AMIA, alerta de terrorismo despiadado

Un lunes 18 de julio como hoy, hace 22 años, la peor expresión del odio se materializó en Buenos Aires, en un atentado a la Asociación Mutual Israelita Argentina (AMIA). Ataque que provocó la muerte de 85 personas y abrió una herida que sigue abierta y vigente.

Basta ir tan sólo unos días atrás para conectarse con el horror que acaba de sufrir la ciudad de Niza, en Francia, que nos recuerda que la violencia despiadada en contra de civiles inocentes, lejos de acabarse, se ha consolidado como una amenaza global.

A más de dos décadas de lo ocurrido aquí cerca en Buenos Aires, la conmemoración de la tragedia de la AMIA nos debe alertar sobre los peligros que supone el fanatismo y el odio cuando se instalan en el seno de cualquier sociedad.

El atentado a la AMIA dejó instalada en la memoria dos historias que están directamente vinculadas con Chile y con la comunidad judía de nuestro país. Una es la de Susana Wolinsky, esposa del Rabino Angel Kreiman, con el que vivió durante décadas en nuestro país. Ella residía en Argentina desde 1990 y estaba en la mutual realizando labores como asistente social. Esa mañana del 18 de julio de 1994, se encontraba reunida con varias personas que tenían cita con ella, resultando todos fallecidos.

También está el caso de Carlos Avendaño, un chileno trabajador que, como tantos, en ese período se encontraba radicado en Argentina junto a su familia, y que justo aquella jornada de 1994, realizaba labores de electricista en la entidad judía. El tenía su propia empresa, funcionaba de manera independiente y tuvo la desafortunada coincidencia de estar presente en la AMIA ese fatídico día.

Dos vidas que terminaron en tragedia, víctimas inocentes del odio descomunal de quienes ejercen la violencia sin contemplación. Esto nos recuerda, a su vez, que es necesario seguir impulsando iniciativas e implementando medidas que permitan impedir la acción de los que buscan imponer la violencia y el terror.

No es un misterio que la rabia y el fanatismo se incuba  también en Chile, sentimientos y actitudes que mal conducidos pueden terminar -como hemos visto- en tragedias que dejan una huella imborrable en la convivencia de las sociedades.

Ojalá nuestras autoridades escuchen estas señales muy vívidas como las de Niza y tan cercanas como la de AMIA y  comprendan que es necesario seguir enfrentando con fuerza estos fenómenos. No para discriminar, como hoy mismo se discute en Europa y América del Norte, sino para desterrar y penalizar  toda expresión de odio y discriminación, sin distinción alguna, y cualquiera sea la forma en que se manifiesta.

Por eso, como Comunidad Judía de Chile tenemos la convicción de que es necesario seguir empujando con fuerza, y acelerar la tramitación del proyecto de ley que pretende sancionar los actos que inciten al odio en Chile. Como sociedad, no podemos ceder ningún espacio para que personas o grupos de individuos se sientan con el derecho de ofender, intimidar, o peor aún, agredir, verbal, emocional, o físicamente a otro por el solo hecho de pensar distinto, no estar de acuerdo con sus ideas, orientación sexual, religión, procedencia o color de piel.

Desterrar esas prácticas es un desafío que todavía está pendiente, y a partir del cual tenemos la obligación de trabajar incansablemente hasta lograr que se instale en el país una conducta plenamente democrática, donde se respete la diversidad, se cultive la inclusión y se instale una genuina cultura de protección de los derechos humanos.

AMIA es un recuerdo doloroso, pero también un recuerdo esperanzador que nos dejan sus víctimas, de mantener viva su memoria, y de luchar para que acciones tan inhumanas como esa no vuelvan a ocurrir, menos aún  en esta tierra que tanto amamos. 

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