Un reciente estudio revela un dato esperanzador: 57,6% de las personas cree que debería existir una ley que obligue a donar o rescatar alimentos. Este hallazgo no solo es un número, es una clara expresión que la sociedad comienza a comprender que el desperdicio de alimentos es evitable y que se transforma en una de las paradojas más inaceptables de nuestro tiempo: mientras más de 800 millones de personas padecen hambre, cada año el mundo desecha más de 1.000 millones de toneladas de alimentos.
La encuesta regional sobre percepción de desperdicio de alimentos 2025 confirma esta tendencia. En Chile, 80% de las personas reconoce que el desperdicio contribuye al cambio climático, y 45,5% lo considera un problema urgente que requiere medidas inmediatas. Se trata de una conciencia que empieza a enraizar, pero que aún enfrenta enormes desafíos: solo cuando la ciudadanía percibe la gravedad de un problema se movilizan las fuerzas políticas y sociales para transformarlo en prioridad pública.
El desperdicio de alimentos no es solo un tema de eficiencia económica o de gestión ambiental. Es, sobre todo, una cuestión ética y de justicia social. Tal como hemos planteado en otros ámbitos, los determinantes sociales de la salud nos enseñan que las condiciones materiales y culturales en que vivimos son también las que definen nuestra inclusión o exclusión social. Dejar que toneladas de alimentos terminen en la basura mientras comunidades enteras carecen de lo básico no solo profundiza desigualdades, también erosiona nuestra cohesión social y nuestro sentido de humanidad compartida.
Las experiencias de rescate de alimentos -ya sea desde los hogares, los comercios, o mediante marcos legales- muestran que sí es posible generar un cambio estructural. Pero, como recordaba Althusser, las transformaciones requieren reproducir nuevas condiciones de producción y de vida; y en este caso, esas condiciones no son otras que una cultura ciudadana del cuidado y la corresponsabilidad.
Hoy tenemos la oportunidad de dar un paso decisivo. Una ley que obligue a rescatar alimentos puede ser un avance significativo, pero no será suficiente si no logramos instalar prácticas cotidianas de consumo responsable, solidaridad y compromiso ambiental. La encuesta nos recuerda que la ciudadanía está dispuesta, que la semilla ya está sembrada.
En este contexto, el Día Internacional de la Conciencia sobre la Pérdida y el Desperdicio de Alimentos llama a movilizarse en escuelas, universidades, ferias libres, municipios y organizaciones sociales para generar actividades de toma de conciencia. Solo con un esfuerzo colectivo podremos transformar la indignación ética en acción social efectiva. Porque cada plato que rescatamos es una victoria contra el hambre, contra el cambio climático y contra la indiferencia.
En América Latina y el Caribe, 66 ciudades de diez países participan en la Red de Ciudades Intermedias y Sistemas Alimentarios (Red CISA), con el apoyo técnico de la FAO. Esta red facilita la cooperación y el intercambio de conocimientos sobre la gobernanza de los sistemas agroalimentarios entre autoridades y equipos municipales.
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