La 1ª y 2ª vuelta de las elecciones en Brasil se constituyeron en una gigantesca prueba de fuerzas entre los movimientos, partidos y la ciudadanía de orientación democrática, que respaldaron la candidatura del expresidente Lula da Silva, frente a la opción caudillista de los sectores ultraconservadores, autoritarios y populistas, agrupados en torno a Jair Bolsonaro.
Como se sabe, el expresidente Lula tuvo una victoria legítima pero estrecha, en un cuadro político polarizado que advierte que la evolución de la situación en Brasil es y será sumamente compleja, incluyendo la pretensión de Bolsonaro y grupos extremistas de ultraderecha de imitar a Trump, tratando de bloquear la asunción del presidente electo.
La victoria de Lula y el amplio arco de fuerzas que le apoyan fue difícil, le exigió el máximo esfuerzo y una férrea voluntad de tener amplitud democrática para lograr el respaldo de más de 60 millones de personas que lo hacen, inequívocamente, presidente electo de Brasil.
No obstante, un dato a reconocer es el crecimiento de la derecha más retrógrada, tras una danza estridente de consignas antiEstado (aunque lo han dirigido), descalificaciones a los partidos políticos (pero se sirven de varios de ellos), conservadurismo cultural (para las apariencias) y fanatismo religioso, mezclado con una violenta reivindicación del uso indiscriminado de las armas para controlar la población y no solo la delincuencia.
Se trata de un autoritarismo ramplón, de una retórica vulgar, amenazante y grosera que aprovecha las limitaciones y carencias del régimen democrático, en particular, del sistema político de representación, acentuadas por la crisis que atraviesan las formaciones políticas, sean partidos o movimientos de larga tradición, cuyas definiciones ideológicas y programáticas han sido sobrepasadas en la nueva realidad mundial.
Ahora bien, las redes digitales y cadenas mediáticas de alcance planetario disponen de un poderío difícilmente equiparable desde la sociedad civil y el sistema político, lo que se amplifica y agrava por el uso de ese potente sistema productor de información e ideología por controladores globales ultraconservadores. En consecuencia, los partidos socialistas y organizaciones de izquierda deben encontrar nuevas vías que revitalicen y refuercen sus raíces populares para impulsar y abrir paso a los principios de libertad, democracia y justicia social que los inspiran.
Pero también están las dificultades provenientes de los propios partidos y movimientos políticos, se instaló el hábito de un individualismo exacerbado en vocerías y liderazgos, también hay incapacidad para procesar las diferencias que conduce a la dispersión y proliferación de orgánicas y microorgánicas adaptadas a la figura que las lidera que se siente "incómodo" y no puede ser parte de un proyecto colectivo y crea su propio traje a la medida.
No se trata de promover la incondicionalidad sino que de lealtad, de evitar esos ataques que son verdaderas puñaladas en las propias filas. La crítica es necesaria porque no existe un proyecto infalible, aunque sea colectivo, debido a que la tarea humana está sometida necesariamente a sus inherentes limitaciones históricas, pero sin olvidar que hay fronteras éticas que no se deben cruzar.
Asimismo, se hizo presente con nefastas consecuencias, de corto, mediano y largo plazo, el fenómeno de la corrupción, cuyo impacto más complejo y debilitante es la pérdida de legitimidad del discurso social y político que promueve las transformaciones democráticas y de orientación socialista del capitalismo neoliberal. No hay cambio social viable si sus promotores son penetrados por sus grandes adversarios, a través del dinero.
Contamos con un patrimonio histórico que nos enorgullece, pero el reto planteado no es volver a los años '70. Esa realidad no regresará y no habrá un milagro que reviva a la exURSS como algunos parecen creer; hay que recoger críticamente esa experiencia, pero sin caer en una ilusión fuera de la realidad. Cuestión diferente es fortalecer e internalizar los méritos históricos reconocidos universalmente del proyecto político de Salvador Allende e inspirarse en ellos para responder eficazmente al desafío que hoy enfrentan las fuerzas transformadoras y democráticas de izquierda y centroizquierda.
Ahora bien, lo primero es fundamental avanzar con amplitud y participación una propuesta-país, anclada en la realidad y no presa de consignas y sectarismo, se trata de tener lealtad con ese proyecto común y asumir el compromiso colectivo que su impulso y materialización exigen. Las fuerzas de izquierda transitan con una errada cultura de híper valoración de las potencialidades individuales en sus cuadros dirigentes que desemboca, lamentablemente, en una irreparable dispersión de sus diversas expresiones y/o organizaciones políticas.
Entonces, hay que insistir que esta no es una lucha de llaneros solitarios, su raíz esencial es dar representación a vastos sectores populares en una alternativa nacional, asumiendo en consecuencia el pluralismo y la diversidad de fuerzas que la constituyen. Hay que unirse y no disgregarse, ese es el desafío.
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