Corrió desesperado hasta la emergencia. Un llamado al trabajo lo alertó para partir a su casa con el apoyo de un compañero de faena, apenas entró escuchó los gritos de su pareja; su hijo precioso, de 14 años, apenas balbuceaba unas palabras pidiendo perdón. No podía más, ya no aguantaba las burlas en el colegio y sólo quería desaparecer. Miraba a su papá con una pena enorme, con los ojos grandes y eternos de oscuridad, parecía despedirse en medio de la angustia.
Una y otra vez lo acariciaban, con cada abrazo un suspiro era una nueva esperanza, de a poco parecía recuperar el tono y pronto podría respirar tranquilamente. Lo tenían de vuelta. Tendido en la cama cuyo borde minutos antes pudo ser el patíbulo, sus padres tomaban cada uno una mano, la bañaban en lágrimas y se desplomaban de cansancio sin poder soltarlo. Ricardo envejeció 30 años ese día. Se habían esforzado tanto por un cupo en ese colegio. Hace 5 años la familia viajó de Cauquenes al norte, buscando nuevas oportunidades.
Manolito tenía un problema maxilar que requería usar unos aparatos ortopédicos que lo hacían hablar más lento. "Caeza e Perro" le gritaron el primer día de clases en un partido de fútbol en Educación Física. Nervioso sonrío, sin decir nada. El profesor inmunizado de tantos sobrenombres en clases no pareció darle importancia. Snoopy, Cholito, Cachupín, cada día un nuevo sobrenombre agrietaba el corazón cansado de Manolito. Como un secreto de cofradía nunca hubo una alerta a sus padres. Él tampoco quiso agregar una nueva preocupación a las que ellos ya tenían.
Un día no aguantó más y le dio un golpe certero a un compañero que llevaba horas burlándose de él. Lo llamaron de inspectoría, para castigarlo por la violencia. No entendía nada. A nadie parecía importarle sus razones. Pasaron unos años y la intensidad de las burlas bajaron. Venía la graduación de octavo y las semblanzas para la ceremonia. Ahí volvió a ser el "Caeza e Perro", todo lo vivido vino como el desborde de un río, con una fuerza letal... sus amigos, incluso, se sumaban al coro que formaban alrededor de él. En el piso los miraba y solo atinaba a encogerse llorando. Ningún adulto se acercó en ese coliseo romano. Finalmente, como pudo se levantó, corrió a su casa desesperado y se encerró en la pieza, un golpe seco alertó a su mamá que corrió como pudo y alcanzó a tomarlo en sus brazos.
En 2019, aproximadamente, uno de cada cuatro estudiantes relató haber sufrido algún tipo de agresión física o verbal. Un reporte de la Unesco -publicado en 2021- estableció que 28% de los estudiantes declaró haber participado en peleas o haber sufrido agresiones físicas en el último año. La organización "Bullying sin fronteras" reportó entre 2020 y 2022 casi 6 mil casos graves de acoso escolar en Chile.
Cifras que dan cuenta que el acoso y la violencia escolar son una realidad creciente en nuestro país, y debemos detenerlos. No basta con lo que hacemos en el aula, sino que debemos dar herramientas a padres y cuidadores para estar alertas y actuar oportunamente, promover una comunidad que cuide y que proteja, que no valide estos comportamientos agresivos. Es importante contar con una oferta especializada en el desarrollo de habilidades socioemocionales desde la primera infancia, con evidencia de alto estándar.
Hay programas disponibles en Chile, como el finlandés Kiva o Icps (Yo puedo Resolver Problemas, de Pensilvania, USA) y otros, pero no disponibles en la oferta pública. Es hora de levantar una Agenda Temprana de Prevención Social que llegue antes, que se anticipe al dolor y angustia de miles de niños que no tienen por qué perder la esperanza, que deben vivir y crecer con Padres que los aman, estudiar en Lugares seguros donde los acojan y protejan. Dejemos de llegar tarde.
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