El debate sobre el bajo crecimiento económico en Chile suele centrarse en la inversión o el empleo. Sin embargo, el verdadero talón de Aquiles de nuestro desarrollo está en la falta de innovación. En una economía global donde la productividad depende cada vez más de la capacidad de generar y adaptar conocimiento, Chile aún no ha generado las condiciones para crear valor nuevo, por lo que simplemente no está preparado para competir en este ámbito.
El último Índice Global de Innovación 2025 de la Organización Mundial de la Propiedad Intelectual sitúa a Chile en el puesto 51, liderando América Latina, pero entre los países que rinden por debajo de lo esperado para su nivel de desarrollo. Detrás de esa posición se esconde un problema estructural: tenemos un sistema que invierte poco en investigación y desarrollo (I+D), forma pocos investigadores y carece de los incentivos y de la institucionalidad necesarios para que la innovación ocurra a gran escala.
El gasto en I+D, por ejemplo, se ha mantenido entre 0,3% y 0,4% del PIB por más de una década, por debajo del promedio latinoamericano (0,6%-0,8%) y a una mínima fracción de lo que invierten países con estructuras productivas similares, como Australia o Canadá, donde supera el 1,5%. Esta brecha refleja no solo falta de recursos, sino también ausencia de prioridad política. La innovación sigue tratándose como un complemento del crecimiento, cuando en realidad debiera ser su columna vertebral.
Algo similar ocurre con el capital humano dedicado a la investigación: Chile cuenta con poco más de 600 investigadores por millón de habitantes, frente a más de 4.500-5.500 en las economías avanzadas con estructuras productivas similares. Aunque hemos duplicado el número en los últimos quince años, la magnitud del desafío sigue siendo enorme. Sin una masa crítica de investigadores, científicos y emprendedores capaces de transformar descubrimientos o ideas en productos y procesos, la inversión en innovación nunca podrá escalar.
Aun cuando algunos indicadores -como la publicación de artículos científicos- muestran avances, los resultados tangibles siguen rezagados. Las solicitudes de patentes, que reflejan el grado de transformación del conocimiento en innovación comercializable, se han mantenido prácticamente estancadas durante dos décadas. La paradoja es clara: producimos más conocimiento, pero seguimos generando poco valor a partir de él.
Superar este rezago requiere un cambio institucional profundo. La Corporación de Fomento de la Producción (Corfo) debe transformarse en un organismo técnico y autónomo, capaz de definir estrategias de largo plazo, aislarse del ciclo político y coordinar los esfuerzos públicos y privados en materia de innovación. Asimismo, es necesario revisar la ley de incentivo tributario a la I+D, simplificando su acceso y ampliando su cobertura, de modo que más empresas -incluyendo especialmente a las medianas- puedan invertir en investigación aplicada.
Pero la institucionalidad no basta si el entorno económico no empuja a innovar. Un mercado más competitivo y abierto es esencial para que las empresas líderes sientan la presión de reinventarse constantemente. Sin competencia, no hay incentivos para asumir riesgos, invertir en tecnología o desarrollar nuevos productos.
Chile necesita una estrategia país que mire la innovación no como un tema de nicho, sino como una política que puede llevarnos al desarrollo. En un contexto de menor inversión, envejecimiento poblacional y desaceleración estructural, la única forma de volver a crecer de manera sostenida es generar más valor con los mismos recursos. Y eso solo se logra innovando.
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