Chile en los BRICS: una oportunidad económica estratégica

En un escenario global fracturado y donde el poder económico se redistribuye aceleradamente, Chile enfrenta una disyuntiva histórica: seguir anclado a mercados tradicionales en declive relativo o, de manera audaz, diversificar sus alianzas hacia polos de crecimiento dinámico. La posible incorporación al bloque de países de los BRICS trasciende la simbología diplomática: es una herramienta concreta para generar resiliencia económica, acceso a mercados de alto consumo y financiamiento innovador para proyectos locales. Ignorar este ventanal de oportunidades sería un costoso error estratégico para nuestras pymes, mipymes, trabajadores y territorios postergados.

La actual concentración de nuestras exportaciones en mercados maduros nos hace vulnerables a sus ciclos recesivos y recientes olas proteccionistas. Los BRICS ofrecen un antídoto, ya que no solo agrupan a 3.200 millones de consumidores (42% población mundial), sino que proyectan un crecimiento colectivo del 3,4% para 2025 (FMI), triplicando al G7.

Chile debe avanzar en procesos de integración regional, en especial con Brasil, el país más industrializado de la región. La integración nos permitirá competir en mejores condiciones, negociando en bloque, y no solo con las economías más grandes del planeta. Nuestra economía, que se caracteriza por altos niveles de concentración y diversificación, basada en commodities y productos de bajo valor agregado, desarrollada históricamente desde una perspectiva rentista y con los más bajos niveles de innovación del planeta, debe encender una alerta que se esconde, pero que debemos enfrentar.

Por ello, se necesita dar un salto tecnológico para ser competitivos en los mercados internacionales, lo que conlleva mayor innovación, encadenamientos productivos con economías locales, pero, sobre todo, nuevas posibilidades de cooperación e integración para expandir nuestros productos a nuevos mercados. Adherir al BRICS implicaría negociar "aranceles preferenciales" para 10 mil productos chilenos más allá del cobre; desde salmones y frutas frescas con India, hasta hidrógeno verde y servicios tecnológicos con China. Esto permitiría a las pymes agroindustriales, por ejemplo, reducir costos logísticos mediante centros de operaciones regionales en São Paulo o Johannesburgo, multiplicando su base de clientes sin depender de la volatilidad europea o norteamericana.

Por otra parte, el Nuevo Banco de Desarrollo (NDB) de los BRICS es una alternativa real al financiamiento tradicional. Ha desembolsado US$32.000 millones desde 2015, con tasas bajo mercado y plazos extendidos, priorizando infraestructura sustentable y descentralizada. Para Chile, esto se traduciría en créditos accesibles para que municipios financiaran proyectos a los que hoy no tienen capacidad de acceder, a pesar de su alta rentabilidad económica y social, tales como plantas solares en Calama, sistemas de desalinización o de agua potable rural en La Araucanía, conectividad digital en Chiloé, plantas de reciclaje de plásticos u orgánicos u otros proyectos de alto impacto, accediendo a financiamiento sin los ajustes recesivos que suelen imponer otros organismos. Esto, por poner algunos ejemplos.

Se trata de un modelo probado, ya que Sudáfrica financió de esta manera 15 proyectos eólicos, generando 2.100 empleos locales; o India, que desarrolló 600 kilómetros de metro ligero. Nuestras regiones y provincias podrían replicarlo, saltando décadas de rezago en inversión pública.

La dolarización crónica de nuestro comercio expone a los exportadores a bruscas oscilaciones cambiarias que devoran su rentabilidad. Los BRICS impulsan un sistema de pagos en monedas locales (como el acuerdo Yuan-Real) y reservas compartidas, reduciendo costos de cobertura cambiaria hasta en 30%. Por ejemplo, para una mediana empresa frutícola de Curicó o una bodega vitivinícola del Maule. Esto significaría precios estables y contratos a largo plazo con supermercados chinos o indios, sin temor a que una subida de la Reserva Federal de EE.UU. arruine su temporada.

Este proceso, además, fortalece nuestra autonomía ante sanciones extraterritoriales: Rusia, por ejemplo, mantuvo su comercio agrícola con Irán y Egipto mediante este mecanismo, pese a las restricciones occidentales a raíz de la guerra con Ucrania.

¿Y las "ideologías" presentes en los gobiernos del BRICS? Muchos se preguntan, escandalizados, sobre los gobiernos presentes en este bloque, sus políticas e ideologías. En lo personal, tengo profundas diferencias con muchos de ellos. Sin embargo, lo importante aquí es aprender de los casos de éxito de la experiencia internacional, en especial, para la colaboración público-privada y, en segundo término, las consideraciones de realismo económico en beneficio de nuestra población.

Criticar los BRICS por su heterogeneidad política ignora nuestra propia historia exitosa de acuerdos con gobiernos diversos: Desde el TLC con China (2010) hasta la Alianza del Pacífico con México y Colombia. Este bloque no exige alineamientos ideológicos: se trata de un mercado funcional donde Chile puede posicionarse como distribuidor de alimentos sustentables, litio verde y servicios logísticos para Asia y África. Mientras India lidera en inteligencia artificial para agricultura de precisión, China avanza en digitalización de cadenas de frío; todas tecnologías que nuestras pymes podrían adoptar en el marco de un trabajo conjunto al bloque BRICS.

Rechazar esta oportunidad por prejuicios equivale a condenar a Chile a perder el tren de la Cuarta Revolución Industrial. Esta incorporación exige un debate serio, lejos de eslóganes geo-politizados instalados por potencias que desean seguir aprovechando su posición ventajosa en desmedro nuestro. Quienes ejercemos cargos de poder local vemos cómo la monoexportación y la falta de inversión ahogan a comunas y regiones enteras. Los BRICS ofrecen instrumentos prácticos para crear empleo; por ejemplo, en energías renovables en Antofagasta, tecnificar la agricultura familiar en O'Higgins o exportar software desde Concepción.

No es una panacea, pero sí una palanca única para reducir la desigualdad territorial con recursos frescos y mercados dinámicos. La autosuficiencia del siglo XXI se construye con más opciones, más alianzas y menos dogmas. El momento de decidir con audacia es ahora.

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