Es conocido que la primera víctima de una guerra es la verdad, a lo que debe agregarse que, a fin de cuentas, se ciñe los ropajes de la misma el relato de quienes ostentando el poder imponen su versión de los hechos, cuestión relevante en el Chile actual, azotado por la pandemia que ya cobra una multitud de vidas humanas y al que las autoridades han insistido en hacerle frente cual se tratase de una guerra.
Por otra parte, todo indica, incluida la confesión de parte, que los principales comandantes erraron el diagnóstico inicial, sobrevalorando la capacidad del sistema sanitario que dirigen, concebido como un prodigio, reflejo de una pretendida superioridad nacional.
Más aún, luego de desatender la voz de relevantes actores, entre los cuales se encontraban el gremio de los médicos, sociedades científicas y connotados académicos, han debido rendirse a la evidencia de que la realidad era muy otra que la sostenida, incluso con pertinacia, de dónde desde un triunfal discurso en primera persona, muy propio de un conocido estratagema, a fin de capitalizar los éxitos, ha proliferado las arengas con miras a diluir responsabilidades.
En efecto, necesitados de materializar los correspondientes controles de daño y socializar las catastróficas y sensibles pérdidas, los comandantes instaron a la gente a comportarse responsablemente, observando las recomendaciones precisadas por la autoridad sanitaria, acometiendo similar ejercicio destinado a la oposición, cuyos votos en el Congreso son cruciales a los fines de continuar combatiendo, máxime si se considera el fantasma de un nuevo Estallido social, quizás si más violento que el ocurrido a partir de octubre pasado, acicateado por esenciales carencias de la población más vulnerable.
No obstante, a los fines de que la estrategia fuese eficiente, debía también hablarse en tercera persona plural, lo que a título de ejemplo, puede constatarse cuando construyen otra verdad formal: la gente está siendo irresponsable.
Es cosa de constatar las largas caravanas de vehículos que salen de la ciudad, con destino a segundas viviendas y, ni que hablar de las fiestas que en diversos barrios se realizan mientras impera el toque de queda.
Nada se dice que son los propios comandantes quienes deben ocuparse de disponer el control de los excesos, disponiendo de las herramientas para ello y, aún más, de las fuerzas policiales y militares al efecto.
A lo anterior, se agrega, quizás si a estas alturas, un presente griego para los combatidos alcaldes, la delegación de la exigida trazabilidad de los contagiados, mediante la salud primaria, precisamente cuando el descontrol de la pandemia es agudo y caótico.
Con todo es preciso tomar nota de que diariamente, principalmente uno de los comandantes, con aires de mariscal de campo, se dirige a los chilenos dando cuenta de las hazañas de las últimas 24 horas, lo que es seguido por numerosas vocerías que interpretan el libreto hasta el hartazgo, siendo complejo, sino imposible manifestar opiniones disidentes, porque el pudor nacido en tiempos de tan grave crisis lo hacen brotar y porque los comandantes han copado con su discurso monocorde los medios de comunicación más influyentes.
Sin embargo, no conformes con ello, se juzga llegado el tiempo de asestar un golpe contundente, destinado a demoler a una de las figuras más simbólicas y eminentes de la emergencia sanitaria, la Presidenta del Colegio Médico, a quien junto con acusársele de ser comunista o algo así de atroz, se la ha atacado de manera inmisericorde y burlona. De hecho, un columnista, recordando lecciones de su abuela, invocaría la fábula del “cuervo parado en la rama de un árbol que tenía un gran queso en el pico”, apetitoso bocado anhelado por una zorra, quien tras adularlo provocó el canto del ave, con lo que “cayó el queso y con él se fue la zorra”, asociando la figura con el hecho de que la atacada se las había arreglado para convocar a un conjunto de prestigiosos académicos quienes, a instancia suya, dejándose seducir por ella, formularon un conjunto de proposiciones en el ámbito económico, vinculadas a la administración y desenlace de la pandemia, artículo ofensivo tanto para la víctima directa del mismo, cuanto para los profesores universitarios referidos.
La inesperada ordinariez de lo expresado ha impactado y con razón. Pero tan importante como el buen nombre y prestigio de la una y de los otros, es el daño que se causa a las instituciones.
Algunos, menos audaces, profieren ese tipo de comparaciones y analogías en privado, calificando a una alta magistratura como gato de campo o a un alcalde locuaz como guarén, aludiendo a que va de canal en canal, calificativos que degradan la salud de la democracia y en nada contribuyen a la resolución de los inmensos desafíos que tiene la nación.
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