En 2004 fui testigo de la Revolución Naranja en Ucrania, en el marco de una invitación que me hicieran académicos rusos a conferencias y seminarios en Moscú. Mi impresión de ese momento tuvo dos aristas. Una fue sobre el intento ucraniano e acercarse a Europa y el otro de la resistencia de la población rusoparlante, compuesto principalmente por clase obrera y profesionales de las zonas del este de Ucrania.
En 2014, en el alzamiento del Euromaidán, la impotencia de Ucrania de acercarse a Europa deriva en actos violentos en la capital, lo que detona de movimientos nacionalistas antirusos y la consiguiente respuesta de la población rusoparlante de resistirse a la arremetida nacionalista ucraniana.
En ambas oportunidades la posibilidad de Ucrania de ingresar a la Unión Europea fue abortada, lo que a la luz de los análisis realistas de la política internacional significaría lamentablemente la antesala de la OTAN, lo que Rusia no acepta.
Rusia, por más gestos de acercamiento que hizo a Occidente después del derrumbe de la URSS, ha sido siempre considerada enemiga de los intereses de las potencias del oeste. Así Ucrania, históricamente, es el campo de tensión. En la Primera Guerra Mundial una parte de Ucrania luchó en favor del Imperio Austrohúngaro y la otra a favor de Rusia, lo mismo en la Segunda Guerra Mundial, donde algunos ucranianos se plegaron a Alemania y otros a la URSS.
Ante estos antecedentes, la OTAN aprovechó el nuevo contexto estratégico de expandirse al este de Europa y no escuchando los consejos de los analistas y líderes occidentales más entendidos, optando por profundizar su expansión a Ucrania. En un acto de voluntarismo político, la OTAN se convirtió en un factor de desestabilización global.
En el actual marco de la operación militar especial de Rusia en Ucrania, ejemplificada en la guerra, cabe tener en cuenta que ésta es no sólo de carácter militar, también lo es política, comunicacional e ideológica, en donde se enfrenta el globalismo hegemónico occidental versus la opción del Estado Nacional defendida por Rusia. Además, aunque exista voluntad de las partes beligerantes de llegar a un acuerdo de paz, las autoridades ucranianas -específicamente su presidente, Volodímir Zelenski- no tienen mucha libertad para aceptar las condiciones negociadas con Rusia, ya que para algunos actores occidentales no sería negocio terminar la guerra.
Por una parte, para el complejo militar industrial norteamericano esta guerra podría ser un bálsamo financiero para EE.UU. y por otra, para Israel sería la posibilidad de trasladar población judía de Ucrania para repoblar palestina étnicamente y consolidar aún más el Estado-Nación judío, lo que en alemán es llamado el "Umvolkung". En conclusión, la desestabilización global estaría sólo comenzando.
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