Cada 16 de octubre, en todos los establecimientos educacionales de nuestro país, se celebra el día de la Profesora y el Profesor. Esta valoración se realiza en todo el mundo de distintas maneras, siendo la reverencia diaria, que realiza la sociedad asiática a los maestros y maestras, la que mayor sentido nos da al alma, por el respeto, paz y gratitud que lleva consigo.
Este gesto de valoración que se hace a la profesión de las y los pedagogos en Chile cada día ha ido perdiendo algo de fuerza en las escuelas y liceos. Ya no llegan tantas tarjetas de felicitaciones, ni flores, ni manzanas, ni menos abrazos de afectos, no se puede. En los grupos de WhatsApp de los cursos se hacen encuestas para elegir si regalar algo o no a su maestra o maestro. En la escuela media, el profesorado es recibido mayormente con chistes y sarcasmos por sus estudiantes, en vez de un amistoso saludo, y en las universidades, ello es siempre un espacio casi olvidado. Todo hace pensar que probablemente será una celebración que en pocos años se olvide porque asistimos a tiempos de amnesia social.
El profesorado en Chile, en su historia, ha sido partícipe de una amplia y compleja mezcla de luchas sociales relacionadas con el cuidado de lo público, lo intercultural y sobre todo con el manejo del control y alcance del poder, en tanto reproducción y control social. En estos tiempos, importa a la pedagogía los infinitos ejes de desigualdad, que se entremezclan con las sexualidades, la religión, la raza, las etnias, la inclusión y las luchas de clases. No obstante, a Chile pareciera que le importa más una perspectiva instrumental de la escolaridad, donde más que abrir las mentes para vivir en este mundo global en paz y bienestar, interesa formar sujetos asalariados dependientes de un trabajo que no es ni libre, ni bien remunerado y que se subsume en un mundo mercantilizado de fantasías distópicas.
La propias luchas laborales del profesorado chileno no se han resuelto en décadas y por estos días los pedagogos que se inician en el sistema deben esperar 10, 15 o más años para poder acceder a una remuneración que les permita pensar en adquirir un bien raíz básico.
Esta manera de vivir la profesionalidad, también se entremezcla con el maltrato generalizado al que ha asistido el profesorado chileno desde que en dictadura fue despojado de su grado académico, repuesto en democracia, y que ha mantenido una permanente ofensa cognitiva respecto del acceso a la educación superior, donde el conocimiento instrumental de una prueba de selección múltiple, se asimila al saber pedagógico, dejando fuera la vocación docente. Bueno, y ni hablar del matonaje al que se enfrenta el profesorado a diario por parte de la sociedad.
Es más, por estos días se postulan ajustes para que cualquier profesión universitaria pueda en dos años optar al título de profesor o profesora. En adelante, los nuevos pedagogos semi-proletarizados serán parte del modelo de mercado que se instalará con menores salarios, frente a una reciprocidad informal o formal de otras profesiones que coexistirán con la pedagogía hasta que se canibalice la profesión docente.
Me disculpo si estas frases resultan fuertes, pero reflejan una realidad muy sentida de cómo se experiencia la profesión en Chile.
Por ello me permito en este día especial dedicar un saludo fraterno a las miles de pedagogas y pedagogos que luchan por vivir de su profesión y al mismo tiempo emancipan desde la intelectualidad, que desarrollan y transforman humanidades y que en ese proceso no se configuran ni como líderes o lideresas, ni referentes, ni guías, sino que apuestan a fortalecer la voluntad de aprender de cada persona-estudiante como una /o más del grupo que aprende y que bidireccionalmente se enseñan. Elegimos una profesión que transforma vidas y este es un día para pasarla por el corazón.
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