Las razones para celebrar la Reforma Agraria

Bernabé Tapia Cruz
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Mucho se discute de los beneficios económicos que se lograron con el proceso de reforma agraria del país. Se hacen cálculos en pro o en contra, se citan estadísticas de la concentración de la tierra y se exhiben números que muestran la baja productividad de la administración pre reforma.

Sin embargo, al escuchar a los protagonistas de este proceso, a los campesinos y campesinas que vivieron el cambio y a sus hijos e hijas que actualmente se desempeñan en el campo o en otras actividades, se logra comprender el verdadero efecto que la reforma logró. Porque más allá de las cifras y los cálculos lo que la reforma agraria dio por terminado fue el latifundio y una forma social que dominó en los campos chilenos por cerca de 400 años.

A través del latifundio y el sistema del inquilinaje, los grandes hacendados se proveían de mano de obra cautiva y barata, pagada en la mayor parte de los casos con regalías, una casa, un sitio para cultivar alimentos y otras prebendas. No había mayor interés en que los hijos de los inquilinos se educaran ni recibieran cualquier tipo de estímulo que los llevaran a buscar nuevos horizontes. A esto hay que agregar que el sistema de votación imperante hasta mediados del siglo XX era permeable al cohecho y que no existía la sindicalización campesina.

Esta realidad no era exclusiva de Chile, se repetía en gran parte de Latinoamérica y fue creando un descontento social en las áreas rurales y en los intelectuales progresistas.

Los Estados Unidos advirtieron esta situación y evidenciaron que los movimientos de izquierda encontraban un rápido eco en sus propuestas de cambio y revolución en las zonas más postergadas de nuestros pueblos.

Ante esto el país del norte propone la Alianza para el Progreso, haciendo un llamado a los gobiernos latinoamericanos a introducir cambios y a preocuparse de la cuestión social, de manera de evitar la influencia que los movimientos revolucionarios ejercían cada vez con mayor fuerza. La reforma agraria fue el caballo de batalla de esta propuesta y muchos países tomaron esta tarea. Otros no lo hicieron o realizaron tibios cambios y no es casualidad que la mayor parte de los movimientos guerrilleros del continente tuvieron su origen en movimientos campesinos.

Lo cierto es que las condiciones de vida de los campesinos en Chile cambiaron notoriamente una vez iniciado este proceso, sus expectativas se abrieron, se hicieron programas de alfabetización y educación en los cuales participaron entusiastas profesores, estudiantes universitarios y toda una sociedad que sintió como propio el desarrollo de las áreas rurales y sus habitantes.

Se creó toda una institucionalidad que hasta el día de hoy apoya a los agricultores y surgieron fuertes organizaciones de campesinos y asalariados del campo bajo el alero de la ley de sindicalización campesina. Todo esto fue hecho en medio de mucha discusión y la descalificación y desaprobación de los grupos de interés que se vieron tocados por estas transformaciones. Y a pesar de los intentos de retrotraer estos avances en los años de la dictadura, el latifundio y el inquilinaje vieron su fin para siempre.

El 28 de julio fue un día de celebración para los campesinos y campesinas que fueron los protagonistas de esta gesta y para homenajear a los mártires de este proceso y a quienes sufrieron la represión en los años de la dictadura.

El futuro se abre promisorio para la agricultura familiar campesina, que promueve una forma de producción y un estilo de vida anclado en las raíces de las mejores tradiciones de nuestro país, amigable con el medio ambiente y justo con las personas que trabajan la tierra.

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