El Pacífico es sagrado, Sudamérica no

La semana pasada se llevó a cabo, en Hawai, Estados Unidos, una nueva cumbre del Foro de Cooperación Económica Asia-Pacífico (APEC), organismo integrado por 21 países ribereños del Océano Pacífico, dentro de los cuales destacan potencias como Canadá, China, Estados Unidos, Japón y Rusia.

Más allá de las conclusiones y las medidas que se puedan haber tomado al término de este encuentro, uno de los hechos más emblemáticos ha sido el pedido oficial, por parte de Canadá, Japón y México, para integrarse al Acuerdo de Asociación Transpacífico (AAT).

Este último es un mecanismo de integración económica nacido en 2005 y que entró en vigencia en 2006. Originalmente, fue creado por Brunei, Chile, Nueva Zelanda y Singapur, quienes fueron los primeros socios de esta iniciativa, pero con el tiempo se sumaron Australia, Estados Unidos, Malasia, Perú y Vietnam.

Ahora, ¿por qué es tan importante que Canadá, Japón y México hayan expresado su interés en sumarse a este acuerdo?

Principalmente, porque si aquello ocurriese, cerca del 40% del comercio mundial se concentraría en este proyecto que actualmente tiene nueve miembros, pero que podría tener 12 en caso que se concreten las adhesiones de los tres países mencionados anteriormente. Y eso que China, el gigante del Pacífico, no ha sido incluido.

Es así que el Acuerdo Transpacífico –como se le conoce cotidianamente- sigue avanzando en pos de su gran meta, que es generar el Acuerdo de Libre Comercio del Asia-Pacífico. De concretarse, éste sería el más grande de todos los TLC firmados en el mundo.

Pero esto no es todo, pues a estas iniciativas (APEC y AAT) hay que agregar, por ejemplo, el Foro de Cooperación América Latina-Asia del Este (FOCALAE) y el reciente Acuerdo del Pacífico, este último firmado por Chile, Colombia, México y Perú.

Por último, cabe recordar que Chile acaba de firmar un TLC con Vietnam –durante la cumbre del APEC- algo que ya hizo antes con Australia, Corea del Sur, China, Japón, Malasia y Tailandia.

En este contexto, cabe pensar en los escasos acuerdos que ha firmado Chile con sus pares sudamericanos. A nivel de TLC sólo aparecen Colombia y Perú, mientras que con Bolivia, Ecuador, Venezuela y el MERCOSUR sólo ha firmado un Acuerdo de Complementación Económica.

Los hechos son contundentes y demuestran que Chile –no sólo ahora, sino que también en la era de la Concertación- siempre miró con mayor atención al Pacífico y sus lejanos vecinos asiáticos antes que a sus camaradas sudamericanos.

Y aunque pueda parecer un despropósito chileno, la realidad demuestra que no es así. El desorden sudamericano ha impedido no sólo la consolidación de una UNASUR firme y potente, sino que también entrabó las negociaciones con la Unión Europea. Tanto así, que el bloque europeo optó, finalmente, por negociar con los países en forma separada (Ejemplos: Colombia y Perú).

Además, las economías sudamericanas aún son muy variadas y con importantes señales de inestabilidad. De los grandes, Brasil parece ser un socio de alta seguridad, pero Argentina dejó de generar confianza hace años.

Colombia y Perú se han acercado a Chile y así, los estados de menor peso económico o con gobiernos algo conflictivos han quedado atrás, al menos en lo que respecta al horizonte económico de los gobiernos chilenos.

Por eso, y quizás con justa razón, pueda entenderse que en términos económicos el Océano Pacífico sea sagrado y, en paralelo, Sudamérica sólo sea un bote a la deriva.

¿Los Derechos Humanos?

Esa es una moneda que hace años se transa en el mercado. Y sin asco alguno.

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