Está en compañeras, hermanas, tías, madres, primas, tías, desconocidas, conocidas, no madres, vírgenes y no vírgenes, trans, cis, grandes y chicas. En todas ustedes. Porque existen hoy el #NiUnaMenos, #MeeToo, #NuncaMás, nosotros hombres adultos sobrevivientes de Abuso Sexual Infantil nos reconocemos. Y seguimos vivos. Gracias.
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