A dos años del 7 de octubre: el día que no termina

Han pasado dos años desde aquella mañana en que el terror se apoderó de Israel y estremeció al mundo. Dos años desde la masacre del 7 de octubre de 2023, el día en que más de 1.200 hombres, mujeres, niños y ancianos fueron asesinados, torturados y secuestrados por Hamás, en el mayor ataque antijudío desde la Shoá. Dos años de dolor, de incertidumbre y de una herida que sigue abierta y sangrante, porque todavía hay 48 secuestrados que no han vuelto a sus hogares.

Para el pueblo judío la memoria es un compromiso ético. Recordar el 7 de octubre es recordar que detrás de cada número hubo una vida, un rostro, una historia, una familia. Jóvenes que fueron arrancados de un festival de música, madres que protegieron a sus hijos hasta el último aliento, comunidades enteras que fueron arrasadas por el odio. Pero también recordamos la inmensa solidaridad que surgió en medio del horror: la valentía de los rescatistas y de cientos de héroes anónimos, la unidad de las familias israelíes, la voces firmes e imposibles de callar de quienes, en todo el mundo, se negaron a justificar el terrorismo y a creer que éste se podía validar por una causa ideológica.

Hoy, cuando se vislumbra una posibilidad de acuerdo para el regreso de los secuestrados y un camino hacia la paz, lo hacemos con esperanza, pero también con cautela. Esta es una guerra que Israel no buscó, una guerra que comenzó cuando Hamás decidió convertir la muerte y el terror en arma política. Y será también Hamás quien deberá decidir si prefiere perpetuar el sufrimiento tanto del pueblo palestino como del israelí o permitir que medio oriente respire nuevamente.

El eventual pacto que se negocia no sólo tiene un sentido político o militar; tiene un sentido humanitario. El primer paso es devolver a quienes siguen cautivos, a sus familias que esperan y al pueblo que no se resigna. El segundo paso es poner fin al control de Hamás sobre Gaza, porque no puede haber paz mientras exista un régimen que glorifica la muerte y utiliza a su propia población como escudo.

Chile tiene una tradición humanitaria y una historia de compromiso con la justicia. Esperamos que esa voz se alce también hoy, en favor de quienes siguen secuestrados y de la paz que todos anhelamos. No pedimos más que coherencia: la misma empatía que se reclama para otros pueblos debe extenderse a las víctimas del terrorismo.

El 7 de octubre no fue sólo un ataque contra Israel. Fue un ataque contra la humanidad, contra la dignidad y contra los valores que sostienen a las sociedades libres. A dos años de esa tragedia, nuestro deber es recordar, exigir justicia y seguir creyendo que la luz, aunque parezca débil, siempre tiene la fuerza de vencer a la oscuridad.

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