Los tristes hechos por todos conocidos estas últimas semanas, referidos a niños y su exagerada difusión en aspectos que se acercan a lo morboso, nos pone una vez más frente a la dura realidad que no hemos avanzado aún lo suficiente en el respeto de sus vidas y bienestar integral.
Pero este derecho conculcado tan básico no es solo tema de este año; hemos sido testigos hace tiempo de otras situaciones en las que siguen sufriendo en centros de acogida, en la calle, en comunidades y en el hogar que se supone es su centro de protección, seguridad y amor básico.
En estos momentos históricos en que los chilenos vamos a repensar nuestro país, nuestra sociedad, sus valores y fines en una nueva Constitución, es fundamental que se destaque y proteja el derecho a la vida de la infancia como base para todas las demás garantías. Las leyes y normas deben revisarse, el funcionamiento de las instituciones también, pero el problema es más complejo que algo meramente legal-administrativo; tiene que ver con el tipo de sociedad que hemos estado construyendo y su salud mental tan denunciada por los especialistas.
La violencia intrafamiliar, institucional y pública que existe en forma solapada o abierta producto de desigualdades, frustraciones y la carencia de una buena educación basada en derechos, valores y amor, está en la base de todo ello, unida a fuertes intereses económicos y de poder que corrompen la sociedad en su esencia.
Mientras no nos aboquemos a tratar sistémica y profundamente estos problemas, no sólo sufrirán, sino que continuarán perdiendo o lesionando sus vidas, lo cual no debe suceder en un Chile que nos ufanamos de ser avanzado, y que "los niños son primeros."
Urge cambiar el eje social para centrarnos en la formación y cuidado de las nuevas generaciones. No sacamos nada en mostrar todo tipo de indicadores cuantitativos, si la alegría y el vivir en paz y confiado, no existe para la totalidad de nuestros niños donde quiera que estén. La vigilancia de la niñez, debe ser una tarea de todos partiendo por la familia, junto con las instituciones orientadas a ello, que deben mejorar su funcionamiento. De esta manera los otros derechos como la igualdad, la recreación, la expresión, la educación, la salud, etc., pueden asentarse para que tengan una vida de real calidad.
Si no extraemos lecciones de todo lo sucedido con los niños y niñas y/o sus madres también muchas veces afectadas brutalmente por la violencia, para convertirlas en aspectos centrales de nuestro "Chile mejor", poco sentido tendrá todo el proceso de elaborar una nueva constitución y de tratar de cambiar nuestra forma de vivir.
Esperamos que los constituyentes y legisladores recojan esta enorme falencia social y la sociedad entera asuma su tarea protectora y formadora del nuevo Chile en sus nuevas generaciones.
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