Gadafi: el “amigo extravagante”

“No sería mejor, en ese caso, que el gobierno disolviera el pueblo y eligiese otro” (Bertolt Brecht)

Son impactantes las imágenes, que siguen saliendo de un Gadafi acorralado, zarandeado y mal herido, implorando y preguntando -insólitamente- a sus captores: “¡Qué os hecho!”, minutos antes de ser linchado por una torva indisciplinada e histérica de rebeldes.

Le sacaron de una cloaca cual vil “rata”, habiendo prometido “morir como un mártir” y que “entraría en Bangasi como Franco en Madrid”.

Un contrapunto brutal habida cuenta de sus excesivas visitas oficiales a Occidente, en este último tiempo, cuando ya había dejado bien atrás la imagen del gran mecenas del terrorismo internacional.

Estrafalario y estridente, dotado de su feísta dramaturgia de sultán posmoderno, se deleitaba codeándose con “La Cosa Berlusconi” (como le bautizó Saramago), Sarkozy, Aznar, Tony Blair, etcétera.

Frescas como esas duras imágenes de Sirte, su pueblo natal, tenemos las del encuentro que sostuvo, por ejemplo, con las más altas autoridades españolas en la visita oficial que realizó en diciembre de 2007.

Entonces tan singular huésped convulsionó Sevilla entera con un séquito de casi medio millar de personas, incluidas sus “amazonas vírgenes”, un cuerpo femenino militar de élite que le profería todo tipo de “cuidados”, y un ostentoso y espectacular convoy de lujosos “mercedes”, su marca favorita.

Fue indescriptible el revuelo comercial y noticioso que causó.

Las agencias de modelos colapsaban por largas colas de hermosas muchachas en busca de una plaza, por breve que fuera la estadía andaluza del visitante, para atender los menesteres del sultán Gadafi.

Claro está, la paga, como era de suponer, suculenta, entre mil quinientos y dos mil euros diarios, dependiendo de las bondades y exigencias del “servicio”.

Requisitos indispensables para dar con el casting: “jóvenes, altas, rubias y voluptuosas”.

Instaló allí su “jaima” en donde recibió primeramente al ex presidente del gobierno español José María Aznar, con el que presenció en directo una exhibición de caballos.

Le había regalado “El rayo del líder”, un caballo de raza, cuando éste le visitó en Trípoli el 2003.

Luego su itinerario continuó en Madrid, a donde se trasladó, con “jaima” y todo, para ser recibido por el mismísimo rey Juan Carlos. Tan solo dos años después (2009) el monarca español le devolvió la visita.

Y un año más tarde, en junio de 2010, Zapatero haría lo propio. En la ocasión, el coronel Gadafi le recibió con menos ostentación en su “jaima” en las afueras de Trípoli.

Zapatero y el (autócrata) libio se volverían a encontrar por última vez el pasado 29 de noviembre, con ocasión de la cumbre Unión Europea-África.

Gadafi, en esta, su primera y única, visita oficial a España fue agasajado a más no poder y recibido como una verdadera celebrity por sus linajudos y poderosos anfitriones.

Difícilmente el dictador libio olvidaría al viejo “Al-Ándalus”, el topus amoenus con relax de bondadosos spa y manjares a pie de jacuzzi, monterías en la sierra y visitas al Real Alcázar y las largas e inolvidables jornadas de casería por cuenta de la familia real.

Antes de la “Primavera Árabe”,  era el “amigo extravagante” (como le calificó Aznar), o “el presidente de un país muy importante para la zona del Mediterráneo y para el Magreb", para el gobierno.

Claro está, entre otras cosas, representaba para España el segundo país suministrador de petróleo, seguido de Iraq.

Incluso el entonces canciller Moratinos llegó a alabar su régimen “por su actitud constructiva por la estabilidad”.

Con la “Primavera Árabe” pasó a ser un dictador “sanguinario” y “corrupto” que llegó al poder luego de un golpe de estado, sometiendo a su pueblo con mano de hierro por más de 40 años.

Un “déspota” incruento que creó una potente red de fuerzas de seguridad y milicias para obligar a los libios al cumplimiento de sus más excéntricos caprichos, como el de imponer a las madres de los condenados a aplaudir sus públicos ajusticiamientos.

Un “sátrapa” que pisoteaba los intereses y el bienestar de su propio pueblo, que pervivía depauperado, con un tercio de la población en el umbral de la pobreza y más del 30% de desempleados.

El “ácrata” que en nombre de su “revolución verde” llenó los bolsillos de dólares de un clan dinástico hereditario, familiar y de allegados, para concentrar todo el poder económico de un rico país petrolero.

¿Fue tan maravilloso y milagrera la “Primavera Árabe” que de un golpe y porrazo develó todos estas perversiones”? ¿Es que tanto amor les quitaba el conocimiento?

No tiene desperdicio el oportunismo y el cinismo de algunos líderes, en verdad.

Repugnante y, en el fondo, casi tan perverso y siniestro como los crímenes de este extravagante déspota.

Cuyo cruento final, hipocresía al margen, les correspondería a todos los tiranos del mundo.

“Traidores, ladrones y falsarios, que solo perviven en los anales infinitos de la ignominia”, parafraseando a Ariel Dorfman.

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