Gaza y el papa Francisco, a un mes de su partida

Coescrita con Rodolfo Marcone-Lo Presti, abogado y doctorando en Filosofía del Derecho

Queremos dedicar unas líneas a la figura del papa Francisco. Aunque el rumor de su partida definitiva hace un mes, aún resuena con la fuerza de una marejada inesperada en las redacciones del mundo, es su legado vivo, su gestualidad perenne, la que hoy nos convoca y nos sigue interpelando.

No es tanto una crónica de su pontificado lo que estas manos desean trazar, sino un humilde mapa de los faros que sus gestos encendieron en un mundo a menudo sumido en la penumbra. Porque Francisco, ese hombre venido del Sur, nos enseñó que la verdadera brújula moral no reside en los palacios de mármol, sino en el corazón que se inclina hacia el hermano caído, hacia la periferia olvidada.

Pensar, y el corazón se encoge en esa llamada diaria, a las ocho de la tarde, a la parroquia de la Sagrada Familia en Gaza. Un gesto. Simple, si se quiere. Cotidiano, incluso. Pero, ¿qué abismo de humanidad se esconde en esa constancia? Imaginen la escena: el pontífice, al final de su jornada, cuando las luces del Vaticano quizás comienzan a menguar, toma el teléfono. No para dictar un decreto ni para consultar con un cardenal. No. Para preguntar: "¿Cómo están? ¿Necesitan algo?". Para insuflar un soplo de aliento a unas pocas almas que resisten, bajo el asedio y el estruendo de las bombas, a un genocidio que se ha extendido, como una mancha de aceite sobre el mar de la conciencia global, por más de un año.

Esa llamada no era un acto político en el sentido mundano del término. Era la caricia de un padre, el abrazo de un pastor que conoce el olor de sus ovejas, incluso de aquellas más lejanas, más heridas, más olvidadas por los mercaderes de la geopolítica. Era la encarnación de esa "iglesia en salida" que tanto predicó, una Iglesia que no espera en la sacristía, sino que zarpa hacia las aguas turbulentas donde la vida clama. En esa llamada, Francisco nos recordaba que cada vida cuenta, que la dignidad humana no es negociable, y que el silencio ante la injusticia es el peor de los naufragios. Era la razón del Evangelio hecha corazón palpitante.

Un papa del sur del mundo. Cuánto se ha escrito sobre esto. Pero, ¿hemos calibrado realmente la profundidad de esa corriente? Viniendo de Argentina, de esa tierra de contrastes y esperanzas postergadas, traía en su mirada la vastedad de los horizontes marginados. No era una cuestión de geografía, sino de perspectiva. Su "sur" era el sur de los despojados, de los migrantes cuyas pateras son ataúdes flotantes en este mismo Mediterráneo que hoy me acuna, de los ancianos descartados como trastos viejos, de los jóvenes sin oportunidades, cuya esperanza se ahoga antes de elevar anclas.

Su mirada, forjada en las villas miseria, en el contacto directo con el dolor anónimo, estaba permanentemente fija en la periferia. Y desde allí, nos interpelaba. Nos sacudía la modorra de nuestras certezas burguesas, de nuestras teologías de salón. Nos invitaba a descalzarnos, a pisar el barro de la realidad, porque sólo desde abajo, desde la humildad del que se sabe pequeño, se puede construir algo verdaderamente grande y duradero. La armonía que busco, esa que parece una utopía en un mundo disonante, encontraba en sus gestos una partitura posible.

Recuerdo sus "viernes de la misericordia", esas visitas sorpresa a hospitales, a centros de acogida, a comunidades terapéuticas. No eran poses para la galería. Eran la manifestación de una fe que no se conforma con la oración intimista, sino que necesita traducirse en obras concretas de amor. Cada gesto era una catequesis viva, más elocuente que mil encíclicas. Era la razón hecha compasión, el corazón guiado por la lucidez del que sabe que "misericordiar" es el verbo fundamental del cristiano.

Y luego, esa siembra de futuro en los jóvenes. ¡Qué visión la suya! No verlos como meros destinatarios de un mensaje, sino como protagonistas de la transformación. Scholas Occurrentes, esa red mundial de escuelas que promueve la cultura del encuentro a través del arte, el deporte y la tecnología. Economy of Francesco, esa convocatoria a jóvenes economistas y emprendedores para repensar la economía desde la fraternidad y la justicia, para darle un "alma" a un sistema que a menudo la ha perdido en el altar del beneficio a cualquier precio.

Estas iniciativas no son meros programas; son ecosistemas de esperanza. Son la prueba de que Francisco no solo diagnosticaba los males del mundo -la cultura del descarte, la globalización de la indiferencia, la idolatría del dinero- sino que también proponía caminos, tejía redes, impulsaba procesos. Comprendió que la armonía del mañana se construye con los jóvenes de hoy, dándoles herramientas, confianza y, sobre todo, un propósito que trascienda el individualismo. Les pedía audacia, "hagan lío", pero un lío constructivo, el lío que desordena para volver a ordenar con criterios de justicia y de amor.

Sus gestos, llegan desde lejos pero impactan con fuerza en la orilla de nuestra conciencia. Nos hablan de un Dios que no es un juez implacable, sino un padre misericordioso. Nos hablan de una iglesia que debe ser hospital de campaña, donde se curan las heridas antes de preguntar por la doctrina. Nos hablan de una humanidad que solo encontrará su armonía si aprende a conjugar el "yo" con él "nosotros", si entiende que somos todos pasajeros de la misma barca y que nadie se salva solo.

Mientras el sol declina reflexionamos que el legado de Francisco, la estela que su navegar ha dejado en el mar de la historia, no se mide en documentos ni en discursos, sino en esos pequeños-grandes gestos que tocaron el corazón del mundo. Gestos que, como semillas, seguirán germinando en la tierra fértil de quienes anhelan, un mundo donde la razón y el corazón naveguen al unísono, buscando el puerto de una armonía más humana, más divina. Y esa, queridos amigos, es una travesía que, gracias a faros como él, vale la pena continuar.

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