Niños en el suelo, tendidos y cantando, mientras estoica una educadora trata de opacar el ruido externo levantando melodiosamente su voz, camuflando con el conejito que huye del cazador las balas que laceran el que debiera ser un ambiente seguro para que ellos crezcan, para que jueguen sin que nada ni nadie les amenace.
Pero no es así. Tampoco es la primera vez. La violencia campea de la mano del narco, de las bandas que atemorizan a los vecinos, arrebatan el espacio en la calle y la paz en la casa, someten con armas, pero también destruyen familias involucrando a niños y jóvenes en sus ilícitos, los primeros que caen, los que mueren en una pelea de rivales, porque para ellos la infancia es un insumo más, desechables, son carne, son escudo. Y aquí es donde erosionan lo más profundo de nuestra sociedad, arrebatan su futuro con un presente que los olvida, los deja a la deriva en el abandono escolar, en la desprotección de quiénes son garantes, en la rotura con sus familias, en espacios que hoy ocupan para entrenar sus armas, cuando ayer era el lugar de la pichanga.
¿Que hemos hecho para llegar antes? ¿Hemos sido capaces de enfrentar está realidad con herramientas que cambien esta trayectoria?
Estamos llegando tarde. Cuando los niños, recostados en el piso, tienen que normalizar la violencia para poder sobrevivir, cuando no existe capacidad para detectar vulneraciones a tiempo en espacios que debieran ser protectores, cuando no contamos con herramientas en los colegios para la retención escolar y el reingreso educativo.
Llegamos tarde cuando el déficit de psiquiatras infanto-juvenil, de camas en hospitales para salud mental, condenan a una vida que no ve más salida que la violencia y la autodestrucción. Llegamos tarde cuando los padres y cuidadores impotentes, sin apoyo, hacen lo imposible por proteger a sus hijos, por alejarlos de la droga, cuando circula en cada esquina del barrio, cuando se disfraza de oportunidades, de trabajo, de un sueño que no es más que la puerta a una pesadilla interminable.
Si realmente queremos llegar antes tenemos que estar donde están los factores de riesgo y llegar tempranamente, con una oferta preventiva, de calidad y con evidencia. No basta la acción policial si no tenemos una agenda larga de prevención social que vaya al rescate de la infancia impidiendo que inicien trayectorias de dolor, para que puedan desarrollarse, vivir felices y protegidos.
En medio de las balas, con una valentía que asombra y un amor que traspasa todo miedo, la educadora canta, para hacer lo único que puede en ese momento, imaginar un mundo en paz y tranquilo, para que la violencia no termine arrebatándoles siquiera una ilusión a sus niños.
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