Los dichos del diputado Urrutia y el gesto de Pamela Jiles, en el que muchos nos sentimos interpretados, repone con fuerza la idea de lo poco resuelta que está nuestra historia reciente, y de lo mucho que nos falta en la construcción de una cultura democrática, dejando a la vista la falta de determinación del Estado para poner un nunca más, y establecer una frontera clara a las violaciones a los derechos humanos.
El Golpe, la dictadura y las violaciones a los DDHH, vuelven sobre la sociedad chilena, igual que un trauma vuelve sobre la vida de un individuo que no lo ha elaborado ni resuelto. La experiencia de la muerte y el miedo aparecen como un trauma transgeneracional, que se ve amplificado por nuestra identidad tejida de la mano del miedo y del orden.
Pero los traumas se resuelven mirándolos de frente, sin miedo. Necesitamos hablar, revisar y elaborar, aprender de ellos, y establecer una nueva realidad - mejorada - después de la experiencia, así el trauma es una oportunidad para crear un nuevo límite. Pero es bastante evidente que en Chile aún no hacemos ni la revisión profunda, ni el aprendizaje.
Estamos en una especie de limbo, un espacio sin límites para el ejercicio del abuso, de lo que Hannah Arendt llamó la banalidad del mal, perdiéndonos la oportunidad de hacer el aprendizaje, e integrar la memoria en nuestra cultura, con un nunca más que se materialice en leyes que prohíban la incitación al odio, que prohíban erigir como héroes a quienes exterminaron a sus conciudadanos, sin más calles ni monumentos que ensalcen la dictadura sangrienta que hemos vivimos.
Así como en otras sociedades se originaron nuevos marcos jurídicos y éticos (Alemania) después de enfrentar y limitar el mal, en Chile necesitamos una respuesta más contundente y definitiva de parte de Estado, de sus instituciones y de la sociedad en general para reparar dando garantía institucional de no repetir la historia de una dictadura y violaciones a los DDHH.
Crear una cultura democrática tiene muchas capas y complejidades, especialmente porque vivimos de manera contradictora la identidad entre acciones y valores.
El desajuste simbólico, el doble estándar frente al mal, por fin generó indignación en una parlamentaria que deja de manifiesto que es algo que nos permitimos demasiado tiempo, por miedo, por ineptitud política, por desilusión y por todas las anteriores, pero que hoy nos impele avanzar, a elaborar y a expresar los aprendizajes pendientes pero urgentes.
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