El último y emotivo discurso de Barack Obama como Presidente de Estados Unidos, en Chicago —“la ciudad donde todo comenzó”, como él mismo dijo—, fue el esperado epílogo para ocho años que marcaron profundamente a esta potencia y al resto del mundo. Un momento que, de manera inevitable, llama a balances y a examinar cuál será su legado.
A nivel nacional, Obama, en su condición de primer Mandatario afroamericano en la historia de EEUU, marcó por sí mismo un antes y un después. Su llegada a la Casa Blanca fue la ratificación de su propio eslogan de campaña: “Yes, we can” (“Sí, podemos”), en la que hizo realidad la aspiración de millones de afrodescendientes que vieron en su triunfo la esperanza de cambios profundos.
Con todo, Obama deja su cargo con un país en el que los asuntos raciales continúan siendo un tema que divide a la población, que de manera frecuente pone en tela de juicio el correcto desempeño policial y el acceso a reales oportunidades de movilidad social.
Dentro de su gestión, el llamado Obamacare también representa un hito fundamental de su gestión. Porque a pesar de la polémica que generó, lo cierto es que esta histórica reforma a la salud, por primera vez, ofreció a millones de estadounidenses la posibilidad de cobertura para sus gastos médicos. Ahora habrá que esperar y ver qué hará Trump con esta iniciativa.
Un elemento clave de su gobierno fue que, si bien logró la reelección en 2012, hacia el final de su segundo mandato no pudo traspasar esos niveles de apoyo a un sucesor que permitiera un tercer gobierno demócrata. Hillary Clinton intentó captar el apoyo de los mismos sectores que alguna vez respaldaron a Obama - jóvenes, mujeres, minorías, inmigrantes -, pero su falta de carisma y la investigación de sus correos electrónicos le jugaron demasiado en contra.
La política exterior también fue un tema de primera importancia. Cuando Obama asumió la Presidencia, en enero de 2009, recibió de George W. Bush un país atrapado en dos complejas guerras, Afganistán e Irak, además de la llamada Crisis Subprime, que había dejado a millones de personas sin empleo ni hogar.
A fines de diciembre de 2011 cumplió su promesa y sacó a las tropas estadounidenses de Irak después de nueve años, período en el que Washington llegó a desplegar hasta 170.000 efectivos. Pero en el caso de Afganistán, en julio del año pasado Obama confirmó que 8.400 efectivos permanecerían en ese país hasta el término de su mandato. Una cifra bastante más reducida que los 40.000 que había cuando él llegó al gobierno. Y cuyo futuro Donald Trump deberá resolver una vez que asuma oficialmente.
Otra promesa que quedará incumplida es el cierre de la base de Guantánamo (Cuba), como campo de detención de terroristas. Con países que no desean recibir a los prisioneros y un Congreso adverso a esa iniciativa, Guantánamo continuará siendo un tema polémico dentro de la estrategia antiterrorista de EEUU.
En ese contexto, el gobierno de Obama se caracterizó por realizar un alto número de ataques selectivos contra líderes terroristas de Al Qaeda y sus franquicias en Medio Oriente y África, principalmente con el uso de drones armados con cohetes.
Uno de los puntos más altos de su estrategia antiterrorista fue la operación encubierta que encontró y eliminó a Osama Bin Laden en Pakistán, en mayo de 2011, diez años después de los atentados contra las Torres Gemelas y el Pentágono.
A pesar de eso, la manera tardía y errática en que enfrentó la Primavera Árabe, la guerra civil en Siria y la amenaza del Estado Islámico, posiblemente motivado por su deseo de no involucrar nuevamente tropas de Estados Unidos en Medio Oriente, representó gran parte de los aspectos más controvertidos de su manejo en política exterior.
¿Y América Latina? Durante sus ocho años en la Casa Blanca, Obama mantuvo una relación cordial con la región, participó de encuentros como la Cumbre de las Américas, apoyó el proceso de paz en Colombia, defendió el respeto a los derechos humanos en Venezuela y restableció relaciones diplomáticas con Cuba.
Cercano a la gente, abierto a demostrar sus sentimientos y capaz de reírse de sí mismo, Obama le deja la vara alta a Trump. Sin embargo, al igual que todos sus predecesores, su legado es una sumatoria de luces y sombras que la historia se encargará de poner en perspectiva.
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