En las redes sociales, los noticieros, los matinales, la prensa digital y escrita se habla de violencias: de la Cámara de Diputados por no haber aprobado el informe de la Comisión Investigadora de las muertes de niños, niñas y adolescentes bajo la custodia del Sename u organismos colaboradores; la rebaja de la condena de quien mutiló la vida de Nabila Riffo en una calificación del intento de matar y el dolo; la violencia de un bus que niega el reconocimiento de igual valor y dignidad de aquellas personas cuya orientación o identidad sexual no es la heterosexual o la cisgénero.
Y el fin de semana recién pasado, la Junta Nacional de la Democracia Cristiana aprobó la candidatura a diputado de Ricardo Rincón, un hombre condenado por violencia verbal, psicológica y física contra su ex pareja bajo la ley 19.325, juicio que se ventiló en los tribunales civiles.
El hecho afectó tan fuertemente la candidatura presidencial de Carolina Goic, que la senadora está reconsiderando su postulación a La Moneda. El voto DC no solo fue un voto a favor de Ricardo Rincón sino, más que nunca, uno en contra de una candidata mujer que se la estaba jugando por las mujeres y el rechazo a la violencia de género.
Por otro lado y pese a los reclamos, se mantiene la violencia simbólica en la re victimización de Nabila a través de algunos que buscan captar votos utilizando su imagen e historia. O en la discusión parlamentaria entrampada en nombrar a responsables políticos y no en reparar o pensar en conjunto las políticas públicas para proteger a niños y niñas y ni hablar respecto de la suspicacia eterna hacia las mujeres y niñas que podrían hacer uso de la causal por violación y la posibilidad de interrumpir el embarazo cuando quedan embarazadas.
Más fuerte es la violencia simbólica cuando diputadas y diputados en la Comisión de Constitución de la Cámara de Diputados, en la discusión sobre el nuevo proyecto de ley sobre violencia de género en contra de las mujeres, rechazan la expresión género porque a su juicio alentaría una idea de lucha de los sexos.
Cada una de estas violencias no atiende a sus causas estructurales ni a la discriminación que éstas conllevan, y elude de una manera certera las obligaciones del Estado. Es decir, muchos de ellos no entienden nada.
Distintos actos de violencia están en el origen de los hechos comentados, así como diversas son las reacciones de la sociedad y de las instituciones frente a ellos. Lamentablemente, tienen algo en común, revelan la violencia simbólica y una visión de las mujeres y personas transexuales que silencia, condena y cierra los ojos ante la violencia que concretamente han sufrido mujeres como Nabila, Carolina, Nicole o Litzi y niñas como Lisette.
¿Cuándo comprendemos que la violencia se gesta en nuestras actitudes cotidianas, en nuestros silencios?
¿Cuándo los hombres que representan mucho más que la mayoría en todas las instituciones con poder de decisión comprenderán que la violencia simbólica es la que deja la sensación sutil y soterrada que “legitima” la violencia concreta?
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