El 5 de junio se define quien estará a cargo del gobierno en Perú los próximos 5 años. Las segundas vueltas se han convertido en la forma como el país elige entre candidatos que no superan en la mayoría de casos más de un tercio de la votación inicial y que posteriormente debido a la polarización del electorado quedan en primer lugar. Esto explica la caída rápida en popularidad del recién electo, la limitada vinculación entre el elegido o su programa y la ciudadanía y el aumento de la distancia entre representantes y representados en las últimas décadas. Por supuesto, que la crisis de legitimidad política en Perú no partió en los últimos años pero sin duda su profundización ha crecido de forma casi imparable.
La elección del 5 de Junio presenta dos programas, dos candidaturas, dos formas de entender la política, dos biografías centradas en los candidatos más que sus movimientos.
Desde ese punto de vista Kuczynski es un tecnócrata de experiencia en la gestión administrativa del gobierno vinculado con diversos intereses internacionales que ha construido un movimiento de derecha representando principalmente el anhelo de miles de limeños que quieren oportunidades de negocios, de inserción en el mundo y crecimiento económico.
Keiko es ex primera dama, ex congresista y candidata presidencial por más de una década que ha mostrado una enorme capacidad de trabajo y presencia en todo el país, con ofertas de política eclécticas centradas en la búsqueda de apoyos concretos de sectores disimiles. Su programa es escueto pero sus capacidades de estar en campaña permanente por casi una década le han entregado armas de respuesta y movimiento rápido que sorprenden.
Pero el 5 de Junio el Perú no definirá entre la izquierda o la derecha, entre el nacionalismo o el entreguismo, mucho menos entre el pasado y el futuro. Lo más complejo es la percepción generalizada que se está consolidando una propuesta de gobierno que no tiene límites en su vinculación con actividades ilegales.
Keiko se presenta con un solo candidato a vicepresidente (en Perú siempre son dos los que acompañan al candidato presidencial) por que su otro compañero fue excluido previamente por haber regalado víveres durante la campaña violando la ley electoral.
El actual candidato a vicepresidente acaba de reconocer que entregó un audio adulterado a un canal de televisión tratando de tergiversar la información ya conocida sobre una investigación de la DEA por lavado de activos al Secretario General de su partido. Además, por cierto, de los cinco congresistas que están siendo investigados por lavado de activos en Perú.
Ahí está el centro de la decisión en Perú. Bien claro lo ha dicho PPK en los debates y lo han reconocido la mayoría de líderes de otras organizaciones políticas, lo que puede constituirse en Perú es un narcoestado. Mejor dicho un Estado que tenga serias vinculaciones con el crimen organizado, por que no se puede olvidar los lazos que el Fujimorismo ha demostrado con minería ilegal, tala ilegal, fraudes y hechos de corrupción casi cotidiana. Un país que ya tiene en el congreso una amplia mayoría de representantes del Fujimorismo y por ende al ganar la elección tendrá completo manejo del país.
Aún así Fujimori tiene casi la mitad de los votantes. La desconfianza generalizada en la política, la farandulización del debate, la poca seriedad de las propuestas y la precarización de las instituciones lentamente ha ido generando una apatía enorme donde “que robe pero haga” es un slogan viable de campaña.
La preocupación por la conformación de un narcoestado parece un tema lejano para el ciudadano que no se percata que esto traerá más robos, más sicarios, más asesinatos, más desaparecidos, menos calidad de vida, más inseguridad, más corrupción policial y judicial. En fin su vida cotidiana será afectada directamente.
Por supuesto que si gana PPK los problemas serán gigantes y la tarea de mejorar la calidad de la democracia urgente, pero al menos se podrá confiar que el Ejecutivo no se ha convertido en el facilitador de la criminalidad organizada que dicho sea de paso es siempre transnacional.
Así, la decisión del 5 de junio requiere de reflexión, de discusión y finalmente de reconocimiento del tipo de sociedad que se quiere construir y los valores que se quieren alentar. Veremos que lado eligen las mayorías.
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