La globalización se convulsiona

De la alianza anti fascista entre la ex Unión Soviética, los Estados Unidos y el Reino Unido, vencedores de la Segunda Guerra Mundial, frente a la Alemania nazi, y sus aliados Italia, Japón y otros menores, de esa cooperación histórica, el mundo pasó a la Guerra Fría, una confrontación geopolítica de ingredientes ideológicos, raciales, étnicos y territoriales, que mantuvo una falsa polaridad entre el Occidente “civilizado” y la “amenaza” del Oriente atrasado e inculto

Con la caída del muro de Berlín en 1989 y el colapso del comunismo, la intolerancia declinó y se impuso la euforia neoliberal que llevó a un analista en los Estados Unidos, Francis Fukuyama, a proclamar “el fin de la historia”.

Era la convicción que el tipo de Estado, estructura de la economía y carácter de la cultura allí existente a fines del siglo XX, serían un horizonte civilizacional definitivo. Era un absurdo congelamiento conceptual de la evolución humana y del desarrollo social y económico. Al poco tiempo, Fukuyama dijo haberse equivocado.

La idea que la hegemonía estadounidense y que el tipo de sociedad denominada como “occidental” regiría los siglos venideros se erosionó con rapidez ante una realidad de agudas tensiones políticas, confrontación económica y guerras religiosas, tribales o territoriales, una globalización bajo presión, en que la brega por quien manda y ordena brotó con ritmo acelerado y por momentos sin contención a escala mundial.

Las guerras del Golfo, a partir de la invasión de Kuwait por Irak, en los años 90, que generó la “primera” intervención militar de Estados Unidos - post guerra fría - a gran escala, hasta llegar a ocupar este país el 2003; la extensión “sin fin” del conflicto bélico de Afganistán; la feroz guerra de los Balcanes, instalándose las batallas en plena Europa; la impensada irrupción de China y la recomposición estratégica de Rusia; las luchas genocidas en África con millones de víctimas y la descomposición geopolítica del Oriente Medio con el terrorismo islámico, vinieron a socavar el mundo unipolar que hizo feliz a Bush (padre).

La vuelta “a la grandeza”, que afirmó Trump en su campaña, asume que no hay un centro único de mando global, una realidad que indica impotencia de los Estados Unidos en el nuevo contexto, al querer imponer su voluntad en muchos asuntos y ya no poder hacerlo.

Trump sabe que hoy su “grandeza” es más ruido que realidad y se embarca en una pugna comercial y financiera con decisiones proteccionistas que de no ser acatadas por Europa y China lleva a una dura escalada de sanciones mutuas, provocando una tensión global de efectos incalculables.

Rusia que en los 90 parecía desintegrarse, como advirtió el escritor y Premio Nobel Alexander Solzhenitsyn, se recompuso con vehemencia y Vladimir Putin anuncia “brillantes victorias”, entre ellas su clara reelección, reforzando la industria estratégica de armamentos y tecnologías, instalando la demanda que Rusia “sea escuchada”, cuestión que exige en el hecho un cambio en la mesa en que se toman las decisiones globales.

China se extiende por el mundo y prosigue como afanosa hormiga creando más tecnologías, veloces sistemas de transporte con soportes magnéticos, y nuevos cohetes, portaaviones, submarinos, aviones y misiles, ya aptos o en preparación para trasladar ojivas nucleares. Al mismo tiempo, prosigue su expansión económica con un volumen de inversiones que incluso da golpes simbólicos tan fuertes, como que sus capitales pasen a controlar Volvo y Mercedes Benz.

Alemania se reordena y se esfuerza para que Europa no se disgregue. El acuerdo de socialdemócratas y demócrata-cristianos de sostener a Ángela Merkel como Canciller Federal, indica una fuerte voluntad nacional frente a tensiones que sacuden a otras naciones, como es la situación en Italia, marcada por el desorden y división del sistema político. En todo caso, el Brexit es un obstáculo de proporciones al ambicioso propósito que Europa tuviera una voz común ante los formidables desafíos del siglo XXI.

Luego que los partidos socialistas y social demócratas alcanzaron notables avances en Suecia, España, Alemania y Holanda, Francia y en toda Europa, implementando el Estado del Bienestar social, sufren una declinación que, lejos de viabilizar otras opciones de izquierda, abrió espacio a grupos populistas o de derecha nacionalista, algunos de rasgos fascistoides, cuya demagogia xenófoba y racista recuerda la peor retórica del siglo XX, en la Europa bajo la hegemonía nazi - fascista.

Así también, surgen nuevos animadores, cuyo peso y gravitación aumenta, es el caso de la India, Turquía e Irán, antiguos colosos, inadvertidos muchas décadas, pero que al agotarse la dominación unipolar pretenden ser incluidos, mejor dicho, no quieren ser desatendidos como actores trascendentes con recursos naturales y financieros, cuantiosos gastos en armas y la voluntad de adquirir peso y alcance regional o global.

El problema está en que estos Estados, con urgencias sociales que los agobian, gastan lo que podría ser destinado al desarrollo humano en obtener el botón nuclear para el escritorio del Jefe de Estado, como lo consiguiera KimJong-un en Corea del Norte.

La cruenta confrontación en Siria indica el recrudecimiento del conflicto en el Medio Oriente, donde la paz se ve lejana, tampoco en Israel y Palestina se avizora un acuerdo que traiga entendimiento, respeto mutuo y cooperación; después de tantos años de enfrentamiento cada Estado trabaja en su propio fortalecimiento. Se trata de una espiral que no tiene quien la detenga.

África continúa bajo el desamparo de la mayor parte de su población, la crisis sanitaria y la ingobernabilidad. Egipto sale sólo en parte de la inestabilidad y los grupos armados que practican el terror islámico se aferran a franjas territoriales que cruzan de un país a otro, hasta extenderse en todo el continente. Las luchas de liberación nacional y contra el racismo que inspiraron a Lumumba, Machel, Neto, Mandela y otros luchadores no han logrado Estados independientes estables, sólidos, que dieran paz y no fuesen atrapados por la corrupción.

América Latina perdió terreno, en particular, la crisis en Brasil, quitó el brío alcanzado por el Estado más potente de la Región. Luego, México aparece sometido a la presión de Trump y el desgobierno generado por las bandas de narcotraficantes que el Estado no puede neutralizar.

Argentina vive sus graves problemas de financiamiento, Venezuela una tragedia sanitaria increíble, y Perú una insoluble crisis de legitimidad política e institucional. Al menos Colombia contribuyó con sus históricos acuerdos de paz y Chile con su estabilidad institucional.

En medio de estas tensiones no hay espacio ni condiciones políticas para abordar temas de una urgencia global decisiva, entre ellos, el fenómeno del calentamiento global que afecta cada vez más la sustentabilidad de la civilización humana, al precipitar cambios climáticos que en pocos años pueden llegar a ser inmanejables.

Así también, el impacto de la migración está enlazado con la inseguridad, la pobreza y las hambrunas que están diezmando naciones y colapsando Estados de países en que ya las penurias son incontrolables. A ello se suma el efecto desolador del narcotráfico, cuyos volúmenes de dinero y redes de penetración burlan el control policial y de los Estados, agravando la miseria y la marginalidad.

En este cuadro, hay un factor positivo, el reconocimiento de los Derechos de la Mujer alcanzó niveles no registrados; a pesar de la misoginia de los grupos terroristas del autodenominado “Estado Islámico”. Incluso en Arabia Saudita se han producido avances tímidos, pero impensables poco tiempo atrás. Sin embargo, es una brega que debe seguir sin descanso.

En tal contexto global, masas de capital de especuladores financieros cruzan el orbe sin control ni regulación. No hay un orden económico internacional de los Estados que pueda poner coto a las mafias y los pillos de distinto volumen que cada día nutren los “paraísos fiscales”, donde arriban los dineros mal habidos, provenientes de la corrupción.

Por eso, los desencantados han ganado espacio en muchos países. Es un reclamo por el logro de un mejor gobierno, de más honradez y menos personalismo, que premie la probidad y la transparencia y se retiren los poderes fácticos que socavan la sustentabilidad para el desarrollo.

El valor de la democracia como alternativa civilizadora está en el centro del desafío, ante ese reto vuelven fracasadas fórmulas corporativas, como las de Mussolini, otros insisten con el Partido único que monopoliza el poder; otros se aferran a caudillismos providenciales, que creen milagrosos.

Pero, lo que no tiene legitimidad, bajo la fórmula que sea, es el gobierno de unos pocos que hacen lo que quieren sin control ninguno.

Se trata de fortalecer la gobernabilidad democrática donde se agotó o crearla donde no exista, sustentada en amplias mayorías nacionales, un sistema de partidos sano, con respeto a la diversidad y el pluralismo, para generar cambios sustentables y duraderos.

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