Fin de tarjetas de coordenadas: lecciones que aprender

A pocos días de finalizar julio nos enteramos que la Comisión para el Mercado Financiero (CMF) había dictado la "norma sobre medidas de seguridad y autentificación de operaciones sometidas a la Ley 20.009" que, puntualmente, indicaba que se debía "eliminar el uso de mecanismos que incorporen conjuntos de datos impresos, utilizados para la autenticación", dando por finalizada la operatividad de la tarjeta de coordenadas, instrumento de acreditación para realizar diversos trámites bancarios.

La norma comenzaba a regir, abruptamente, el viernes 1 de agosto, dejando sin efectividad más de 2 millones de tarjetas, muchas de las cuales son usadas por personas mayores. Las voces de reclamo no se dejaron esperar. A las cartas al director, comentarios a notas de prensa en portales y en redes sociales, sumamos nuestra voz como Conecta Mayor UC, buscando, en primer lugar, hacer eco de las molestias que nos llegaban diariamente, y en segundo término, invitar a la reflexión y buscar la revisión y modificación de esta sorpresiva medida.

El reemplazo sería, en la mayoría de los casos, utilizar una aplicación del banco correspondiente, dejando fuera del sistema a quienes la digitalización no los ha alcanzado. Recordemos que solo el 23% de las personas mayores sabe realizar trámites por internet, mientras que apenas el 5% ha tenido acceso a talleres de inclusión digital. Obviamente estas cifras no estuvieron a la vista a la hora de implementar la norma. Finalmente, y en buena hora, la CMF decidió postergar su entrada en vigencia y aplazarla para un año más.

¿Qué lecciones deja lo ocurrido? Lo primero es que la sociedad completa debe tomar conciencia de la importancia de considerar las repercusiones en las personas mayores a la hora de tomar decisiones, segmento que equivale al 20% de la población. ¿Cómo les afecta?, ¿cuánto tiempo necesitan para adaptarse a las nuevas medidas?...y lo más importante: ¿Cómo puedo apoyarlos en este proceso de transición? No se trata de resistirse a la transformación digital, sino que de sumar de manera amable a todos quienes tienen el derecho a ser parte de los procesos de modernización. La tarea de la educación digital, definitivamente, es de todos.

En segundo lugar, una vez más recobran significado las acciones de incidencia. Desde el primer minuto, y desde diversos sectores, se fueron sumando testimonios personales que dieron cuenta que los 60+ están activos y se la juegan por sus derechos. Esta unión de fuerzas permitió ejercer suficiente presión para lograr el aplazamiento. Y como todo tiene un lado positivo, los distintos espacios en prensa, tanto en televisión, radio, prensa escrita y portales web, permitieron poner en la agenda pública la brecha digital de las personas mayores, quienes no se oponían a la norma, sino que solo esperaban que se les diera el tiempo y la oportunidad de aprender. Y con la misma paciencia que nos enseñaron a tomar una cuchara o andar en bicicleta, hoy debemos subirlos al carro de la tecnología.

Hace pocos días finalizamos varios talleres de inclusión digital en la zona norte del país y les preguntamos ¿cuántas ganas tiene de aprender a usar el smartphone? El 80% contestó que "muchas" y 18% "bastante". Y frente a la consulta acerca de la relevancia de aprender a usarlo, el 98% dijo que "relevante" o "muy relevante". No sólo la brecha queda en evidencia, sino que también las ganas de superarla.

La pelota, entonces, está de nuestro lado. Los mayores tienen ganas y están disponibles. Y nosotros... ¿Qué esperamos para apoyarlos?

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