Un violador en tu camino

Pedro Rodríguez Carrasco
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La intervención de Las Tesis en la vía pública, repetida, multiplicada y exportada a todos los rincones del mundo, deja en evidencia muchas cosas. Hay un sentimiento amplio y fuertemente compartido, de querer cambiar las cosas y de no aceptar que siga naturalizado en las sociedades el maltrato, la indignidad, el abuso y la impunidad para los agresores.

Han sido las mujeres, con una lucidez y una capacidad de expresión artística de alto impacto, quienes vienen a salvar la convivencia humana. No paran de reinstalar, modificar, adecuar a los contexos, hasta que los cambios reales sean irreversibles.

Parece simple que unos cuantos movimientos corporales, coordinados grupalmente, que un ritmo y un canto de melodía monódica, que una letra provocadora, pero con interesantes matices que insinúan más de lo que se dice, den como producto algo que alcanza los niveles de esta intervención.

“La violencia que no ves - La violencia que ya ves” supone en el auditor abrir los ojos al relato puesto por la intervención, lo cual a su vez sugiere que sin la denuncia de las mujeres, que “el patriarcado es un juez”, la sociedad seguiría secuestrada por prácticas machistas naturalizadas.

¿Significa que todo cambiará automáticamente? No, pues cambios de este tipo requieren penetrar hasta las convicciones más profundas, requieren de una internalización simbólica que haga sentido en los individuos y llegue a ser lenguaje compartido socialmente.

Difícil que un cambio así no genere resistencia, rechazo, desagrado e indignación.

El relato de la intervención “Un violador en tu camino” ha generado escozor, empiezan a aparecer hombres ofendidos y preocupados por este “desmadre”.

Dicen no merecer y no querer ser calificados de “violadores” por el solo hecho de ser varones. Y sí, falta procesar, asimilar y mirar en perspectiva lo que nos ofrece aquello que las mujeres han mostrado al crear y llevar a cabo esta intervención, que sigue resonando en todo el mundo.

En su sentido más amplio posible, a los hombres nos toca asumir un momento histórico en el que nos están ayudando a regresar donde siempre debimos estar: de igual a igual, sin superioridades artificiales, en la sola diferencia que nos enriquece y no en una que nos subyuga los unos a los otros. Se le canta no al varón que pudimos ser y estar siempre en ese cara a cara, dignos compañeros de ruta, capaces de empatía, sensibles al consentimiento, inteligentes en lo relacional, más que en la astucia egocéntrica y competitiva de los negocios patriarcales.

¿Qué es el patriarcado? Es una cosmovisión donde el varón tiene un poder naturalizado frente a la mujer, del mismo modo que lo aplica ante la tierra, ante las cosas, ante los más pobres, etc.

Desde esta naturalización no se ve la violencia histórica sufrida por las mujeres, porque estas “pertenecen y no se mandan solas” y esto es precisamente lo violento. Sin embargo, una vez que se hace presente, que se pone nombre a esta violencia, se la describe y problematiza, que se la lleva a la vía pública, entonces se empieza a ver, queda visibilizada en tanto evidenciada.

El patriarcado, arraigado casi en los huesos, arremete y plantea los contra argumentos que culpan a la mujer de su propia violencia: que dónde vas, que cómo te vistes, que con quién sales, que con quién hablas, pues desde el poder patriarcal hay prohibiciones.

“Es un juez que nos juzga al nacer”. La mujer no decide, la mujer no tiene, la mujer no sabe, la mujer corre peligros, la mujer se debe a su marido!!! Y hoy, en las calles se empieza a escuchar otro símbolo y otro significado, la autodeterminación inalienable.

Con el patriarcado la violación ocurrió mucho antes que se materialice en el sexo, ocurrió en la subyugación contra la voluntad, en la construcción de instituciones y aparatos Estatales con ADN patriarcal, donde las policías, los jueces y, por sobre todo, quien preside el poder ejecutivo, entiende como natural el sometimiento de la mujer a intereses machistas.

Lo mismo pasa con los pobres y con todos los ciudadanos considerados parte del inventario de la nación y no protagonistas de su historia.

Toda vez que alguien se cree con derechos para determinar los destinos de otro, ejerce violencia. Cada vez que se decide quien va a cursos de ética y quién va a la cárcel, se es juez del sistema patriarcal.

El problema se hace agudo, aunque no más grave, frente a carabineros cuándo estos, que tiene el mandato y un ideario de protección hacia los ciudadanos, se transforman en el escarmiento precisamente a partir de características que han sido vejámenes históricos: torturas con connotación sexual, humillación de género, degradación de la dignidad humana.

Hermosa intervención que, en su feroz crudeza, muestra un horizonte de dignidad para el género humano.

Para allá vamos, aunque nos cuesten los ojos.

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