La fragilidad de un país no se muestra en los grandes promedios ni en las reservas monetarias, se muestra en la angustia escondida tras los muros de la exclusión social, donde la salud es un privilegio, en que la escuela es un refugio, no sólo del conocimiento, sino de las balas y del hambre.
Donde encontrar un banco es una hazaña, donde campea el cemento cuando en otras partes el pasto luce cortado y espléndido para pasear las mascotas, allá dónde la justicia, no sólo tarda, sino nunca llega, donde se es sospechoso por los rasgos físicos, la forma de vestir.
Donde algunos se aprovechan de la inocencia de muchos para satisfacer a unos pocos, con droga, con sexo, con lo que sea que permita explotar al más débil, a los niños que salen a la calle a vista y paciencia, a los que sacan de residencias o centros de protección y que nadie los busca.
Es en medio de esta realidad, como sin misericordia ni descanso azota la pandemia, difícil imaginar algo peor a lo que son sus vidas.
Sin embargo, llega con fuerza y arrebata, desangra de dolor siquiera imaginar no tener que dar de comer a los hijos, esperan una ayuda que no llega, insuficiente y en medio de la discusión reciben de golpe la mirada miserable de quienes jamás han sentido parte de sus dolores.
Esta es la Sociedad que hemos creado, la que aparta, la que esconde en una cuarentena permanente y total a la pobreza, una sociedad incapaz de entender que somos todos o ninguno, una Sociedad polarizada en dos bandos, donde la “Causa” siempre parece noble, pero ambos hablando desde la vereda opuesta de quienes hoy nos necesitan, en el mundo de las promesas y no de las realidades, donde se olvidan que los “bonos” y las “cajas” tienen rostros.
Hay ancianos, hay niños, hay mujeres y hombres que ruegan por una oportunidad, por un trabajo en que ni siquiera cuestionan su precariedad, por un lugar en una escuela donde estar seguros y comer la ración diaria, jugar con los amigos y tener un profesor que los cuide.
Un lugar donde no mendigue sus remedios ni camine horas al consultorio.
Esa Sociedad la podemos construir, pero no desde el café de nuestras terrazas, sino llevando los márgenes al corazón de la política pública.
Hoy se discute en el parlamento una nueva institucionalidad de Infancia, a más de 30 años de ratificada la convención. Han pasado más de 2 generaciones sin cumplir con nuestros niños y niñas y aún no contamos con una Ley de Garantías que construya desde la base esta nueva Sociedad.
Un lugar donde ellos crezcan y se desarrollen positivamente como sujetos de derecho, donde haya acceso a la salud física y mental de todos, que puedan aprender en sus escuelas, que vivan en familia y que si algún día necesiten, puedan contar con quien los proteja y los represente, los Derechos de los Niños son los pilares de una sociedad más justa que rompa las barreras de la exclusión social, aquella donde los adultos que hoy gritan de Hambre por ellos y sus hijos, crecieron como niños sin oportunidades y abandonados por nosotros.
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