Promesas digitales, realidades fragmentadas: la desigualdad en la tecnología educativa

La acelerada digitalización educativa post-pandemia exige una mirada crítica sobre sus implicancias. Mientras las autoridades celebran cifras de conectividad, la realidad en nuestros establecimientos revela un panorama complejo donde persisten profundas desigualdades.

La brecha digital ha evolucionado más allá del acceso a dispositivos. Hoy enfrentamos disparidades en el uso efectivo y creación de contenidos digitales que reproducen desigualdades socioeconómicas preexistentes. Estudiantes de sectores acomodados desarrollan usos transformadores de la tecnología, mientras en contextos vulnerables predominan aplicaciones básicas.

Paradójicamente, pese a la incorporación masiva de tecnologías, las prácticas pedagógicas siguen ancladas en modelos tradicionales. Observamos establecimientos con infraestructura digital de última generación donde prevalecen enfoques memorísticos en lugar de fomentar el pensamiento crítico. Las habilidades para cuestionar, evaluar y discernir la validez de la información digital resultan fundamentales en la era de la desinformación, sin embargo, nuestro sistema educativo continúa priorizando la reproducción de contenidos sobre el desarrollo de pensamiento crítico.

Los procesos formativos docentes en competencias digitales constituyen un ejemplo claro de esta problemática. En Chile predominan enfoques instrumentalistas centrados en aspectos técnicos, mientras escasean programas que desarrollen capacidades para analizar críticamente dimensiones sociales y éticas de las tecnologías. ¿Qué intereses económicos y políticos configuran las plataformas que utilizamos cotidianamente? ¿Qué valores y cosmovisiones están codificados en los algoritmos que ahora evalúan a nuestros estudiantes?

La incorporación de inteligencia artificial intensifica estos desafíos. Los sistemas adaptativos prometen personalización sin precedentes, pero plantean interrogantes fundamentales: ¿Qué concepciones de conocimiento y aprendizaje están codificadas en sus algoritmos? ¿Consideran estas tecnologías las particularidades de nuestro contexto nacional o simplemente replican modelos foráneos que poco tienen que ver con nuestra realidad educativa?

Lo más preocupante es cómo estas tecnologías se implementan sin participación significativa de las comunidades educativas. ¿Cuándo fue la última vez que estudiantes, apoderados y docentes participaron genuinamente en decidir qué tecnologías ingresan a nuestras aulas? Como profesoras y profesores, enfrentamos el desafío de desarrollar aproximaciones tecnológicas pertinentes a nuestra realidad, que promuevan el pensamiento crítico frente al entorno digital. ¿Qué significaría desarrollar tecnologías educativas desde nuestra propia matriz cultural chilena y latinoamericana?

La construcción de un ecosistema tecnoeducativo más equitativo requiere políticas públicas que garanticen infraestructura digital como derecho y programas formativos que desarrollen alfabetizaciones críticas.

La tecnología educativa no constituye un conjunto neutro de herramientas, sino un campo donde se disputan modelos de sociedad. Nuestra responsabilidad como educadores radica en participar activamente en estas discusiones, defendiendo una tecnología al servicio de la justicia social y el desarrollo integral de todos nuestros estudiantes.

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