Hace ya unos años, se ha hecho evidente el interés de la política pública por atraer más mujeres a las ciencias. Las campañas con dicho objetivo muestran que queremos mujeres en carreras de alto status a las que históricamente han accedido más los hombres. Sin embargo, no sucede lo mismo con carreras que atraen casi exclusivamente solo a alumnas.
¿Por qué no existen campañas similares para atraer hombres a carreras como Pedagogía Básica o Educación de Párvulos?
Según los documentos publicados en el Portal de Transparencia, de los 4.271 educadores de párvulos que trabajaban en la Junta Nacional de Jardines Infantiles (JUNJI) en diciembre de 2017, siete eran hombres y solo dos de ellos estaban en sala; los cinco restantes tenían roles administrativos, pero ninguno de ellos era de planta.
Asimismo, la memoria 2017 de la Fundación Integra - cuyos jardines infantiles forman parte de la red pública - informa que el 97,1% de sus trabajadores son mujeres.
La predominancia del género femenino en la carrera de educación de párvulos es quizás consecuencia de un prejuicio que hace mucho daño a la profesión, que el rol de educadoras les es natural a ellas, casi como un instinto.
Creer que nacer mujer es suficiente para ser una docente de calidad resulta en un menosprecio de la formación profesional que tiene dos consecuencias fundamentales.
Primero, si se piensa que la formación de las educadoras es prescindible o accesoria, es inevitable pensar también que su trabajo no requiere especialización ni menos formación universitaria.
Dicha creencia se contradice con lo que ocurre en países que han logrado la mejor educación del mundo, como Finlandia, donde los educadores (de ambos géneros) deben pertenecer al 20% superior en puntajes de ingreso a la universidad y haber cursado un magister antes de tener la posibilidad de tener a cargo la responsabilidad de ser profesor de un curso.
Segundo, si se piensa que el rol de educador es inherente al sexo femenino, es lógico también pensar que no hay ninguna formación capaz de otorgarle a los hombres que puedan interesarse en enseñar ese “instinto” o “qué sé yo” que supuestamente tendrían ellas de forma natural.
Sin embargo, no solo la profesión y los escasos interesados se ven perjudicados por estos prejuicios. La literatura sobre el tema sugiere que la educación de los niños pierde algunas ventajas cuando es impartida exclusivamente por mujeres.
Contar con hombres educadores de párvulos provee a los niños de un modelo masculino a seguir, según Bittner & Cooney, 2003; Coulter & McNay, 1993; d’Arcy, 2004 y reduce la frecuencia con que los niños desarrollan estereotipos sexistas, Farquhar et al., 2006.
Otro estudio concluyó que la relación entre apoderados y profesores se beneficiaba, al contar con docentes hombres con quienes un padre podría vincularse mejor d’Arcy (2004).
También la inclusión de profesores hombres en la sala de clases podría ayudar a reducir el sesgo femenino que perciben los estudiantes en los temas que se discuten y los ejemplos que se dan en clases.
Partamos por casa y hablemos en familia de lo bueno que sería atraer más mujeres a Ciencias y más hombres a Pedagogía, dos tareas pendientes en un país cada vez más conciente de que necesitamos cambios culturales y que estos son urgentes, especialmente, cuando se trata de la educación de los niños y niñas de nuestro país.
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