La paradoja de la felicidad

¿Qué es felicidad? Gran cuestionamiento. Respuestas diferentes en función de los intereses y motivaciones de cada ser humano. Acumular posesiones, bienestar en términos de salud, equilibrio emocional y psicológico, sanidad en términos de relaciones humanas, etc. son algunas dentro de miles de reacciones que podríamos recoger.

Según el último Informe de Felicidad publicado por la Organización de Naciones Unidas (O.N.U) durante este año, Chile es el país más feliz de Latinoamérica, ubicándose en el lugar N°25 en una muestra 156 países, superando por muy poco a Brasil y Argentina. 

El estudio midió la felicidad interrelacionando el Producto Interno Bruto (P.I.B) per cápita de cada nación, el apoyo social, esperanzas de vida, indicadores de generosidad, libertad personal y niveles de corrupción. Nuestro país mostró una leve recuperación respecto al año 2005 (anterior medición) donde se posicionó en el lugar N°27.

En el papel, los datos lucen satisfactorios, sin embargo, no nos alcanza para escaparnos de la «Paradoja Latinoamericana» de la Felicidad ¿Qué es esto? Pese a que los índices generales de la economía, tales como crecimiento y desempleo muestran una evolución favorable durante los últimos años, la población manifiesta una insatisfacción generalizada respecto al comportamiento de la sociedad.

Por ejemplo, evalúa con calificación 4.1 las oportunidades que el país les entrega y, en ámbitos como participación y seguridad, la nota es roja.  Adicionalmente, se aprecian contradicciones importantes. Regiones con altos indicadores de satisfacción, han sido foco de importantes revueltas sociales y elevadas tasas de suicidio entre los jóvenes.

Por lo tanto ¿cómo podemos explicar esta mejora en los indicadores de «Felicidad» ante tales incongruencias?

Algunos estudios explican que el sostén familiar otorga la consistencia necesaria para sentirse feliz, más allá, de lo que experimentemos en la vida cotidiana. No obstante, hay algunos elementos que me interesa adicionar en este contexto.

En primer lugar, somos altamente aspiracionales, por ende, aunque nuestra felicidad sea un «castillo de naipes» difícilmente lo reconoceremos.

¡Seamos sinceros! «mirarnos a nosotros mismos» y ver las cosas tal como son, es una situación compleja que conlleva una serie de acciones y decisiones que habitualmente preferimos acallar.

Hay veces que, sencillamente, nos conformamos (resignamos) con lo que tenemos.

Expresiones como ¡esto es lo que hay! nos acercan más a una baja autovaloración que un nivel de confort saludable.

En segundo lugar, en general, tenemos cierto miedo a la vida.Si consultan respecto a mi felicidad, obviamente respondemos ¡Sí!  Responder no, nos expone a cierta vulnerabilidad respecto al estatus social y a una misteriosa inseguridad personal.

Como conclusión personal, si queremos acercarnos a un nivel de bienestar más conciente y real, independiente de mediciones, debemos cuestionar y transparentar nuestros miedos y temores.

¿Por qué tengo miedo? ¿Por qué no identificarme con la bienaventuranza? Quizás, es lo único que frena el acceso a una felicidad más plena. Te invito a reflexionar al respecto.

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