La reciente victoria de José Antonio Kast marca un punto de inflexión en la política chilena, revelando la liviandad de una generación de izquierda posmarxista, que fue eficaz en la protesta, pero deficiente en el ejercicio del poder. La derrota electoral del oficialismo, sumada al avance de la extrema derecha, deja entrever los límites de un liderazgo incapaz de conectar con las preocupaciones de la ciudadanía.
Desde el estallido social de 2019, Chile vivió un proceso de transformación en busca de una nueva convivencia social y política. En ese contexto, los sectores de izquierda, muchos de ellos ligados a la generación emergente de Boric, creyeron que su discurso pegajoso y comunicacional bastaría para traer los cambios prometidos. Sin embargo, lo que hemos visto hasta ahora es un fracaso en la gestión. Fueron excelentes en las protestas, pero pésimos en gobernar.
Un giro conservador imparable
La derrota del oficialismo no se debe únicamente a la ineficacia de la nueva izquierda. Chile siempre ha tenido una derecha poderosa y cohesionada, cuya fuerza nunca había sido tan marcada como ahora. La línea económica que comenzó bajo la dictadura de Pinochet ha sido mantenida, con matices, por todos los gobiernos democráticos desde la transición. A pesar de las críticas a las violaciones de derechos humanos durante ese período, la continuidad de políticas económicas ha dado estabilidad al país, lo que probablemente continuará bajo el gobierno de Kast.
El país, posiblemente, verá un crecimiento económico sostenido bajo su mandato. Sin embargo, lo que marca esta elección no es solo la estabilidad económica, sino el giro conservador en torno a dos temas cruciales: la seguridad pública y la inmigración. Estos fueron los ejes principales de la campaña de Kast, quien logró captar el descontento generalizado por la sensación de inseguridad y la crisis migratoria, temas que calaron especialmente en las regiones y en los sectores populares.
La crisis de la izquierda y el vacío de liderazgo
Uno de los grandes fracasos de la izquierda en Chile es su incapacidad para conectar con las bases populares. Mientras que su discurso fluye con facilidad en las redes sociales y se alimenta de consignas y estética moderna, la izquierda actual carece de un anclaje real en la sociedad. No fue suficiente con las redes y las protestas para cambiar el modelo. El giro de la opinión pública hacia la derecha refleja una respuesta a la sensación de caos y decadencia social que ha marcado el país desde el estallido y la pandemia.
A esto se suma el fenómeno de una izquierda que parece más preocupada de su imagen mediática que de resolver las tensiones sociales reales. La promesa de un cambio estructural, que emergió con fuerza tras el levantamiento popular, se diluyó rápidamente cuando la nueva generación de políticos fracasó en liderar un proceso coherente de reformas. En este vacío, Kast logró captar a un electorado que la izquierda dejó atrás: aquellos populares, jóvenes y mujeres que sentían que el rumbo hacia la transformación social había perdido el contacto con sus necesidades más inmediatas.
El resurgir de la extrema derecha
Kast, lejos de ser un fenómeno aislado, es parte de una tendencia global de ascenso de la ultraderecha. En Chile, su victoria representa un hito histórico: es la primera vez que un político con una adhesión explícita al régimen de Pinochet accede a la presidencia. Esto no solo refleja el crecimiento de la derecha extrema en el país, sino también la alineación creciente de Chile con las políticas de Estados Unidos, especialmente en seguridad y en su postura frente a Venezuela.
Al mismo tiempo, algunos analistas ven a Kast como un líder más institucional, parte de una derecha tradicional. Esta dualidad en su liderazgo crea un escenario incierto sobre qué tipo de gobierno implementará, pero lo más probable es que sea una mezcla de ambas facetas, en la que la dureza del discurso moral y social se combine con un pragmatismo político que buscará consolidar su poder.
El desafío del futuro: ¿Puede la derecha ofrecer más que seguridad y crecimiento?
Finalmente, el reto para Kast y su gobierno será ofrecer algo más que la promesa de un Chile ordenado y económicamente estable. La derecha, históricamente, ha sabido capitalizar el miedo y la inseguridad, pero hoy debe demostrar si puede transformar esas promesas en realidades para todos los sectores del país, no solo para sus bases tradicionales.
Si bien la izquierda perdió la oportunidad de liderar el cambio profundo que Chile necesita, la derecha tiene ahora una oportunidad dorada de demostrar que, más allá de su retórica de orden, puede abordar también las desigualdades sociales y las demandas de un pueblo que sigue buscando justicia, participación y equidad.
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