Ahí está el gringo medio, ése medio conservador medio racista, chovinista de mayoría blanca y sureños, ese gringo aún con banderas confederadas en los porches de sus casas, colgando en los garages de sus autos grandes corroídos por la humedad de los Estados del Missisippi, por la sal y la arena de los Estados del medio oeste, por el hollín de las minas de carbón. Ese gringo, ese ciudadano de a pie, rural y urbano de pequeños pueblos del lejano oeste pero de camionetas grandes y corredores y galerías atestadas de viejos vaqueros cesantes.
El gringo medio mayoría, que ignora por completo el fin de los tiempos, el fin de la Guerra, la caída de la Cortina, la muerte de la Historia del S.XX, que sólo conoce su condado, a lo más, el clisé de una patria múltiple y compleja construida por el esfuerzo de cientos de miles de familias divididas por el océano y destrozadas de afectos que llegaron a la isla de Ellis con su fe, su pala, su baúl de cuero y una lengua.
Inmigrantes todos de Sicilia o Nápoles, de Irlanda o de la Polonia aniquilada por los rusos, de los ghetos de Kiev, Berlín o Minsk, de la Grecia arrasada por los turco otomanos o por mexicanos extranjeros en su propia tierra tras la Guerra de Texas, para fundar desde la costa este, de norte a sur, de Erie al Golfo, de los cayos a Alaska el sueño americano del esfuerzo, de la tierra prometida y de la propiedad privada.
El gringo medio que enjuga sus lágrimas para ver de nuevo a sus hijos combatiendo en Guadalcanal, en Irak o en Vietnam y salvar para siempre la hegemonía del Imperio americano, la amenaza permanente de los otros, de los rojos y los negros, de los latinos y los eslavos, de los orientales y los sudacas, alguien que mantenga el status quo del tío Sam, enfundado en rifles legales, en invasiones bárbaras urbi et orbe, en intervenciones subrepticias en estados bananeros bombardeando sus propios capitolios para mantener el legado de Washington, la moral de Lincoln, la razón cruel de una democracia excluyente, mañosa y falsa como el decorado luminoso de neones de Las Vegas.
Es ése que está ahí, el ciudadano medio emocionado cómo América vuelve a ser grande para gobernar sobre un mundo hostil de delincuentes y terroristas, de desempleados y degenerados, de liberales y comunistas.
Por eso, los que no estamos emocionados te decimos ¡Ave Caesar morituri te salutant!
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