Se acerca el 2030 y estamos lejos de cumplir los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), que buscan poner fin a la pobreza, proteger el planeta y mejorar las vidas de las personas en todo el mundo. Nos queda poco tiempo y mucho por hacer, incluyendo el enorme desafío de erradicar de manera integral y definitiva la violencia en contra de niños, niñas y adolescentes.
Recientemente se llevó a cabo en Bogotá la primera conferencia mundial ministerial para poner fin a la violencia contra la niñez, convocada por la Organización Mundial de la Salud, Unicef, el representante especial sobre la Violencia contra los Niños de la ONU y los gobiernos de Suecia y Colombia.
Este evento global marcó un precedente histórico, con más de 100 países, incluido Chile, comprometiéndose a implementar acciones nacionales para erradicar toda forma de violencia hacia los niños, que sigue siendo una de las más grandes tragedias humanitarias de nuestros tiempos. En efecto, de acuerdo a Unicef, uno de cada dos niños en el mundo sufre algún tipo de violencia, ya sea sexual, disciplina violenta, castigo corporal, negligencia, abandono y conflicto intrafamiliar.
Por primera vez en la historia hemos logrado cuantificar el problema y entender sus alcances. Las consecuencias de la violencia son nefastas a nivel individual, familiar, comunitario y global, causando pérdidas económicas que -se estima- alcanzan el 5% del PIB global. Sin embargo, también somos la primera generación que entiende que este flagelo puede tener solución con herramientas que resultan efectivas para abordarlo.
Con un enfoque integrado en la prevención, la detección temprana y la intervención adecuada y oportuna, la respuesta a este desafío global requiere de esfuerzos sostenidos y coordinados de toda la sociedad. Solo así se puede lograr que las soluciones lleguen a las casas, las escuelas, las instituciones, las comunidades y el medioambiente. En suma, ¡a todos los lugares! Porque en cada rincón del mundo los niños, niñas y adolescentes esperan crecer y desarrollarse en entornos que les ofrezcan afecto, seguridad, protección y cuidado.
Entre las estrategias que hoy conocemos como las más efectivas y validadas por la ciencia se encuentran los programas e intervenciones que pueden fortalecer las competencias y confianza de padres, madres y cuidadores. La evidencia ha demostrado que los programas de apoyo parental son altamente aceptables, costo-efectivos y tienen el potencial de incrementar la equidad. Al integrar enfoques transformadores de género e informados por el trauma, permiten romper ciclos de violencia intergeneracional. Los programas de parentalidad que se implementan de forma universal impulsan la promoción y protección de derechos de niñas, niños y adolescentes.
Las investigaciones realizadas durante los últimos 50 años han demostrado que los programas de apoyo para la crianza, en una variedad de intensidad y modalidades de entrega, pueden mejorar un amplio rango de resultados de desarrollo, emocionales, conductuales y de salud para padres y niños. De ahí la importancia de otorgar un acceso eficiente y oportuno a todas las familias. La crianza positiva puede ser una vía única para promover una amplia gama de competencias fundamentales en lo social y emocional, para avanzar hacia el objetivo final de construir vidas más saludables y productivas.
Como sociedad chilena en su conjunto, partiendo por quienes toman decisiones que impactan a todo el país, debemos comprometernos y priorizar poner fin a la violencia contra la niñez y la adolescencia. Tal como exclamaron al mundo entero, en la reciente conferencia mundial, muchas niñas, niños, adolescentes y sobrevivientes a la violencia sexual infantil, ¡el tiempo de actuar es ahora!
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