Latinoamérica, crisis y oportunidad del proteccionismo

Si hay dos elementos comunes de los distintos gobiernos de la región latinoamericana, más allá de su signo ideológico, es su grado de dependencia - alto, por cierto - de la producción y exportación de bienes primarios, y su dependencia de la demanda de las economías emergentes de Asia. Por cierto, hay excepciones, como lo han sido México y los países del Caribe, quienes en el mismo periodo se ligaron fuertemente a Estados Unidos, pero por lo mismo, confirman esta regla

Esta realidad es el resultado de un nuevo orden mundial que nos ha llevado a un eje multipolar, cuyo protagonista hoy es Asia. En este orden los países emergentes, como la India y principalmente China, han captado el mercado y centrado su rigor en el desarrollo de su comercio interno.

En paralelo, EEUU y Trump, con una agenda sesgadamente asimétrica, nos pretenden sacar de nuestra zona de confort, claramente reflejada en la edificación de un muro que no es más que un simbolismo de lo que nos espera: una modificación a las actuales condiciones de toda América Latina en lo cultural, económico y político.

Habríamos esperado ante esto alguna reacción por parte de los líderes latinoamericanos, especialmente entre aquellos que propugnan ideas de libertad. Ante este vacío Trump, como buen empresario y hábil especulador, usa su posición dominante para negociar. Su mejor oportunidad, lo sabe, es hacerlo bilateralmente, porque no tienen mayores estrategias.

¿Qué deberíamos hacer los latinoamericanos ante esto? Al menos dos cosas: una, adoptar el camino del diálogo entre nuestros pueblos, en forma intensa y decidida, y la otra, promover la regionalización económica más allá de nuestras fronteras.

Como afirma el internacionalista español, José Antonio Sanahuja, la caída de los precios de las materias primas, el deterioro de los términos de intercambio y la ralentización del crecimiento, y posterior recesión económica parecen marcar un punto de inflexión en la evolución de las economías latinoamericanas.

Si a esto le sumamos los serios problemas de gestión política y social de países como Venezuela y Brasil, tenemos el cambio de un ciclo que podría ser interpretado como una fase tardía de la crisis económica global, que se inició en 2008, pues esta caída en la compra de materias primas responden a una menor demanda global inducida por el lento crecimiento económico internacional.

Esto hace imperativo que países emergentes, como Chile, focalicen sus áreas de inversión en la investigación y desarrollo de su mercado interno y potencien su imagen a la cabeza de acuerdos de regionalización.

A pesar que en el último tiempo se ha visto sacudido por escándalos de financiación ilegal de las campañas electorales, acompañado de una baja popularidad de la actual presidenta Michelle Bachelet, sigue siendo destacado por la comunidad internacional por su estabilidad política y social, posicionándose entre los países emergentes. Un estudio de la consultora BMI - firma asociada a Fitch - arroja que Chile es visto en el exterior como la nación emergente con mayor estabilidad política en el largo plazo, mientras que a corto plazo solo sería superado por China e India.

Con estos antecedentes debemos proponer una nueva arquitectura, preguntarnos cuál es la organización mundial que va a conducir el siglo XXI, si se concretara este proteccionismo y qué ocurrirá cuando el Reino Unido estreche sus relaciones comerciales con Estados Unidos. Asimismo, cuestionarnos cuál es la mejor posición para enfrentar a una Europa indecisa que vive cambios importantes dentro de su propia estructura.

Para esto es importante que los países latinos emergentes resuelvan conflictos básicos que han surgido desde todos estos procesos, pues si con la globalización disminuyó la brecha entre los países ricos y los países en desarrollo, la desigualdad interna, sobre todo en estos últimos, ha aumentado, provocando la gran divergencia que conceptualiza el economista estadounidense Paul Krugman.

Por un lado, habla de cómo se potencian los trabajadores de la “economía del conocimiento”, pero en paralelo vemos como caen los empleos administrativos o manufactureros que originalmente se asociaban a la clase media. Lo mismo con el trabajo trasnacional y la incorporación de más de 1.500 millones de profesionales de países emergentes, cuya consecuencia impacta en los trabajadores con menor cualificación de los países desarrollados, generando una competencia que no es posible regular a través del Estado.

Otro punto de observación es el giro político de la región latinoamericana hacia el centro y la derecha, que se inició con Mauricio Macri en Argentina, continuó con Pedro Pablo Kuczynski en Perú y todo indica que se concretará con Sebastián Piñera en Chile.

Un estudio de LatinoBarómetro (2016) registró un aumento del 28% de los ciudadanos de la región que se ubican a la derecha del espectro político, por cuarto año consecutivo, subiendo nueve puntos desde el último estudio registrado en 2011. Esto en parte porque los gobiernos por más conservadores, han estado dispuestos a mantener programas sociales y están más disponibles a la inversión. Pero ante sus propias curaciones internas, las mejoras se tardan en exhibir haciendo un caldo de cultivo para gobiernos populistas

No se puede afirmar si estos nuevos sucesos nos llevarán a una crisis más severa. Pero lo que sí sabemos es que las crisis abren oportunidades a países emergentes, como Chile, para liderar los procesos económicos y sociales ante las fragmentaciones producidas en su propia región, evitando el bilateralismo selectivo y reequilibrando las relaciones hacia una mayor horizontalidad.

Co autor de la columna, Marcelo Brunet, abogado, profesor de Derecho Público.

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