La región andina sudamericana padece de una combinación de inestabilidad política, dificultades económicas y una crisis de seguridad. Ingredientes que no son de la misma estatura en cada país, pero que están presentes en todos. Advertimos, para los efectos de esta columna, que el caso venezolano es una situación que escapa a esta reflexión, dada la concurrencia de circunstancias muy específicas (existencia de sanciones de parte de la comunidad internacional, alianzas con potencias no occidentales, numerosa emigración, entre otras).
Dicho lo anterior, el resto de los países andinos presenta un común denominador económico y político, amen el desafío de seguridad. Colombia tiene una economía cuyo crecimiento se estima en la mayoría de los análisis prospectivos en a lo menos 2,5%. Perú, por su parte, tiene una estimación de 2,8% y ambos constituyen los mejor aspectados de la subregión.
Ecuador, en cambio, tiene un pronóstico que solo supera el 1%, poco, pero mejor que el decrecimiento del 2% de 2024. Bolivia oscila levemente arriba del 1%, pero en medio de una situación crítica de escasez de dólares e inflación, con un dólar paralelo que no se consigue por menos de 14 bolivianos, el doble del valor oficial.
Por otra parte, en todos estos países la economía informal es elevada, supera al trabajo formal, y en algunos rubros (minería ilegal, cultivo y procesamiento de coca) la actividad económica se asocia directamente con organizaciones ilegales. Ahí no se acaban los desafíos, hay elevados niveles de endeudamiento y, en algunos casos, déficit fiscal. De más está decir que a este complejo cuadro debemos sumar las consecuencias del desajuste del comercio mundial que provoca la actual administración estadounidense.
Nuevamente debemos recordar la sentencia de la Cepal: economías estancadas generan sociedades insatisfechas. Y la insatisfacción se refleja en la política, y aquí el panorama se complica más.
Colombia, que por primera vez estrena un gobierno de centro izquierda, enfrenta una difícil situación. La ambiciosa meta de "Paz Total" que prometiese el presidente Petro a inicios de su mandato, hoy se ve lejana. Es más, si bien las FARC se desmovilizaron conforme al Acuerdo de Paz, algunas de sus estructuras (frentes) nunca adhirieron a dicho proceso y han continuado con su quehacer. El más fuerte es el ex Frente Uno, dirigido hoy por "Mordisco", que controla buena parte del Guaviare y otras zonas lejanas. La negociación con el Ejército de Liberación Nacional llegó a punto muerto y los grupos paramilitares que subsisten nunca lograron establecer una conversación formal. En suma, la violencia volvió, y recientemente, el condenable atentado contra el senador Uribe ha retrotraído la historia colombiana, y hoy enfrentamos un cuasi punto de quiebre entre buena parte de los partidos y el gobierno.
Colombia tiene elecciones presidenciales el 31 de mayo del próximo año, y a la fecha, nadie apuesta mucho por la continuidad del oficialismo. Siguiendo con elecciones, tenemos que el Perú concurrirá en abril del próximo año a elegir al sucesor de la presidenta Boluarte, digamos de paso que el Ejecutivo y el Congreso peruanos son las instituciones más castigadas por la opinión pública, en algunas mediciones no alcanzan siquiera el margen de error. Bolivia por su parte, tendrá elecciones en dos meses más: el 17 de agosto.
No todo son elecciones. Cabe observar el fenómeno de dispersión y fragmentación de los partidos. Aquí el Perú lleva la guaripola, a las próximas elecciones concurrirán 43 partidos registrados, en la anterior solo participaron 21. Con tal número de partidos será difícil que se construyan grandes mayorías. En Bolivia a la fecha se han registrado 10 binomios, es decir, 10 propuestas de presidente junto a su respectivo vicepresidente. ¿Llegaran todos al final? La novedad es que las autoridades electorales han señalado que Evo Morales no tiene derecho a postular, a lo que este ha respondido con movilizaciones de sus partidarios que incluyen bloqueos de caminos lo que aumenta el desabastecimiento de combustible y alimentos en las principales ciudades.
Ecuador tuvo elecciones hace poco, el presidente Noboa asumió en medio de fuertes reclamos de la oposición, lo que augura un horizonte de polarización en el contexto de una crisis de seguridad que afecta a toda la región, pero a Ecuador en especial. Asimismo, los vaivenes de la economía mundial, especialmente del precio del petróleo, son un factor de incertidumbre para la economía ecuatoriana.
Mencionemos solamente la presencia del crimen organizado en todo el subcontinente, originalmente alimentado por el negocio de la droga (Sudamérica es la principal zona productora de coca mundial), los carteles han evolucionado a verdaderos holdings que manejan diversos negocios: trata de personas, contrabando, lavado de dinero, minería ilegal y el silencioso negocio de las extorsiones, que se ha expandido a toda la región.
No es muy prometedor el panorama, pero es lo que hay. Lo mejor es reconocer la realidad y asumir que será el contexto del futuro cercano. Un subproducto de todos estos desafíos es el elevado nivel de desconfianza de la población con la institucionalidad vigente. Reconozcamos que en Chile no cantamos mal las rancheras en este panorama, del binominalismo pasamos a una proliferación de partidos y bancadas parlamentarias, la economía crece post pandemia, pero a un mediocre 2% y qué decir lo que las encuestas revelan, la baja reputación que tienen los gobernados respecto a los gobernantes.
Resolver el desafío de seguridad y dinamizar la economía son anhelos que traspasan las fronteras. También constituyen una buena base para construir cooperación ad hoc. Un barrio estable es el mejor entorno que podemos construir, más allá de las diferencias ideológicas o los énfasis identitarios. Debería ser uno de los principales objetivos de nuestra inserción internacional.
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