En la comuna de Independencia se alza, imponente, un coloso de concreto conocido como "Titanic", que simboliza mucho más que un simple edificio. Este representa una política de urbanismo que se propaga como una enfermedad por la Región Metropolitana, pero no de manera uniforme. Por el contrario, las comunas de sectores altos permanecen inmunes, ajenas a las dificultades que abruman al chileno promedio. Este tipo de urbanismo, que promete soluciones habitacionales modernas, en realidad entorpece la convivencia y deteriora la calidad de vida, alterando el paisaje y fomentando una segregación que siembra división entre vecinos. Tal discriminación territorial, implícita en su aplicación, evidencia un desdén por la equidad y el bienestar común de manera deliberada o negligente.
Este gigante, con su densidad abrumadora y su estética intrusiva, se alza como la manifestación física de una política de gestión urbana cuyos efectos se sienten profundamente en el tejido de nuestras comunas. La elección del nombre "Titanic" por los propios vecinos no es una mera casualidad. Así como el famoso transatlántico, grande y supuestamente indestructible, terminó en tragedia, este edificio refleja un destino potencialmente desastroso para la estructura social y urbana de nuestra comuna. Es una alerta sobre el peligro que corremos cuando el interés económico prima sobre el bienestar común y la convivencia pacífica.
El "Titanic", con sus más de 600 departamentos, se ha convertido en un emblema de la saturación urbana, albergando una población que excede con creces su capacidad. Los residentes, confinados, desbordan en una búsqueda desesperada de espacios abiertos, y así, parques y plazas se ven invadidos, perturbando la paz de nuestros barrios tradicionales y poniendo en riesgo la convivencia armónica. Esta densidad, buscada para optimizar el uso del espacio, paradójicamente nos roba no solo metros cuadrados de áreas verdes sino también la tranquilidad y privacidad vitales para una existencia digna. El reducido número de estacionamientos disponibles provoca un caos vehicular, complicando la vida diaria y aumentando la contaminación. Esta sobrepoblación de departamentos también ejerce presión sobre los servicios locales, desde el saneamiento hasta la seguridad, deteriorando la infraestructura y la calidad de vida de todos los habitantes. Es un círculo vicioso donde la calidad de vida se ve continuamente comprometida.
Es urgente que las denuncias y discusiones en medios de comunicación y foros públicos sigan iluminando estos problemas para que no sean ignorados ni normalizados. Como concejala de Independencia, veo día a día cómo la desmedida proliferación de estas estructuras compromete la integridad y la identidad de nuestros barrios. Es imperativo exigir un cambio en la planificación urbana, una que respete la humanidad de sus habitantes y no solo las cifras de ganancias de los desarrolladores.
Como sociedad, no podemos permitir que el "Titanic" y otros edificios similares marquen el rumbo de nuestro desarrollo urbano. Debemos abogar por un modelo de urbanismo inclusivo, que promueva una verdadera equidad territorial y garantice una convivencia sana y equitativa para todos los habitantes de Santiago. Solo así podremos evitar el iceberg hacia el cual estamos, lamentablemente, navegando a toda velocidad.
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