En su inmortal "La República", el genio de Platón reflexiona sobre una ciudad, Calípolis, donde sus gobernantes correspondían a quienes cultivaban la filosofía: "Si su ciudad estado ideal debía existir alguna vez, los filósofos [debían] convertirse en reyes... o esos a los que hoy se llama reyes [deben]... filosofar genuina y adecuadamente".
Es precisamente en lo que se convirtió, José "Pepe" Mujica, no sólo en sus 5 años de presidente de Uruguay (2010-2015), sino que en los 10 años posteriores que nos regaló acompañando a mandatarios como Boric y Lula con sus consejos, involucrándose en los post acuerdos del proceso de paz en Colombia y trabajando por doquier por una política que, sin dejar de ser pragmática y consensual, se ocupara siempre de las mayorías. Un hombre sobre todo que, como señaló Francia Márquez, vicepresidenta colombiana, "eligió vivir como pensaba", es decir coherencia absoluta.
Esta cualidad de "ser" más que parecer no implicó que no tuviera más de una vida. Mujica fue muchas cosas: el niño que aprendió a cultivar la tierra con su madre -algo que jamás abandonó-, el muchacho que practicó el ciclismo no sólo como deporte, sino que se planteó hacerlo su actividad profesional; el devorador de libros, que sin embargo abandonó la Facultad de la Universidad La República tras uno de los amores más apasionados de su vida: la política.
El andar político, Mujica lo comenzó militando en las filas de las Juventudes del Partido Nacional y más tarde en el Partido Socialista. Mientras declaraba un fuerte escepticismo por la experiencia soviética se fue encantando por el cambio de la isla de Cuba a partir de su revolución, particularmente el mensaje del "Che" Guevara. Inspirado en aquello irrumpió su naturaleza rebelde por lo que decidió mudarse a una naciente organización guerrillera, creada en 1965, que estaba dándole un giro a la estrategia del eterno revolucionario argentino: el Movimiento de Liberación Nacional Tupamaros. Ya no se operaba desde un foco rural, sino que acometía "la lucha urbana" aprovechando el anonimato emanado de la multitud citadina. Las espectaculares acciones de incautación de camiones privados que eran donados a pobladores en los suburbios de Montevideo, les valieron la fama mítica de "Robin Hood de la Guerrilla", como tituló el New York Times en 1969.
Precisamente aquello llamó la atención de Mujica, que adoptó un nuevo nombre, escogiendo el del antihéroe sarmientino, Facundo, retrato de las fuerzas telúricas del caudillo indómito, que, aunque tampoco duró demasiado -más tarde asumiría la identidad de Emiliano- apuntaba al emblema de la lucha contra la desigualdad. El renacido Mujica quiso mantener el contacto con esa tradición que Eric Hobsbawm llamó "rebeldes primitivos": una protesta activa desde los caminos rurales contra la opresión y la pobreza. Es una vida que impone la oposición a las autoridades que les declaran criminales y les persiguen, aunque goza de la aceptación y refugio de parte de al menos una parte de la sociedad.
As, Mujica participó en enfrentamientos armados a punta de balazos, en una guerrilla que durante algún tiempo parecía ser la única del Cono Sur con posibilidades reales de conquistar al poder político. Y aunque la porfiada realidad dijo otra cosa la vida de Mujica siguió en el torrente dinámico de los setentas. Incluso cuando estuvo apresado en cárceles, siempre encontró la manera de fugarse, incluyendo el gran escape del recinto de máxima seguridad de Punta Carretas en 1971, con un grupo de 106 guerrilleros más cinco presos comunes. Las Fuerzas Armadas tomaron nota y endurecieron la presión sobre el gobierno constitucional. Después del golpe de junio, en Uruguay los militares decidieron hacerlo rehén. Si su organización clandestina y subversiva decidía emprender una acción armada Mújica sería inmediatamente ejecutado, al igual que otros ocho compañeros en otras penitenciarias.
Los 12 años de castigo, no exentos de torturas, templaron su carácter. Con el regreso de la democracia fue amnistiado por el gobierno de su democrático adversario Julio María Sanguinetti. El Mujica que salió seguía siendo un ferviente detractor del capitalismo, aunque ahora con la experiencia de la brutalidad lacerada en su piel. Entonces escogió no albergar ni rencor ni revancha como declaró en su discurso de despedida del Congreso en octubre de 2020. En vez de eso, formó el Movimiento de Participación Popular que se integró al histórico y renovado referente de izquierda, Frente Amplio (FA). Para él, si ya no se podía abrir paso al sueño del "hombre nuevo" al menos había que aspirar a construir un ser humano mejor. Así privilegió el aprendizaje de la práctica popular por sobre toda teoría revolucionaria.
Su mensaje caló hondo en una sociedad dialogante como la uruguaya y logró ser elegido diputado en 1995, más tarde senador, y en 2005, ministro de Ganadería, Agricultura y Pesca en el primer gabinete de la izquierda frenteamplista. En marzo de 2010 la vida lo alcanzó con la más alta magistratura de su país. Había sido un derrotero análogo al de otro gigante, en un sur alterno, Nelson Mandela.
Como presidente de Uruguay mejoró la distribución de la renta a punta de programas sociales, fomentando la inclusión mediante el matrimonio igualitario, aunque su medida más polémica fue quizás la legalización del cannabis en 2013, disponiendo el monopolio del Estado para su comercialización. En todo este recorrido siguió con su vida sencilla, donando más del 80% a organizaciones sociales. Según él se quedaba con lo necesario para vivir y el resto lo compartía con los menesterosos.
Cuando entregó la banda presidencial tampoco paró: recorrió el continente para regalar su experiencia, permaneciendo en el Senado uruguayo, hasta que la pandemia lo jubiló. Regreso entonces a su chacra en su Volkswagen Escarabajo modelo 1987, para cultivar la tierra como en el principio, tal vez prepararse un mate y recibir a los visitantes que iban a su casa, a menudo Jefes de Estado.
Allí lo había visitado un par de años antes el cineasta Emir Kusturica para el documental de su vida, quien no dudó en tildarlo como en último héroe político. Aunque quizás la de Mujica corresponda a la leyenda de los grandes reyes justos del pasado, que en definitiva nunca mueren, sino que simplemente duermen para algún día regresar.
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