Fin de año en crisis

Manuel Riesco
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Sin que se vislumbre todavía el fondo de la crisis y menos la ansiada recuperación, vale la pena recordar sus principales lecciones hasta el momento: la ocurrencia misma de estos ciclos seculares, el fin de la utopía del dinero y el insustituible rol de económico de los Estados; aparte del recrudecimiento de los movimientos irracionales.

En julio del 2007, una gigantesca ola iniciada en la ruptura de la burbuja inmobiliaria estadounidense y expandida por la alquimia de los llamados “derivados” financieros, se extendió por todo el mundo a una velocidad pasmosa. En pocos días al sistema financiero global quedó en insolvencia e iliquidez.

Parte significativa y desconocida de sus carteras en una “banca sombra,” valían poco o nada. La paralización del crédito forzó a los mayores bancos del mundo a recurrir a los Estados en busca de ayuda.

En pocos meses, la crisis derrumbó todos los mercados, precipitó las mayores quiebras bancarias e industriales de la historia y se convirtió en la recesión más profunda y prolongada de la economía mundial desde los años 1930.

En lo esencial, dicha situación se mantiene aunque la debacle general felizmente ha logrado ser contenida hasta el momento.

La decidida acción de los bancos centrales y gobiernos de todo el mundo evitaron hasta ahora una depresión como la de los años 1930. Los primeros aplicaron políticas de expansión monetaria y los segundos políticas de expansión deficitaria del gasto público, en una escala sin precedentes.

Sin embargo, la persistente influencia de los grandes bancos ha impedido hasta el momento su nacionalización, a resultas de lo cual el valor de sus carteras continúa incierto mientras las inmensas cantidades de dinero emitidas por los bancos centrales y puestas a su disposición se filtró para inflar nuevas burbujas especulativas, principalmente en las materias primas, bolsas de comercio y monedas de los países emergentes, en el curso de una brevísima y anémica recuperación de la economía mundial que cursó entre marzo del 2009, cuando la crisis iniciada el 2007 tocó fondo y hasta diciembre del 2010.

A partir de entonces y en cámara lenta, se viene precipitando una nueva fase descendente de la crisis centrada en la insolvencia de la banca y algunos países europeos, la que amenaza convertirse en una temida recaída de la economía mundial en recesión el 2012.

Esta situación fue agravada por la increíble reversión hacia la aplicación de medidas de austeridad fiscal en medio de la crisis. Fueron impuestas por grandes acreedores desesperados por recibir íntegros sus pagos de vencimiento inminente, de parte de deudores que a estas alturas resultan manifiestamente insolventes.

La crisis ha puesto en evidencia que el movimiento cíclico de corto plazo de la economía capitalista se inscribe a su vez en una trayectoria cíclica de más largo plazo, que se ha dado en denominar ciclos seculares o de Kondratiev, en honor a su descubridor en los años 1920.

Durante las crisis seculares, que se vienen sucediendo desde 1872 con períodos que abarcan varias décadas, varios ciclos normales cuya duración promedio ha sido de siete años desde 1825 cuando se verificó el primero de ellos, se suceden unos a otros hacia abajo.

Es decir, nuevas crisis se precipitan antes que cada ciclo alcance la altura máxima del precedente. Al cabo de un par de décadas y una vez que el ciclo secular topa fondo, se reanuda una sucesión de ciclos en ascenso secular, la que abarca también dos o tres décadas.

Se ha develado la utopía que el dinero hace dinero por sí mismo, sin circular a través de todo el ciclo productivo.

La fuerza de la crisis ha vuelto a imponer la vieja verdad que constituye el principal descubrimiento de la economía clásica, según la cual en el largo plazo nada puede crecer mucho más que la economía real, la que a su vez se expande siguiendo el ritmo de aumento en el número de trabajadores y trabajadoras dedicados a la producción de bienes y servicios que logran venderse en el mercado.

Las mayores bolsas accionarias han aumentado su valor no más de uno por ciento real anual en promedio a lo largo del último siglo, permaneciendo además a pérdida la mayor parte del tiempo.

Es decir, aproximadamente la mitad del ritmo de crecimiento de largo plazo del PIB mundial, el cual por su parte ha venido aumentando más o menos a parejas con el incremento de la población urbana y la proporción de ésta que se dedica a la producción de bienes y servicios que se venden en el mercado ¡Adam Smith hubiese considerado tales desarrollos como una consecuencia lógica de su gran descubrimiento!

La acumulación de intereses sobre intereses en préstamos continuamente renovados que guardan cada vez menos relación con la solvencia de los deudores - el mismo mecanismo de La Polar - hizo crecer desmesuradamente las carteras de los grandes bancos e instituciones financieras mundiales.

Otro tanto ha ocurrido con los valores de la tierra y otros recursos escasos. La crisis está reduciendo los valores de las carteras financieras y el precio de los recursos naturales, principalmente mediante sucesivos “default” y castigo de deudores insolventes así como devaluación de las monedas en las cuales dichos activos se hayan expresados.

John Authers, editor de mercados del Financial Times de Londres y uno de los más agudos analistas de la crisis en curso, saludó la llegada del 2012 recordando a sus lectores que según las estimaciones basadas en más de un siglo de estadísticas, el valor de las principales bolsas de comercio tiene que reducirse todavía a la mitad antes que la crisis tope fondo y se inicie su recuperación secular.

¡En circunstancias que expresadas en Euros terminan el 2011 un 40 por ciento por debajo de su valor de una década atrás!

La bolsa chilena fue la que se infló y la más cayó en el mundo, perdiendo el 2011 un 25,13 por ciento en pesos los que a su vez se depreciaron un 10,08 por ciento, según el Financial Times. Es decir, expresada en dólares cayó más de un tercio en el año. Aún así continúa sobrevalorada y debe caer a la mitad sólo para corregir su distorsión respecto del conjunto de las bolsas mundiales.

El desmesurado y en buena medida ficticio abultamiento de los precios de los activos financieros y recursos naturales a lo largo de las últimas décadas, había fortalecido extraordinariamente el poder y la influencia de las grandes corporaciones financieras y rentistas, quienes por su parte fueron los grandes auspiciadores del insospechado auge del neoliberalismo en todo el mundo durante el mismo período.

Su prédica se avenía bien con el interés de aquellos por eliminar las barreras estatales al libre movimiento de capitales y su libre acceso sin cobro a los recursos naturales en todo el mundo, lo cual lograron imponer en buena medida.

Precisamente en eso consistió la tan bullada globalización, la cual nunca alcanzó los mismos éxitos en el ámbito del libre comercio de mercancías y mucho menos el libre tránsito de personas, los cuales constituyen la verdadera base de los modernos mercados.

Otra gran lección de la crisis ha sido recordar el rol esencial y creciente que los Estados modernos han venido jugando en la creación, protección y regulación, de los modernos mercados.

Ambos nacieron juntos en el curso de los últimos dos siglos y forman una unidad tan inseparable como el huevo de la gallina. Ya se ha mencionado como la bien extraordinaria y decidida acción coordinada de todos los principales Estados lograron hasta el momento salvar al mundo de una nueva gran depresión.

La crisis vino a develar la utopía neoliberal acerca de la supuesta existencia de un mercado mundial antes que se construya un Estado mundial. Ha recordado que lo que existe realmente es comercio e interacción global entre un conjunto de mercados nacionales, protegidos y regulados por los Estado respectivos.

Ello se ha confirmado por las tribulaciones de la Unión Europea (UE), la única experiencia exitosa hasta el momento de conformar un verdadero mercado supranacional.

A pesar de haber establecido desde hace algunos años la libre circulación de mercancías, dinero y hasta cierto punto de personas a través de todo su territorio, en buena parte del cual han logrado establecer asimismo moneda y banco central únicos, ello no ha resultado suficiente.

La crisis ha forzado a la UE a extender extraordinariamente el ámbito de autoridad de sus instituciones estatales compartidas, a riesgo de hacer estallar la obra de medio siglo de integración si no logran hacerlo.

Al mismo tiempo que las lecciones anteriores, la crisis ha revivido los demonios que asolaron al mundo durante el siglo 20.

Movimientos extremistas que intentan superar la crisis exacerbando hasta al límite precisamente el tipo de políticas que condujo a ella en primer lugar, mientras exacerban la intolerancia de la población para culpar a grupos minoritarios de todos los males.

La experiencia histórica, así como los peligrosísimos eventos internacionales que están actualmente en pleno desarrollo, obliga a ponerse en guardia frente esta amenaza.

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