“Los Estados Partes reconocen el derecho del niño al descanso y el esparcimiento, al juego y a las actividades recreativas propias de su edad … “ (Convención de los Derechos del Niño, Naciones Unidas, 1989, artículo 31, párrafo 1)
Hace un par de días tuve que ir a un mall cerca de mi casa porque tenía que comprar dos regalos de amigo secreto. En mi andar decidido y directo al grano me encontré con esa imagen que pensé que solo se daba en las películas: dos mujeres adultas peleando por un juguete, ¿quién había llegado primero?
Fue imposible no quedarme observando, ví angustia en sus ojos y rabia. Me di media vuelta antes de saber el desenlace.
Mientras, en las noticias una larga nota informaba sobre la locura de los “duendes mágicos”, personas haciendo filas infinitas, peleando por obtener uno, y además de la inversión de tiempo en la espera en el mall, algunas buscan y buscan por Internet alguien que los revenda gastando más de lo que tienen y pasándolo mal en el proceso. Tanto tiempo, tanta energía, ¿es un gasto o una inversión?
Entiendo las ganas que dan de regalarle a los hijos ese objeto que han pedido al Viejo Pascuero, pero veo que a veces nos perdemos. Les regalamos juguetes, objetos, esas cosas que nosotros quisimos cuando pequeños, pero no hay tiempo.
No hay tiempo para jugar con ellos, no hay tiempo para solo estar, no hay tiempo para tomar desayuno juntos en las mañanas. ¿Tiene sentido, entonces, gastar el tiempo en filas en los malls y llegar reventado a casa, y no tener tiempo para invertir jugando?
Me detengo en el juego porque es el lenguaje de la infancia, es el trabajo de los niños. Sí. Lo pongo en términos laborales porque quizás así es más fácil para los adultos de la sociedad en que vivimos comprender la importancia que el juego tiene en la primera infancia.
Jugar tiene valor en si mismo, siempre permite aprender, pero no sólo en términos cognitivos, que pareciera que es lo que más nos importa, porque desde los 3 años los niños comienzan a competir, y a prepararse para la PSU, sino también en las áreas de las emociones, las relaciones sociales, el desarrollo motor y el desarrollo del pensamiento.
Por medio del juego podemos desarrollar la empatía, la creatividad, y las competencias necesarias para la solución pacífica de conflictos.
También es una oportunidad para aprender sobre la cultura, sobre las cosas que pasan en el mundo, y para conocerse a si mismo, y claro, aporta al desarrollo de vínculos.
Jugando con nuestros niños podremos conocerlos, porque en el juego ellos ponen todo su ser.
Sí, poco a poco, en silencio y sin juzgar, observamos y escuchamos los juegos de nuestros niños nos daremos cuenta de que su esencia, sus preocupaciones, temores y alegrías están ahí.
Jugando con ellos descubriremos esos mensajes que no siempre vemos, y si además son instancias amorosas y seguras, nos conectaremos con su mundo emocional y el vínculo se irá fortaleciendo.
La UNICEF señala que el juego es una herramienta de aprendizaje que no es sustituible, y que es una oportunidad para crear vínculos con los pequeños.
Obviamente, debe ser un juego que motive, en condiciones de seguridad, pero por sobre todo respetuoso de cada niño, un juego que abra sus sentidos, y no un juego que ponga en riesgo su autoestima.
Con esto quiero decir que el juego será un aporte al desarrollo y bienestar integral en la medida de que efectivamente los adultos veamos a los niños y nos conectemos con ellos jugando, proporcionando instancias de goce del momento, de ellos mismos y de la relación que se establece al momento de jugar.
Como es el lenguaje de los niños, el juego está siempre presente para ellos, es su conducta espontánea por lo tanto cada momento puede aprovecharse.
El viaje en auto, en micro, una caminata, incluso cuando hacemos las tareas (¡aunque no deberíamos hablar de tareas escolares antes de los 7 años!).
Una rama encontrada en un parque puede convertirse en una varita mágica, una piedra nos puede llevar al mundo de las expediciones, ayudarlos a subirse a un columpio es un momento de encuentro, el viaje en metro puedo ser uno a la luna. Siempre hay oportunidades, ahora tenemos que empezar a verlas.
Jugar es mágico, eso hago todos los días en mi consulta. En ese encuentro podemos sanar, contener, liberar y aprender. Es lejos la mejor inversión, y les prometo que no necesitamos grandes objetos.
Solo ponernos a disposición de nuestros niños y entrar en sus mundos mágicos.
No necesitamos duendes mágicos para eso. ¿Y saben? El juego les hace bien a ellos, y no imaginan cuanto a los adultos.
Prueben y les aseguro que sentirán como el alma se llena de energía.
La locura de las compras navideñas ya ha llegado. No tendremos tiempo para jugar, pero si para comprar juguetes, ¿y si cambiamos la ecuación? ¿Y si en lugar de hacer fila y angustiarnos para comprar un duende mágico, buscamos retazos de tela para hacer uno con nuestros niños? ¿Y si en lugar de gastar el tiempo sin ellos, lo invertimos con ellos?
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