Más juegos, menos pantallas: un giro necesario y urgente para cuidar a niños y niñas

Durante años, en Chile hemos hablado de recuperar la confianza, fortalecer la democracia y construir comunidades más seguras. Pero hay un tema silencioso -y urgente- que también nos afecta como país: la forma en que tratamos a niños y niñas. Y en particular, cómo les hemos privado de algo tan esencial para su desarrollo integral como es el juego libre, activo y al aire libre.

Durante la pandemia cerramos parques y plazas, pero abrimos malls. Esa decisión no fue inocua. Significó que miles de niños y niñas quedaran sin su principal espacio de socialización y movimiento, reforzando un modelo de desarrollo infantil centrado en el encierro y el consumo digital. Mientras tanto, las pantallas se transformaron en refugio, aula y entretención. Y aunque cumplieron un rol en ese contexto, hoy sabemos -con fuerza y evidencia- que el exceso de exposición digital tiene impactos profundos en la salud física, emocional y cognitiva de las niñeces.

La World Health Organization, la American Academy of Pediatrics y otras sociedades de pediatría de países desarrollados advierten que en los primeros años de vida las pantallas deben evitarse o limitarse estrictamente. Su uso excesivo afecta el sueño, disminuye el desarrollo del lenguaje, fomenta el sedentarismo, impacta la salud emocional y debilita los vínculos familiares y sociales. En Chile, estudios recientes muestran que más del 80% de los escolares supera el tiempo recomendado frente a dispositivos, llegando en muchos casos a 8 o 9 horas diarias.

Este fenómeno no es individual ni casual: es estructural. Se explica por una combinación de inseguridad en los barrios, falta de espacios públicos seguros, ausencia de rutinas familiares activas y modelos de crianza mediados por pantallas. Todos estos factores agudizan la gran problemática de la falta de una red de apoyo para madres, padres y tutores. Responden a la ausencia de familias o de tiempo de sus integrantes para atender las necesidades demandantes del sistema actual que termina por desgastarlos, mermando sus posibilidades de generar vínculos con sus NNA por medio de una forma de crianza basada en el juego y en la interacción humana cara a cara.

Esta es una situación que debemos enfrentar como una oportunidad para desarrollar iniciativas que avancen hacia el objetivo de construir una realidad distinta para nuestros niños, niñas y adolescentes. Las inversiones recientes de la Subsecretaría de Desarrollo Regional y Administrativo, en conjunto con múltiples municipios de todos los sectores, que han sido enfocados en la recuperación de plazas, parques y equipamientos comunitarios no son solo mejoras urbanas: son infraestructuras de salud pública y de bienestar infantil.

El juego libre en espacios comunitarios es un derecho reconocido tanto en la Convención sobre los Derechos del Niño, como en nuestra Ley de Garantías y protección integral de derechos de niños, niñas y adolescentes y además, una de las prácticas más potentes para fomentar autonomía, salud física, habilidades sociales, creatividad y regulación emocional. No hay aplicación, algoritmo ni "like" que reemplace eso.

El Ministerio de Desarrollo Social y Familia de Chile, a través del Plan Integral de Bienestar de la Subsecretaría de la Niñez, ya ha comenzado a promover iniciativas que avanzan en esa dirección: crear condiciones estructurales para que las infancias tengan garantizado acceso a entornos saludables, cuidados y estimulantes. Recuperar el espacio público como lugar de encuentro, juego y participación no es un lujo, es una inversión en cohesión social y salud mental. Es invertir en un mejor presente y futuro.

Durante los años de pandemia, la infancia fue la gran ausente en las decisiones públicas. Se cerraron sus espacios de juego, se les exigió rendimiento académico sin redes de contención y se trató su sufrimiento como un problema individual, medicalizable y "reparable" desde la psiquiatría o psicología individual. Pero el malestar no era individual: era social, era estructural. Ese enfoque adultocéntrico sigue presente cuando naturalizamos que hayan niños que pasen horas frente a pantallas como si fuese inevitable. No lo es. Y no debemos resignarnos a ello.

Chile necesita un giro cultural y político: pasar de tolerar el encierro y la hiperconexión digital infantil a promover activamente el juego libre y el movimiento como parte de la vida cotidiana. No basta con entregar recomendaciones técnicas a las familias; se requieren políticas públicas intersectoriales, infraestructura adecuada, campañas comunicacionales positivas y sostenidas, y una alianza entre Estado, municipios, escuelas, familias, comunidades de la sociedad civil y empresariado.

Necesitamos que la plaza vuelva a ser el corazón del barrio. Que niñas y niños tengan tiempo, espacio y libertad para jugar. Que la desconexión digital no sea una excepción, sino una rutina comunitaria. Porque cuidar a la infancia no es solo proteger: es garantizar condiciones para que crezcan libres, activos partícipes de la vida en comunidad y felices. Y eso empieza, muchas veces, a pasos de la casa... en una plaza llena de risas, movimiento y juego compartido.

Aprovechando el éxito mundial de 31 Minutos, la invitación es a tomarnos los espacios públicos, para ver a más pequeños "Freddy Turbina" en las plazas buscando su equilibrio espiritual sobre una bicicleta. Volvamos al juego, al baile sin cesar, a la conversación en comunidad, demostremos con el ejemplo que compartir con los vecinos no es solo de respeto entre pares, sino que necesario para que nuestros barrios vuelvan a tener colores y vida, para tener más niñas y niños tratando de recuperar el balón del patio de la vecina y por sobre todo más niñas, niños y adolescentes que dejen de ejercitar solo el dedo para que ya no quieran ver televisión (pantallas), porque es muy fome.

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