Durante dos décadas, Chile apostó -con convicción y recursos- por expandir el acceso a la educación superior. El resultado es innegable: una sociedad más titulada, más consciente del valor del estudio y con expectativas legítimas de movilidad. Sin embargo, 2025 nos devuelve un espejo menos complaciente, pues la masificación no garantiza, por sí sola, las competencias que el trabajo y la vida cívica exigen.
El reciente informe Education at a Glance 2025 de la OCDE lo confirma con un dato incómodo: Chile registra el promedio de alfabetización funcional adulta más bajo de la organización (214 puntos), muy por debajo del promedio general de 259 y a gran distancia del rango de los países nórdicos. El dato no es anecdótico. Incluso entre personas con educación terciaria, Chile promedia apenas 249 puntos en alfabetización, el nivel más bajo del grupo. En otras palabras, quienes "lo lograron" -los titulados- arrastran una brecha en comprensión lectora y en el uso de información compleja. Esta es la grieta silenciosa que erosiona la promesa del título: si las credenciales no se traducen en competencias sólidas, la sociedad paga dos veces, con financiamiento y con frustración.
La paradoja es clara: la expansión fue necesaria, pero hoy la pertinencia, la calidad y el acompañamiento se han convertido en el cuello de botella. El informe recuerda que, en promedio OCDE, solo 43% de quienes inician un bachillerato se gradúa "a tiempo" y 70% lo logra dentro de tres años adicionales. Chile no escapa a estas tendencias: abrir puertas sin rediseñar trayectorias ni fortalecer apoyos alimenta la deserción y el rezago, devorando la inversión pública y el esfuerzo familiar.
El camino no es reducir el acceso, sino consolidarlo con tres líneas de acción urgentes:
Cabe indicar que, no todo es responsabilidad de la educación terciaria: la alfabetización adulta es un resultado acumulado del sistema completo. Pero el último kilómetro -ese que conecta educación, trabajo y ciudadanía- ocurre en la formación superior y continua. Si no lo fortalecemos, la brecha persistirá.
Chile ya cumplió la etapa de abrir las puertas; ahora le corresponde asegurar que al cruzarlas se encuentren oportunidades reales de aprendizaje, desempeño y ciudadanía. La masificación fue el primer paso; el desafío impostergable es dotar a esa masificación de sentido y de pertinencia. Solo así podremos honrar la promesa de la educación como motor de movilidad, cohesión social y democracia sólida.
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