Estamos surfeando por distintas etapas durante esta crisis de COVID-19. Partimos con incredulidad, al igual que AMLO en México y otros líderes mundiales, atribuyéndole a este virus características de un resfrío común.
Luego pasamos al estado de alarma, pidiendo cuarentena total, sin importar la pérdida de empleos y la caída brusca de la economía. Sólo pensábamos en resguardarnos de la pandemia, que estaba cobrando miles de vidas en Italia y España de manera creciente.
Hoy estamos en plena etapa de acción consciente, aprendiendo a operar en estas nuevas circunstancias. Empezando a tomar resguardos. Aceptamos que el uso de mascarillas es un imperativo para protegernos y proteger a los otros.
Entendemos el levantamiento de algunas cuarentenas para salvar las pérdidas económicas de diversas industrias, y estamos viendo cómo hasta Banco Estado está lanzando salvavidas a empresas como Latam Airlines.
Transitamos lentamente hacia la etapa del trabajo con cuidado, para dar la pelea al coronavirus, algunos desde las oficinas, y otros desde las instalaciones en primera línea.
Si bien aún queda lo más duro, ya parece avizorarse al final del camino, la era de la nueva normalidad, que será en realidad una nueva forma de relacionarse y de producir y que se mantendrá en adelante.
Ese nuevo escenario nos obligará a ser más eficientes con los recursos disponibles.
Nos enfrentará al desafío de ajustarnos haciendo una revisión profunda e interna, tanto personal como a nivel de empresas y organizaciones, que requerirá tomar en cuenta y tener muy presente la visión de nuestra gente, lo que será imprescindible para la legitimidad del proceso, ya que quizá se va a prescindir de personas y activos.
Ahí vendrán las otras víctimas de este embate. Por eso, por ahora debemos seguir transitando con verdaderas acciones conscientes.
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