Seamos la vida que postulamos

En pedir dicen que no hay engaño. Y en estos días que el mes de marzo ha llegado a su ocaso, pido que el conjunto de personas y colectivos que aún guardan y practican la memoria en torno a los hermanos Vergara, Paulina Aguirre, Santiago, José Manuel y mi padre, en medio del tráfago que implica para los/as residentes en Chile este mes, pudieran, además de participar en las actividades de conmemoración a las que eventualmente se convoquen, darse un momento para tomar un poco de distancia del cotidiano y reflexionar.

Pido que este año las conmemoraciones, si las hay, no sean un ritual más que se acoplan al flujo incesante de actividades que van armando el transcurrir del calendario. Que haya actos, por supuesto, pero que ojalá las personas y comunidades puedan aprovechar esta fecha para darse un momento de pausa, para pensar, evaluar, conectarse y proyectar.

Los rituales cumplen una función social, sino no perdurarían en el tiempo. Pero hay un riesgo cuando éstos se reifican y se vuelven institución normalizada y normalizadora. Ello también vale para la memoria.

Y no es difícil imaginar que estos muertos pueden ser convertidos en grandes fotografías desplegadas que se les conmina a aparecer para luego retirarse al baúl de la historia, hasta la próxima fecha, como un producto de ocasión, haciéndoles perder su capacidad de intervenir el presente.

Por ello escribo como cuando uno tira una moneda en una fuente de agua pidiendo un deseo. Y mi deseo es que las personas que quieren conectarse con esta memoria se tomen su tiempo para vivir unos minutos, una media hora, una jornada, la semana - lo que se opte - de reflexión respecto de lo vivido. Más allá y acá de los discursos que se hagan circular, o las costumbres que estos días vengan a activar.

En esta fecha hubo algo que quebró el cotidiano, en condiciones que vivíamos un tiempo de estados de excepción, donde todo era fuera de lo cotidiano. Pero esto sobrepasó a lo que incluso, de modo extraordinario, nos estábamos acostumbrando. Y siendo un caso terrible, luego de ponernos en pausa, repasamos lo acontecido, nos vinculamos con lo que sentíamos, revisamos las opciones, y dijimos basta. Y nos activamos.

Démonos un momento, bajo otras condiciones, para ponernos en pausa y repasar en soledad y junto a otros lo vivido en aquellos años; lo que hemos hecho cada uno en el tiempo que le siguió, en lo que estamos hoy, y hacia donde queremos empujar este carro, este empeño colectivo que llamamos vivir en sociedad.

Tener un gobierno donde Cardemil es autoridad política; una región donde los presidentes deben renunciar por corrupción y otros corruptos asumen como presidentes; un globo donde alguien como Trump es verosímil, da para pensar.

Una sociedad internacional que niega a la mitad de la población mundial, por el solo hecho de ser mujer, da para pensar.

Una Europa que se considera heredera de los ideales de la emancipación democrática que deja morir a gente en el Mediterráneo, en condiciones que vienen escapando de guerras, da para pensar.

Y la lista es extensa en una multiplicidad de tópicos y causas. Y si esto ocurre es porque lo estamos permitiendo. Porque no hemos estado a la altura en el desafío de detenerlo y de activar las fuerzas creativas para lograr modos alternativos de convivencia que generen ya las transformaciones urgentes que la realidad reclama.

En estos días ojalá flameen banderas y hayan discursos sentidos y encendidos, muchas velas, guitarras y diversas formas de expresión que marquen simbólicamente lo acontecido.

Y si no ocurre eso, que hayan fotos compartidas en las redes sociales, con muchos likes, y frases inteligentes de 140 caracteres.

La probabilidad que ello pase o no, no es lo que más me inquieta. Lo que me preocupa es que nuestros muertos estén desconectados - no por su responsabilidad - de lo que ocurre en los espacios de acción en que cada uno de nosotros puede realizar transformaciones.

Si eso acontece, esta memoria, su memoria, pierde sentido. Pues reducimos sus existencias al advenir eterno de una fecha que llega y caduca, sin que nos interpele en lo personal y colectivo.

Démonos el tiempo para auscultarnos. Rafael, Eduardo, Paulina, Santiago, José Manuel y mi padre eran personas de acción. Con sensibilidad, reflexión, estudio, sí. Pero de acción. Por eso los mataron. Porque no se quedaron rumiando la derrota. Le hicieron frente, sin miedo. Con amor y coraje. Generando transformaciones en los espacios y a la escala en que ellos pudieron ser un aporte. Lo fueron al punto de convertirse en un problema que requería una solución final.

Conectémonos con su fuerza. Que no se ocupen sus nombres para apuntar cuán malos son los otros. Eso es estéril. Que no se les cite sólo para recordar lo buenos y extraordinarios que eran como personas, y que nosotros estamos de su mismo lado. Eso es conmovedor y probablemente sincero, pero insuficiente.

Si se van invocar sus vidas que sea porque cada uno, en el diálogo interior y colectivo que realice, está determinado a realizar cambios de veritas. En la causa y escala que se escoja.

No más ritual de la muerte. Decisión de ser, con otros, la vida que postulamos.

Eso pido.

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