Últimamente, el término "genocidio" ha sido utilizado incorrectamente desde el punto de vista jurídico, pero además de manera irresponsable y desproporcionada para describir el conflicto en Medio Oriente, entre Israel y Palestina. Esta banalización es peligrosa y relativiza la gravedad de un crimen que debiera ser condenado sin reservas.
Genocidio, según la Convención de las Naciones Unidas de 1948, se define como "cualquiera de los actos perpetrados con la intención de destruir, total o parcialmente, a un grupo nacional, étnico, racial o religioso". Esta definición es clara en su alcance y severidad, y no debe ser trivializada ni mal utilizada en el contexto del conflicto de Medio Oriente.
Esta definición, evidentemente, pugna de manera palmaria con políticas ejecutadas por Israel como el aviso previo a los ataques, de evacuaciones de ciudades enteras, de provisión de alimento y medicinas, del cuidado para que ingresen y se distribuyan esas provisiones, y una larga lista de cuidados y acciones que ningún genocida realizaría. Por ello, es francamente absurdo e irresponsable utilizar este término en el conflicto de Gaza.
El uso del término "genocidio" como propaganda política para demonizar a una nación, es una táctica deshonesta que ignora deliberadamente la complejidad de la situación y que intencionadamente utiliza el Holocausto, la tragedia más grande vivida por el pueblo judío en toda su historia, en su contra.
Acusar al Estado de Israel de genocida no solo es incorrecto sino también insultante para las víctimas reales de genocidio durante nuestra historia. Israel ha estado enfrentando amenazas existenciales desde su creación y su objetivo no ha sido otro que garantizar la seguridad y la supervivencia de su pueblo.
No es casualidad que la expresión "genocidio" no se utilice en la guerra entre Rusia y Ucrania donde han muerto alrededor de 100.000 personas y seis millones y medio han sido desplazados, o en Tigray en Etiopía donde los muertos civiles alcanzan los 600.000 en 2 años, o en Yemen, donde los muertos producto de los ataques de los huties alcanzan los 150.000 o en Sudan donde han muerto más de 15.000 personas y ocho millones y medio han sido desplazado o en Siria donde los muertos son más de 300.000.
Acusar a Israel de genocidio no solo distorsiona la realidad de sus acciones defensivas contra ataques terroristas, sino que también minimiza la memoria de las verdaderas víctimas y desvirtúa la seriedad y el horror de esos crímenes. Comparar los desafíos de seguridad de Israel con el Holocausto es simplificar y tergiversar la historia. Es crucial que la comunidad internacional no se deje engañar por esta propaganda y se esfuerce por buscar un entendimiento genuino y equilibrado de la situación en la región.
La banalización de este término empequeñece la importancia de abordar los verdaderos actos genocidas en otras partes del mundo como las mencionadas más arriba. Centrar la atención en acusaciones infundadas de genocidio en el conflicto israelí-palestino solo desvía la atención de las verdaderas atrocidades que deben ser detenidas.
En el reciente resultado de la demanda sudafricana en la Corte Internacional de Justicia, no se pudo determinar una intención de genocidio por parte de Israel, quien ha respetado las leyes internacionales de proporcionalidad. Además, cada ataque selectivo a objetivos terroristas en Gaza ha sido precedido por advertencias y evacuación de civiles, lo que demuestra que no hay una intención de eliminar una raza o etnia. Por otro lado, las afirmaciones sobre una hambruna en Gaza y la negación de acceso a la ayuda humanitaria por parte de Israel no se sostienen. De hecho, en febrero comenzaron a ingresar 400 camiones diarios de ayuda humanitaria y actualmente se está construyendo un puerto para facilitar aún más el ingreso de ayuda.
Es imperativo que, en medio de este complejo conflicto, seamos precisos en nuestros términos y justos en nuestras evaluaciones. La banalización del genocidio y la propagación de falsedades solo sirven para perpetuar el ciclo de violencia y sufrimiento en la región. Es hora de que la comunidad internacional exija un enfoque equilibrado y constructivo, que reconozca las legítimas preocupaciones de todas las partes involucradas y busque soluciones que promuevan la paz y la seguridad para todos los habitantes de la región.
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