Sobre fotografías y ética médica

Los tiempos cambian, la tecnología cambia. Los principios permanecen.

Hace unos días las pantallas se vieron invadidas por imágenes de un automóvil estallando en llamas. Dos víctimas, una de ellas muy grave. Ambos vinculados al mundo de la televisión espectáculo. Generaron un ambiente de expectación, de necesidad de información al que se respondió institucionalmente con vocerías.

Pasados unos días nueva noticia, filtración de fotografías seguidas de respuesta institucional. La superintendencia se hizo presente. Se tomaron medidas restrictivas.

Quedó una pregunta flotando ¿se toman fotografías a los grandes quemados? Una respuesta rápida con otra pregunta ¿se toman radiografías a los quebrados? Y … parece obvio.

Sí, se toman fotografías. Las lesiones en una quemadura van cambiando con los días. Tanto por efecto de la respuesta del organismo como por el resultado del tratamiento en sus múltiples etapas. Son necesarias para hacer el seguimiento, para ilustrar la discusión clínica, para entender y evaluar las futuras secuelas.

También para educar, para enseñar. Los grandes quemados forman parte de un grupo pequeño. Los avances en la calidad del tratamiento son relativamente recientes. Transitamos por las fronteras del conocimiento. Por lo mismo el número de expertos es escaso. Se requieren muchos más para poder poner los beneficios del progreso al alcance de la mayoría.

El punto en discusión no es, por tanto, si se toman fotografías sino, para qué se toman y cómo se utilizan.

El tema no presenta conflicto para los equipos tratantes. Los principios éticos clásicos que enmarca la relación médico-paciente, están allí para guiar su conducta.

Autonomía, el paciente debe estar de acuerdo. Las condiciones en que ingresan estos pacientes implican casi siempre que esta responsabilidad recae en la familia. He tratado miles de pacientes. No recuerdo un caso en que hayan estado en desacuerdo. Es más, muchas veces las fotografías les son necesarias para poder entender la naturaleza, gravedad, trascendencia y evolución de las lesiones.

No maledicencia. No causar daño. Primo non nocere. Fotografiar las lesiones no causa daño.

Beneficencia. El beneficio es obvio al facilitar el seguimiento, la evaluación colectiva de las lesiones y la calidad de los resultados.

Justicia. Equidad. Cuando estos pacientes comienzan a recuperarse, a revivir, cuando aún están enfrentado al doloroso proceso de revalorar su nueva condición y por cierto en etapas más tardías de su rehabilitación son inmensamente solidarios. Estos días muchos se han hecho presentes con su aliento.  Nadie mejor que ellos para comprender: los requerimientos para otros pacientes, los esfuerzos de su equipo tratante y la necesidad de difundir la experiencia y el conocimiento acumulado para contribuir al progreso en la calidad de la atención. Así la documentación fotográfica adquiere una dimensión de aporte altruista.  

Otra cosa es la utilización fuera del marco de la relación médico-paciente.

Si bien los incentivos para traspasar los límites existen desde siempre. Recuerdo que hace treinta años, al trasladar a Montreal, a Carmen, la niña que fuera quemada junto a Rodrigo Rojas por una patrulla militar y debido a que los hechos habían suscitado la atención internacional, nos esperaba una conferencia de prensa con centenares de periodistas de múltiples medios de países diversos.

Al hacer la entrega al equipo del Dr. Jacqes Papillon, Jefe del servicio del Quemados del “Hotel Dieux”, revisamos las fotografías. El me hizo ver el valor científico, histórico e incluso comercial de las mismas. Sin embargo, no hubo una sola filtración.

Pareciera que el desarrollo de la tecnología, la capacidad de trasmitir imágenes al momento. La expansión de la televisión espectáculo, ha abierto espacio a la expresión del morbo. De ese deseo malsano de invadir la intimidad del otro, de llegar a convertirse en espectador de su sufrimiento. Como si se tratara de modernos gladiadores. Algo hay allí que revisar.

Con todo, me parece que el camino de solución no está sólo en establecer restricciones y medidas punitivas sino, principalmente, en el fomento y difusión de las buenas prácticas. En educar, en revalorar al otro, sus derechos, su intimidad. En enseñar a entenderlo como un igual. En suma, en practicar la solidaridad.

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