Los anuncios de Trump respecto al alza aranceles a más de 180 países son aún difíciles de dimensionar con exactitud, aunque en el fragor de las horas surjan mayoritarias las opiniones de lo inconveniente que resultan ser estas medidas. Pero esto tiene dos aristas, una estrictamente económica y otra más bien política.
En la primera, cuesta comprender que por mucho que el mandatario republicano tenga su carácter, posea una personalidad autoritaria e irreflexiva y detente objetivamente mucho poder, no haya sido debidamente asesorado por técnicos y especialistas respecto de los riesgos de esta publicitada política comercial exterior.
Hay voces internas que cuestionan la eficacia de las medidas anunciadas precisamente en el valor que Trump quiere resguardar: la economía interna, las empresas locales y un impulso a la propia industria con una producción sustitutiva de importaciones en bienes de consumo masivo y tecnología. Algunos plantean que estas decisiones podrían incluso producir un efecto precisamente contrario, acompañado de un aumento de los precios, inflación y cesantía. Los más, creen que sus efectos podrían ser incluso más catastróficos porque generaría una crisis económica mundial y nuevos órdenes geopolíticos globales de insospechadas derivadas.
Qué decir el efecto que puede tener en las economías de los países con que EE.UU. ha tenido tradicionalmente un fluido intercambio comercial, los países socios, y aún más, el efecto en los países con los que tiene acuerdos comerciales de libre comercio. Las reacciones no se han dejado esperar y es cuestión de leer la prensa internacional de naciones "amigas" para comprender el despropósito de los anuncios del miércoles.
Desde el punto de vista político, los efectos son aún más difusos y preocupantes, aunque es evidente constatar el crecientemente aislacionismo estadounidense respecto de los grandes bloques en la declaración crítica de los aportes de sus socios en la OTAN o el cuestionamiento a los organismos internacionales alojados en el paraguas de Naciones Unidas, ahí, en el corazón de Manhattan. Hemos planteado hace tiempo que el ethos histórico de la política basada en ciertos principios, ideologías y valores hoy está superado por la ambición del poder por el poder. La tensión ideológica producida en la Guerra Fría al menos representaba el enfrentamiento de dos miradas de mundo, con los horrores y abusos que ello implicaba de parte de las dos grandes potencias desde la Segunda Guerra mundial hasta 1990, había una cierta "honestidad" de parte de ambos regímenes por plantearle al mundo modelos excluyentes de sociedad, claro, es cierto, muchas veces a punta de cruentos golpes de estado, guerrillas, invasiones y cínicas guerras fratricidas. Hoy el escenario puede ser otro y peor.
Lo que importa ya no es la ideología ni un pragmático respeto internacional, que por simbólico que fuere, servía para simular un cierto equilibrio político. La ONU cumplía con su deber a medias, pero lo cumplía, fue clave en la resolución, por ejemplo, de la última gran guerra de Europa como fue el indignante conflicto que supuso la desintegración de Yugoslavia. Hoy en cambio, pareciera no servir para nada. Actualmente las ambiciones políticas se mueven en intereses económicos, en detentar aún más poder, para que ese poder sirva de instrumento de negociación o de imposición sin más resistencia que el tamaño del poder adversario. No los mueve un relato ni una idea, no un modelo de sociedad ni menos la utopía, o quizás sólo, la utopía del dinero absoluto.
El interés declarado de Trump, con tintes de prepotencia distópica, de apoderarse de Groenlandia pondría en jaque severamente la ya no sólo una ética internacional, sino la paz mundial misma. Declarar interés en esa vasta y rica isla ártica pareciera ser suficiente argumento para justificar su invasión y tomarla como propia. Lo mismo los poco genuinos intentos de paz en el conflicto de Ucrania, donde los intereses económicos estadounidenses, declarados por el mismo Trump, son la moneda de cambio o el precio que debería pagar la humillada república del Mar Negro. Me dirán que siempre ha sido así, pero el desparpajo hoy quizás ya no ofrezca pudores no tenga límites.
¿Qué podría hacer Dinamarca ante esta una invasión a Groenlandia, qué la Unión Europea? ¿Qué provocaría aquello en el frágil y hegemónico equilibrio mundial? ¿Qué podríamos esperar de Putin? ¿La invasión simétrica a Finlandia, Suecia y Noruega, so pretexto de cuidar sus fronteras y zona de seguridad ante una guerra nuclear? ¿Y China con Taiwán? ¿Son esos los gobernantes que queremos que nos gobiernen, son esos los que los partidos ponen como candidatos a la hora de acceder al poder?
Es probable que esta crisis global terminará favoreciendo otros liderazgos, Rusia, China o India aparecerán como beneficiarios de sus entornos políticos y económicos, en Asia o Europa; Latinoamérica, el menos perjudicado, queda a la espera de tasas especiales para productos especiales, carne de vacuno, cobre, plata, litio, maderas y celulosa por ahora parecen protegidos de tasas abusivas, ¿pero será igual en los próximos días o semanas, obligará a la economías emergentes, y las ya consolidadas, el poder buscar nuevos mercados, nuevas asociaciones comerciales y nuevas relaciones políticas lo que a la larga podría perjudicar a la primera economía del mundo pronto a convertirse en comparsa dado el crecimiento de la influencia china (e india) en el mundo?
La prestigiosa revista británica The Economist tituló "El día de la ruina", parafraseando el relato de la mise en scene que Trump diseñó para anunciar sus medidas, advierte que estos nuevos aranceles podrían causar daños económicos graves a nivel global. Señala que estas medidas son innecesarias, basadas en percepciones erróneas del comercio internacional, y podrían encarecer productos, distorsionar cadenas de suministro y provocar represalias por parte de otros países. También subraya que, aunque el impacto inicial afectará a Estados Unidos, el resto del mundo puede mitigar los efectos si responde con inteligencia y cooperación.
Pero nada de eso pareciera importar a Trump y a su entorno, menos a la mayoría de sus electores que quizás no entiendan cabalmente que el mundo trasciende su empleo o los límites de su contado perdido por allá en la América del Medio oeste, de cuyos paisajes el cine de Hollywood nos ha dado cuenta hace tantos años. Quienes pertenecemos a otra generación nos cuesta dimensionar la lógicas de los nuevos paradigmas y los de la generación actual imbuidos en otra ética la que quizás normalice un estado de las cosas que sin duda constituyen una amenaza al mundo.
Hubo antes y ahora gente que minimizó los efectos catastróficos que podría tener la llegada de Trump al poder, cuando todos vimos en su momento el intento fallido por generar un golpe de estado hace cuatro años cuando el resultado de las urnas, en el particular sistema electoral de EE.UU., daba por ganador a Biden.
Pero la amenaza no está solo allá, con la importancia que tiene EE.UU. en el concierto mundial, también la tenemos a escala local, a escala micro. Los populismos que derivan en un debilitamiento crónico de la democracia y la eliminación de las instituciones que permiten hacer más sólidos a los estados, terminan por imponerse desde el ensimismamiento de la gente, el extremo individualismo, la falta de educación y la manipulación de la que es objeto por los medios, las redes sociales, las tecnologías o los ideologismos y creencias recalcitrantes, ninguna de las cuales han servido para crear sociedades más justas, libres ni fraternas.
Aún es temprano para sacar conclusiones definitivas, habrá que ir viendo cómo se desenvuelven los hechos, pero eso no impide que advertimos con preocupación que pareciera que la historia se repite, no se trata sólo de un loco circunstancial con poder, que, desde luego, desde la posición de EE.UU. traspasa todas las fronteras de lo anecdótico. Con Trump se instala una enorme incertidumbre global que aleja las esperanzas de la humanidad por la construcción de un mundo más ético, justo, solidario y fraterno, conceptos que, a todas luces, el verborreico mandatario del país del norte no sabe pronunciar.
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