Este 30 de agosto se conmemoró en todo el mundo el Día Internacional del Detenido Desaparecido. Declarado así por Naciones Unidas en 2011, este día era conmemorado desde mucho antes por las organizaciones de familiares de detenidos desaparecidos. Justamente es la lucha de las organizaciones la que impulsa a Naciones Unidas a instaurarlo y, mucho antes de eso, en diciembre de 2006, a adoptar la Convención para la Protección de todas las Personas contra las Desapariciones Forzadas.
El interés especial del sistema internacional de derechos humanos por este crimen deviene de las características tremendas que rodean una desaparición forzada, afectando no sólo a las víctimas, sino también a sus familias, amigos y a comunidades enteras.
“Nadie les ha explicado con certeza si ya se fueron o si no, si son pancartas o temblores, sobrevivientes o responsos”, dice Mario Benedetti en un poema.
Es que la incertidumbre es característica de cualquier desaparición forzada, sea en contextos de desapariciones sistemáticas y generalizadas, y por tanto constitutivas de crimen de lesa humanidad, o de manera aislada e incluso en contextos democráticos, como delito común.
En todos los casos, “¿Dónde Están?” es la interrogante que nunca abandona las búsquedas incansables de los familiares, quienes tocan puertas de cuarteles, centros de detención, iglesias, oficinas públicas y medios de comunicación intentando averiguar alguna información. Si la víctima vive, dónde está detenida y en qué condiciones, o si fue asesinada, cómo vivió sus últimos momentos y dónde están sus restos. La angustia de una búsqueda se puede extender por años, incluso por décadas.
Lo saben los familiares, en su mayoría mujeres, de las y los detenidos desaparecidos durante la dictadura. A casi 44 años del golpe de Estado, momento en el que se detuvo a los primeros detenidos desaparecidos, las familias siguen intentando encontrar una hebra de la historia que les permita llegar hasta sus padres o madres, hermanos, cónyuges o amigos/as. Aunque sea un pequeño trozo de verdad que los acerque a las últimas conversaciones, vivencias o circunstancias de muerte. La interrogante nunca se acaba. Si lo único que sabemos cómo seres humanos es que nacemos y que moriremos, la desaparición forzada elimina incluso esa certeza e imposibilita el duelo.
La misma convención de Naciones Unidas sobre la materia define la desaparición forzada desde la negación de información e imposibilidad de actuar del derecho, como “el arresto, la detención, el secuestro o cualquier otra forma de privación de libertad que sean obra de agentes del Estado o por personas o grupos de personas que actúan con la autorización, el apoyo o la aquiescencia del Estado, seguida de la negativa a reconocer dicha privación de libertad o del ocultamiento de la suerte o el paradero de la persona desaparecida, sustrayéndola a la protección de la ley”.
El Estado, el mismo en el que debemos confiar, es el que niega a quien debe proteger, privando a las personas de cualquier información y violando varios derechos que suelen verse afectados en los casos de desaparición forzada: el derecho a la libertad y seguridad de la persona; el derecho a no ser sometido a torturas ni a otros tratos o penas crueles, inhumanos o degradantes; el derecho a la vida, en caso de muerte de la persona desaparecida, el derecho a un juicio imparcial y a las debidas garantías judiciales; el derecho a conocer la verdad sobre las circunstancias de la desaparición, entre otros.
Al igual que muchos en el mundo, como país tenemos que transitar hacia la búsqueda de la verdad y de la justicia con más o menos dolor, y eso estará dado necesariamente por cuánta información entreguen quienes saben qué pasó con nuestros desaparecidos, los más de mil cuyas historias no hemos logrado reconstruir.
“¿Dónde están?” no es sólo una consigna, es un llamado que nos interpela como sociedad democrática y, en especial, a cada individuo que tenga algún dato o algún relato que nos permita reducir la permanente incerteza, a entregarlo. Es un llamado desde las entrañas de nuestra humanidad, un llamado a romper el silencio.
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