Regresé hace unos días de Montevideo, Uruguay, luego de asistir al encuentro internacional organizado por el Servicio Paz y Justicia, SERPAJ, bajo el título “¿Del Progresismo a la derecha Neoliberal? Los riesgos de la democracia en el ConoSur” y que tuvo lugar en el aula magna de la Facultad de Información y Comunicación de la Universidad de la República.
Un evento de calidad que contó entre los expositores a diversas figuras de gran prestigio, entre ellos Atilio Borón, destacado cientista social argentino o Carol Proner, jurista brasileña, académica de nivel internacional y abogada integrante de la defensa del Presidente Lula y quien entregó abundante información sobre el injusto proceso.
Si bien el tema central como estaba señalado en la convocatoria fue la revisión de la etapa histórica que vive específicamente la región sur del continente, resultó inevitable la referencia a la problemática del conjunto de los países de América Latina en los que tras varios años de gobiernos con una visión progresista, avanzados en lo social y en lo económico, se vive un retroceso con la instalación de gobiernos de clara impronta reaccionaria y conservadora. Algo que bien apreciamos por estos días en Chile tras el regreso de la derecha a La Moneda.
El cambio de ciclo, la desigualdad económica, los avances y retrocesos, los desafíos pendientes, la judicialización de la política en algunos casos y la consiguiente politización de la justicia, como el caso de Brasil, ocuparon la mayoría de las horas de esta importante reunión, seria y esclarecedora.
Se subrayó también que la puesta en práctica de una política norteamericana más agresiva e intervencionista que nunca, desde que Trump llegó a la Casa Blanca, sin duda tiene una significación profunda en los giros actuales que se aprecian en las relaciones internacionales y en particular en Latinoamérica.
Hasta hace muy poco la existencia de los gobiernos de Lula en Brasil, de Rafael Correa en Ecuador, Evo Morales en Bolivia, Cristina Fernández en Argentina, José Mujica en Uruguay, Michelle Bachelet en Chile, Maduro en Venezuela, expresaba el anhelo mayoritario de sus pueblos por consolidar modelos de desarrollo económico y políticos democráticos.
Dicho de manera general, se trataba de gobiernos que pusieron en primer lugar los intereses de las grandes mayorías con medidas y cambios claros y potentes en materia de educación, vivienda, salud, derechos sociales, derechos sindicales.
La realidad actual está signada por gobiernos encabezados por empresarios poderosos de dudoso pasado ético y con complicaciones judiciales, algunos figuraron en los llamados “Panamá Papers”, que introducen la consiguiente carga de nepotismo y corrupción y que llegan con el claro propósito de desandar los caminos emprendidos por el progresismo. Una nueva suerte de refundación conservadora para América Latina.
Temer en Brasil, Macri en Argentina, Cartes en Paraguay, PP Kuczynski antes y Vizcarra ahora en Perú, Varela en Panamá, Peña Nieto en México, Piñera en Chile y, claro está, Trump en Washington, lo que explica que en la llamada “cumbre de las Américas” celebrada el mes de abril en Lima asistieran más líderes empresariales que hombres de gobierno.
El reflujo que vivimos, centro del debate de la reunión de Montevideo, se expresa de modo negativo en los más diversos ámbitos y desde luego en la educación y en los medios de comunicación.
Tal como sucedió en el tiempo de las dictaduras de “seguridad nacional” que asolaron nuestros países, el dominio de unos pocos sobre muchos se expresa especialmente en una mayoría constituída por las personas endeudadas que sólo piensan en cómo pagar su crédito, instrumento financiero con el que creen poder comprarlo todo.
Es el consumismo desenfrenado, sin advertir que es precisamente lo que les hace súbditos dependientes del sistema.
El economista chileno Orlando Caputo nos recordaba la anticipada advertencia de Marx en el sentido que el instrumento de dominación capitalista no era el poder económico de la producción o el comercio, sino el de las finanzas ; la relación acreedor - deudor es la que produce la autoenajenación en que al fin de cuentas la mercancía es el propio ser humano.
Por cierto que también hubo referencias en el Encuentro a los nuevos temas de nuestro tiempo, como los cambios en la composición de clases, los avances tecnológicos y la robotización del trabajo en determinados rubros, o el cambio climático, o los temas de la sobrepoblación, entre tantos.
No dejó de llamar la atención al público uruguayo lo que en materia de Educación sucede en Chile si se tiene en cuenta que en ese país nunca se perdió la educación gratuita, ni siquiera en dictadura. Por lo que sorprendieron los datos entregados en 2017 por el PNUD en su Informe “Desiguales” respecto de la situación en nuestro país. En particular la encuesta del INJUV que da cuenta que del total de los jóvenes que tienen alguna deuda o crédito, el 43% corresponde a un crédito universitario.
Y la causa del elevado monto no es otra que los estudiantes o sus familias deben pagar en promedio en torno a 700 dólares mensuales por estudiar en una buena universidad en Chile. Y en una de menor calidad entre 400 y 500 dólares al mes. Lo cual parece inaudito al público de otros países.
Buena recepción hubo en cambio al conocerse en detalle algunas de las positivas reformas alcanzadas durante el recién pasado gobierno de Michelle Bachelet.
El fin del Encuentro Internacional coincidió con las elecciones en Venezuela. A diferencia de lo que se pudo leer en la prensa chilena de esos días, las reacciones en Uruguay fueron, en general, positivas.
A este respecto un elemento central fue la alta consideración en cuanto al 67,8% de votos del total de electores que concurrieron a sufragar en favor de Nicolás Maduro, por sobre el 46% de Trump en las elecciones de su país, o el 51, 2% de Macri en Argentina o el 54,6% de Piñera en nuestro caso.
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