Dementia

Manuel Riesco
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Dicen los entendidos que la demencia se manifiesta principalmente en la obnubilación con algunos aspectos de la realidad, los que hacen perder de vista otros más importantes.

Si nos ceñimos estrictamente a estas definiciones, debemos concluir que, lamentablemente, El Mercurio, el Ministro y el Presidente, se habrían vuelto locos: no se podría entender de otro modo la propuesta de los últimos, que el primero ha aclamado editorialmente, escribiendo: "Arancel cero: reforma trascendental, culminación de un proceso histórico."

Existe otra posibilidad: que todos ellos estén en sus cabales, pero insistan en acoger con entusiasmo estas demencias teóricas de profesores y tecnócratas neoliberales, porque vienen de perillas a sus conveniencias de grandes rentistas.

Como sea, es tiempo que el país y la oposición reaccionen de una vez por todas contra esta dañina casta, en defensa de trabajadores y empresarios nacionales productores de bienes y servicios.

El problema con la reforma tributaria propuesta por el gobierno no es la eliminación de algunos resquicios que hoy permiten a un puñado de personas muy ricas eludir impuestos por más de mil millones de dólares anuales, según la estimación del ministro de Hacienda.

Tampoco, mantener la tasa a las empresas en 20 por ciento, que siendo muy baja reporta otros mil millones o más. Lo malo del asunto, es que dos tercios de esa recaudación adicional se devuelve, mayormente a los de siempre: se les saca la plata de un bolsillo para ponerla en el otro.

Más de un cuarto de las devoluciones va a parar a personas de ingresos elevados a quiénes se reduce la tasa de impuesto de segunda categoría.

Cerca de otro cuarto se devuelve a los que contratan empréstitos, subsidiando de este modo esa forma de financiamiento, en beneficio principal de grandes bancos y empresas.

Otros cien millones de dólares por año los devuelven como subsidios a los gastos en educación privada, en lugar de aportar directamente esos recursos a la educación pública ¡que vaya que los necesita!

Otro cuarto se esfuma al eliminar los pocos aranceles que todavía quedan: alrededor de 500 millones de dólares anuales. Según han declarado las autoridades, ello beneficia principalmente las importaciones de gas y petróleo, cuyos principales consumidores individuales, de muy lejos, son las grandes mineras.

Desde el punto de vista conceptual, lo más dañino es sin duda lo último: un guiño póstumo de los hijos de Pinochet a sus maestros Friedman y Harberger.

Según El Mercurio, "esta auténtica política de Estado aplicada por los últimos seis gobiernos ha redibujado el paisaje económico, social y cultural de Chile."

En efecto, lo ha transformado en una vulnerable economía exportadora de recursos naturales, que tienen escaso valor agregado porque su explotación ocupa poquísimos trabajadores. Al mismo tiempo, ha liquidado la producción de bienes y servicios que compiten con importaciones, manteniendo a la fuerza de trabajo en ocupaciones precarias, principalmente en el comercio y finanzas y servicios sociales y domésticos, que agregan muy poco valor o ninguno.

Aparte de eso, más de un ocho por ciento se ha mantenido desocupada, en promedio, desde la aplicación de "esta auténtica política de Estado."

Las cifras al respecto son pavorosas: la minería ocupa apenas el 1,5 (uno coma cinco) por ciento de los trabajadores asalariados del país, sin embargo, representa casi un cuarto de las ventas totales de las cien mayores empresas: 23,7 billones de pesos el 2011, unos cincuenta mil millones de dólares, que equivalen a casi un cuarto del Producto Interno Bruto de ese año; esta comparación es referencial, puesto que el PIB no representa las ventas totales, sino sólo el valor agregado.

Asimismo, ha recibido un tercio de todas las inversiones extranjeras desde 1974 al 2011 y representa el 51 por ciento de los grandes proyectos de inversión, nacionales y extranjeros, aprobados para los próximos cinco años.

El grueso de la fuerza de trabajo está ocupada en el comercio, que ocupa a un cuarto de los asalariados totales, y los servicios sociales y domésticos; también en administración pública y defensa, que representan un siete por ciento de los trabajadores. En conjunto, todas estas ramas de escaso valor agregado ocupan un 53 por ciento de los asalariados.

En otras palabras, para los que ponen la plata, la fuerza de trabajo importa poco. De este modo, las riquezas con que la naturaleza ha bendecido esta tierra se han transformado en una maldición, desde el momento que estas grandes corporaciones rentistas se han apropiado de las mismos sin pago. Por cierto, son entusiastas partidarios de la desprotección arancelaria, puesto que les permite disfrutar de insumos importados baratos. La competencia no les quita el sueño, como a los auténticos capitalistas, puesto que están sentados encima de recursos escasos que les garantizan un monopolio.

Todo ello gracias a la "auténtica política de Estado," aplicada por los neoliberales "a lo largo de los últimos seis gobiernos," como dice el matutino. Sin duda, ésta es la causa principal de la pérdida de poder relativo de los trabajadores en la sociedad. También, de la escasa importancia que se ha dado a su educación o estado sanitario, entre otras consecuencias nefastas.

La idea misma de la apertura absoluta está basada en una utopía: la posibilidad de existencia de un auténtico mercado global, antes que se construya un Estado mundial. Lo que existe desde hace dos siglos es una cosa bien diferente: comercio internacional entre Estados-mercados históricamente determinados.

La fascinación de los neoliberales con los mercados, les ha hecho perder de vista el hecho histórico bien evidente que todos ellos han sido creados precisamente por los modernos Estados que, por su parte, nacieron precisamente con este objeto.

Se trata de una utopía buena, ciertamente, pero utopía al fin; al menos por ahora y muchas décadas por venir. Todos ganarán cuando se haga realidad y por eso mismo alguna vez se va a lograr.

Todos coincidirán que para eso falta mucho. Los neoliberales serán los primeros en sonreír con sorna, llenos de escepticismo ante tal posibilidad. Sin embargo, a pesar de ellos, alguna vez se logrará, con inmenso beneficio para la paz y el bienestar de la humanidad.

Por ahora, a lo más que se puede aspirar en esta materia de modo realista, es a construir espacios de libre circulación efectiva entre países vecinos, regulados y protegidos por instituciones Estatales supranacionales de soberanía compartida.

Por cierto, la "auténtica política de Estado" de los neoliberales ha sido ferviente opositora a la integración Latinoamericana, optando en cambio por transformar al país en estas materias "en un vasallo obsecuente de los EE.UU.," como escribió Michael Prowse en un famoso editorial del Financial Times, refiriéndose a Inglaterra.

A partir de los años 1980, la utopía neoliberal pareció adquirir ciertos visos de realidad. Mientras todo anduvo bien y la economía vivió un largo ciclo expansivo, el comercio internacional creció constantemente a tasas muy rápidas. Sin embargo, llegó la crisis y todo se empantanó. El comercio internacional se frenó en seco y la industria más afectada por la crisis ha sido precisamente el transporte marítimo.

En el caso chileno, se puso de manifiesto la inmensa vulnerabilidad de la economía.

Consultado por El Mercurio del 9 de mayo del 2012 acerca del riesgo de una desaceleración de la economía de China, Will Landers, gerente para Latinoamérica del gigante de capital privado Black Rock ha declarado: "Cuando hablamos de Brasil, exporta sólo el 10 por ciento de su PIB y China representa el 17 por ciento de sus exportaciones, o sea el impacto no es tan grande. Cuando miramos a Chile, con el 60 por ciento de las exportaciones en cobre, China es el principal comprador. El impacto en la economía sería mucho más fuerte."

Tal cual. El 2007, en vísperas de la crisis, las exportaciones chilenas alcanzaron el equivalente de un 47 por ciento del PIB, un record absoluto que superó lejos el máximo de 29 por ciento del PIB alcanzado ¡en 1929!

La caída posterior de las exportaciones fue asimismo la más pronunciada desde aquella, cuando se derrumbaron en más de 82 por ciento y demoraron 35 años en recuperarse: esta vez cayeron un 40,4 por ciento en el primer semestre del 2009 respecto del mismo período en el año precedente.

Cinco años después de iniciada la crisis, y a pesar de precios record del cobre evidentemente inflados por la especulación, las exportaciones chilenas de bienes siguen por debajo de su máximo alcanzado el 2007, si se las mide en pesos corregidos por UF. No es casualidad que la "quiebra símbolo" de esta crisis sea en Chile la Compañía Sudamericana de Vapores.

Ha llegado la hora que Chile adopte una auténtica política de Estado, que no puede ser otra en esta materia que construir junto a sus vecinos e iguales una Latinoamérica integrada. Al mismo tiempo, recuperar para el Estado la renta de los recursos naturales y de ese modo nivelar la cancha para las inversiones de los capitales privados.

Contarán para ello con todo el respaldo y apoyo del Estado, en primer lugar, invirtiendo los grandes recursos obtenidos de la recuperación de la renta del cobre y otros recursos naturales, en la fuerza de trabajo nacional, para convertirla rápidamente en la más calificada a nivel mundial.

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